(117) –Esta vez, querido tertuliano, saldrá poco tocado
Cortés.
-Pero seguirán acosándole, pater, especialmente tu sobrinito el oidor
Juan Ortiz de Matienzo, al que tú le perdonabas casi todo.
-Sabes bien que la familia era un fortín cerrado. Y precisamente por eso
me sentó como un tiro, aunque lo veía desde la apacible Quántix, que estafara a
mi pequeño vástago Luis, de solo diez años, huérfano de mi protección y sin la
ayuda de mi amada Catalina, que entonces estaba ya en el convento de Mena. Mi sobrino intentó birlarle a ese dulce
angelito mis diezmos de Jamaica: ¡qué cosa tan fea! Pero pasemos a la sentencia
de Cortés.
-Salió triunfante, responsable padre: “Los jueces dieron por muy bueno y
leal servidor de Su Majestad a Cortés, y a todos nosotros, los verdaderos conquistadores que
con él pasamos. Y mandaron poner silencio al Diego Velázquez acerca del pleito
de la gobernación de la Nueva España (se
salvó el rebelde y purificado triunfador). Declararon por sentencia que
Cortés fuese gobernador de la Nueva
España, según lo mandó el sumo pontífice Adriano VI (como regente de Castilla). En lo de Garay, y acerca de su mujer,
doña Catalina Suárez, puesto que no daban informaciones suficientes de ello, se
reservaba para un futuro juicio de residencia. Mandaron dar cédula real para
que se le diesen al piloto Umbría en la
Nueva España indios que rentasen 1.000 pesos de oro”. Ordenaron también
algo que, sin duda, le produjo especial satisfacción a Bernal: “Que todos los
conquistadores fuésemos antepuestos y nos diesen buenas encomiendas de indios,
y que nos pudiésemos sentar en los más
preeminentes lugares en las iglesias y en otras partes”. Pronunciada la
sentencia, “lleváronlo a firmar a Valladolid, donde Su Majestad estaba. Y la firmó,
y asimismo mandó que no hubiese letrados por cierto tiempo en la Nueva España,
porque doquiera que estaban, revolvían pleitos y debates y cizañas (vaya famita)”. Todo esto ocurrió en
1522, cuando solo les quedaban dos años escasos de vida a los peores enemigos
de Cortés, que formaban un tándem muy unido, el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, y el obispo Juan Rodríguez de
Fonseca. Se fueron a la tumba sin poder regodearse con los acosos, los fracasos
y el declive que irían reduciendo la estatura del gigantesco Cortés. Sí lo
vería el longevo Bernal, y desde palco preferente. Prosiga el mosén.
-Gracias, monaguillo. Veamos a Bernal
disfrutando de la enorme difusión de la caída de Tenochtitlán: “Y en aquella
sazón le escribió a Cortés, en respuesta a una carta suya y joyas que le mandó,
el rey don Fernando de Hungría”. Aclaremos que era el hermano de Carlos V,
criado en España a la vera de los reyes Católicos, sus abuelos, y el deseado
como rey por muchos castellanos, pero se impuso el obstáculo de ser más joven.
Siempre se sintió muy identificado con nuestras tierras y tuvo gran interés por
los asuntos de Indias, tanto que a su iniciativa se debe que haya una
recopilación de documentos sobre esta materia en Viena; fue realizada
(toma nota, pequeñín) por el secretario
real Juan de Sámano, quien, como muy
bien dices en la sublime biografía que me escribiste con letras de oro, era
hermano de un yerno de mi retorcido sobrino Juan Ortiz de Matienzo. Y lo que
decía en su carta el rey don Fernando era: “Que tenía noticia de los muchos y
grandes servicios que había hecho Cortés a su hermano, el emperador, y a toda
la cristiandad, y que en todo lo que se le ofreciese intercedería por él,
porque de muchas más cosas era merecedor, diciéndole también que diese
encomiendas a los fuertes soldados que le ayudaron. Y esta carta yo la leí en
México porque Cortés me la mostró para que viese en qué gran estima éramos
tenidos los verdaderos conquistadores”.
(Foto: En el cuadro, a la izquierda, Maximiliano, emperador del Sacro
Imperio; frente a él, su hijo Felipe el Hermoso y Juana 1ª de Castilla. Se
diría que el pintor Bernard Strigel captó en ella la mirada de una mujer
atormentada. Arropado por su abuelo, Fernando de Hungría, el que le escribió a
Cortés. A su lado, el quizá mejor rey de
España, Carlos V. Junto a él, su hermana Leonor, reina de Portugal, y después
de Francia. La pobre Juana dejó una prole de alto copete: faltan ahí Isabel,
reina de Dinamarca, María, reina de Hungría, y Catalina, reina de Portugal. Qué
empacho de realeza, baby).
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