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-Demoledora crítica de Bernal a Cortés, querido mayordomo.
-Con toda la razón del mundo, mi señor. Seguro que Bernal vivía bien y
carga algo las tintas; pero seguro también que todos los heroicos
“conquistadores verdaderos” merecieron muchísimo más que lo que les dieron.
Bernal recorre todos los hechos relevantes de la conquista de la Nueva España, y pregona machaconamente a los
cuatro vientos, en cada uno de los casos: “¿Quiénes fueron los que le ayudaron
a Cortés a conseguirlo?”. Y luego sigue: “Pues ahora que le vino la gobernación
a Cortés, bien fuera que nos diese con qué remediarnos y que a los varones y
fuertes soldados que en todo esto estuvimos nos antepusiera; y el mismo Cortés habría de escribir a Su Majestad
muy afectuosamente para que nos diese,
para nosotros y para nuestros hijos,
todos los cargos reales que hubiese en la Nueva España. Mas digo que el mal
ajeno del pelo cuelga (a nadie le
importa), e que Cortés no procuraba sino para él, tanto cuando le trajeron
la gobernación como luego, cuando le hicieron marqués”. No pide favores, sino
justo reparto, y va mencionando a los ‘enchufados’, sin que le importe decir
que entre ellos estaba “un tal Barrios, con quien casó a su cuñada, hermana de
su mujer, ‘la Marcaida’, para que no le acusasen de su muerte”. E insiste en lo
que considera justo: “A todos los que vinieron de Medellín (el pueblo de Cortés) e a otros criados de grandes señores, que le
contaban cuentos de cosas que le agradaban, les dio lo mejor de la Nueva
España. No digo yo que era mejor no dar
a todos, pues había de qué, sino que debía anteponer lo que Su Majestad le
había mandado y ayudar a los soldados que le ayudaron a tener y ser tanto; y
pues ya está hecho, no lo quiero recitar más”. Solo añade: “Y Cortés creía que
con sus prometimientos y palabras blandas quedaban los soldados contentos, pero
renegaban de él y aun le maldecían, y a toda su generación y cuanto poseía,
deseando que hubiesen mal gozo de ello él y sus hijos”. Está Bernal muy
decepcionado, querido abad.
-Tú lo has dicho. Se diría que, más que los injustos repartos, le duele
que su sin medida admirado Cortés estropee una indiscutible grandeza personal
con semejantes mezquindades, como la mosca que aparece en un plato exquisito. Pase lo que pase, siempre
será leal a su gran líder. Please, my
dear; componle un romance que empiece así: ‘¡Dios, qué buen vasallo, si hobiese
buen señor!’. Y de seguido, mon petit, Bernal nos presenta a un personaje algo
esperpéntico, aunque decidido: “Un tal Rodrigo Rangel, para que hubiese alguna
fama de él, le rogó a Cortés que le diese alguna capitanía para ir a conquistar
a los pueblos zapotecas. Y como Cortés sabía que no era para darle ningún cargo
a causa de que estaba siempre doliente, con grandes dolores y bubas (pústulas, probablemente de sífilis), y
muy flaco, y las zancas y piernas muy
delgadas y todas llenas de llagas, y la cabeza abierta (todo un saldo), le denegaba aquella campaña diciendo que los
zapotecas eran malos de domar, por las grandes sierras donde estaban poblados.
Y como el Rangel era muy porfiado y de Medellín, como Cortés, tuvo que
concederle lo que pedía; e según supimos después, le pareció bien enviarle
adonde se muriese, porque era de mala lengua e decía muchas malas palabras”.
Entonces ya vivía Bernal en Coatzacoalcos, pero Cortés le alistó forzosamente para esta dudosa aventura,
aunque, como veremos, el incombustible soldado se la tomó con sentido del
humor.
(Foto: Colón, Balboa, Magallanes, Cortés, Pizarro, Valdivia, Orellana,
Quesada…: es muy larga la lista de los que alcanzaron la gloria, y, sin duda,
la merecieron; pero muchísimo más la de los héroes anónimos imprescindibles
para llevar a cabo aquella tarea gigantesca. Héroes desconocidos, como reza
bajo el Arco de Triunfo de París: “Aquí reposa un soldado francés muerto por la
patria”. Igualmente desconocido habría sido el infatigable soldado Bernal de no
haber escrito su asombroso libro).
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