(105) – Mon cher
ami: los frailes jerónimos esquivaron a Fonseca.
-Bonne nuit, mon chapelain:
actuaron con astucia y sensatez; al fin y al cabo eran ellos los que más
mandaban sobre el terreno en Indias: “Estaban entonces por gobernadores de
todas las islas, y nos dieron licencia
para conquistar toda la Nueva España y herrar los esclavos, y repartir indios
como se tenía por costumbre”. Pero se curaban en salud ante posibles maniobras
de tu amiguito: “Y esta licencia que dieron fue hasta que Su Majestad fuese
servido mandar otra cosa, porque entonces Su Majestad estaba en Flandes y era
mancebo, y como sabían que el obispo de Burgos, que era el presidente de Indias, nos era muy
contrario, no le daban cuenta de muchas asuntos”. Cortés nunca paraba: dinos
sus siguientes pasos.
-Avec plaisir, mon petit. Tenía que ganarse a un capitán problemático y
con mucho carácter (del que ya hablamos): “Cortés tenía a Alonso de Ávila por
hombre atrevido y no estaba muy a bien con él porque había sido criado del
obispo de Burgos (Señor, Señor…), de
manera que siempre procuraba tenerle
apartado de su persona, y por contentarle le dio ciertos pesos de oro y un
pueblo que es de mucha renta. Le hizo así tan amigo y servidor suyo, que le
envió a Castilla, llevando 58.000 castellanos en barras de oro (unos 250 kg), y las joyas de la
recámara de Moctezuma (la descubrieron en
la 2ª entrada a México), que las tenía en su poder Cuauhtémoc; y fue un
gran presente para nuestro gran César (‘que
dádivas quebrantan peñas’, aunque sean regias). Le mandaba también una
relación de los acontecimientos más importantes, justificando de paso todo lo
que habían hecho contra las imposiciones de Fonsequita, “suplicándole que le
hiciese merced a Cortés de la gobernación de la Nueva España, y que fuese
servido mandar al obispo de Burgos que no se entrometiese en ninguna de
nuestras cosas, porque sería quebrar el hilo de la conquista de estas tierras;
y esto lo decíamos porque el obispo había mandado a dos oficiales de la Casa de
Contratación de Sevilla, que se llamaban Pedro de Isasaga e Juan López de
Recalde, que no permitiesen ninguna
ayuda de armas, ni soldados, ni favor alguno para Cortés ni para los soldados que con él estábamos”.
No sabes, hijuelo mío, cuánto me alegro de que mi nombre no aparezca tan
comprometido en el extraordinario libro de Bernal. (Me libré por los pelos:
acababa de emprender el maravilloso viaje hacia
Quántix, el Reino de la Risa. Pero recuerdo con pena que Isasaga me
tenía gran inquina, y el rapaz Recalde trató de mermar, a su favor, la herencia
de mi hijo Luis, que apenas llegaba a los doce años). Las travesías del
Atlántico eran un aspecto más de la lotería de calamidades que amenazaban a los
aventureros de Indias; por si no bastara con
las enfermedades, el hambre, las tormentas y los naufragios, siempre
había el riesgo de quedar atrapado por los garfios de los piratas. Alonso de
Ávila, acompañado de Antonio de Quiñones, partió el día 20 de diciembre de 1522
del puerto de la Vera Cruz con muchas joyas del fabuloso tesoro de Moctezuma y
tres jaguares que se les escaparon de las jaulas y tuvieron que matarlos,
quedando varios marineros heridos. El capitán Quiñones por su parte, al llegar
a las islas Azores, “como se preciaba de muy valiente y enamorado, se revolvió con
una mujer, e hubo cierta cuestión, y le dieron una cuchillada de la que murió.
Quedando solo Alonso de Ávila, siguió navegando camino de España, y no muy lejos topó con Juan Florín (Jean Fleury), corsario francés, que le
tomó el oro y los dos navíos, y lo llevó preso a Francia”. El rey francés se
maravilló de aquellas riquezas, y “le mandó recado a nuestro emperador pidiendo
que le mostrase el testamento de nuestro padre Adán para ver si solamente había
dejado como herederos de las tierras de Indias a España y Portugal. E luego le
tornó a mandar al Florín que fuese con otra armada a buscarse la vida por el
mar, pero dio con cuatro navíos vizcaínos que lo desbarataron y lo prendieron.
Cuando lo supo Su Majestad ordenó que se hiciese justicia, y en el puerto del
Pico lo ahorcaron”. Alonso de Ávila, tras dos años encarcelado en Francia, volvió
a México, muriendo trágicamente en una
de las duras expediciones de las que formó parte.
(Foto: Ahí vemos al soberbio rey francés Francisco I, la bestia parda de
nuestro Carlos V, de cuya caballerosidad abusó cuanto pudo, que fue mucho. En
cuanto se hizo con las maravillas que Cortés le mandaba de Indias a su
emperador, exigió guasonamente ver el testamento de Adán. Su corsario de origen
florentino Jean Fleury terminó en la horca española, pero fue el primero de una
larga lista de piratas franceses, holandeses e ingleses que se pasaron siglos
dando la tabarra en Las Indias).
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