(122)– Ya
empezamos a ver, jovenzuelo, otras batallitas de Cortés.
-Pero de guante blanco, vetusto ectoplasma, aunque igualmente
peligrosas: las políticas. Había mandado el rey a dos funcionarios para tomar
el control administrativo de la recién conquistada Nueva España, y, sin duda,
también para frenar la voracidad de poder del gran líder. Pero era gente muy
retorcida y corrupta, que disfrutaba enriqueciéndose y vapuleando a Cortés. ¿No
dices nada, my lord?
-Vale, guasón. No me importa recordar que llegaría después otro elemento
cortado por el mismo patrón: mi pobre sobrino el oidor Juan Ortiz de Matienzo;
aunque no olvides que yo le quería, y hasta le puse en lista como posible
heredero de mi mayorazgo. Pero, a lo que vamos: nos muestra ahora Bernal el
primer nubarrón de la desquiciada tormenta que le iba a zarandear a Cortés
durante largos años. Uno de esos dos funcionarios, con cargo de contador, se
llamaba Rodrigo de Albornoz, y fue el primero que se le enfrentó abiertamente.
Cortés entonces no sabía que el obispo Fonseca ya había perdido influencia en
los asuntos de Indias, pero lo que sí intuía certeramente era que su cargo como
gobernador de México se sostenía en un equilibrio inestable: “Cortés siempre
temía que en Castilla el obispo Fonseca y los procuradores de Velázquez, el
gobernador de Cuba, dirían mal de él delante del emperador”. Y repitió la
estrategia de siempre, que era casi un tic: enviarle oro al rey y dar con algún
poderoso que pudiera defender su causa. Enamorado o no, el ya no tan jovenzuelo
(casi 40 años) se iba a casar con una linajuda, y buscó al poderoso en su familia: un tío de la
novia, don Álvaro de Zúñiga, nada menos que duque de Béjar. Además de enviarle
al rey una ‘insignificancia’, 30.000 pesos de oro (más de 120 kg), le mandaba
también una carta contándole los últimos hechos más relevantes, incluso
justificando algunas ejecuciones, como la de Cristóbal Olid. En otro escrito
les contaba ya a su padre y a sus procuradores “que el contador Rodrigo de
Albornoz andaba murmurando en México
contra él porque no le dio tantos indios
como él quisiera, y también porque le pidió una cacica, hija del señor de
Texcoco, e no se la quiso dar porque la casó con una persona de calidad; y les
dio aviso de que sabía que había sido secretario de Estado en Flandes y que era
muy servidor del obispo Fonseca”. Pero
no solo él envió cartas en el
navío. También el contador Rodrigo de
Albornoz le escribió al rey con sospechas sibilinas sobre Cortés, diciendo que
“todos los caciques le tenían en tanta estima como si fuese rey e como rey se
llevaba el quinto, y que no estaba seguro de si estaba alzado o era leal a Su
Majestad”. Todo el texto iba encaminado a dejar sin efecto la sentencia de
exculpación que ya tuvo Cortés y su nombramiento de gobernador, y como sus
antiguos acusadores recibieron una copia de Albornoz, volvieron a la carga ante
el rey encabezados por Pánfilo de Narváez, diciéndole que “los jueces que puso
Su Majestad se mostraron a favor de
Cortés por las dádivas que les dio”. El resultado fue que el montón de oro que
Cortés le envió al rey habría estado mejor gastado en champán y odaliscas: ‘tó
pa ná’. Cuesta creerlo, pero el poderosísimo Carlos V, quizá bastante
manipulable por su juventud, se enredó en más dudas que Hamlet, y dio una
desquiciada orden que le ponía a Cortés nuevamente al borde del precipicio al
que tantas veces estuvo asomado. “Pues viendo Su Majestad las cartas de
Albornoz y las quejas de Narváez, creyó que sus razones eran verdaderas. Y
mandó proveer que el almirante de Santo Domingo
viniese con 200 soldados (estaba
casualmente en Castilla), y si hallase culpable a Cortés, le cortase la
cabeza, y castigase a todos los que desbaratamos a Narváez”.
(Foto.- Nadie como Cortés para untar con oro y buscarse padrinos. En
este caso echó mano del muy poderoso tío de su prometida, don Álvaro de Zúñiga,
que le apoyó primorosamente, y con excelentes resultados por su familiar trato
con el rey. Veamos un breve resumen de sus dignidades: Duque de Béjar, con
Grandeza de España, Duque de Plasencia, con Grandeza de España, Conde de
Bañares, Marqués de Gibraleón, Primer caballero del reino, caballero de la
Orden del Toisón de Oro, Justicia Mayor y Alguacil Mayor de Castilla. Fue
consejero de estado del emperador Carlos V. Participó con sus tropas en la guerra
de Granada desde el año 1482 hasta su rendición en 1492, y en la derrota de los
Comuneros de Castilla en 1520. La antigua ciudad de Béjar domina su entorno
salmantino desde las alturas, y por encima de ella, lo que vemos en la foto: el
palacio ducal de los Zúñiga).
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