(109) –Qué
peligrosas, joven, las tropas sin un
jefe con autoridad.
-Lo vamos a ver, docto clérigo, en la propia salsa de las de Garay. Había
perdido el respeto de muchos soldados, pero seguía siendo oficialmente el
representante del rey y cabeza única del mando. Lo peor ocurrió cuando se fue a
México para negociar con Cortés; su ejército se quedó en la zona de Pánuco bajo
el supuesto control de su joven hijo, pero ni los capitanes (entre ellos Juan
de Grijalva) ni los soldados “le acataban, sino que se juntaban en grupos y
andaban robando por los pueblos y tomando las mujeres por fuerza como si
estuvieran en tierra de moros. Y cuando lo vieron los indios, se concertaron
para matarlos, y en pocos días sacrificaron y comieron a más de 500 españoles”.
Incluso se atrevieron a atacar la Villa de Santisteban, fundada por Cortés,
matando a Vallejo, el capitán que regía la población. “Y Cortés tuvo tanto
enojo que de presto mandó a Sandoval que fuese con 150 soldados y 8.000
tlaxcaltecas y mexicanos. Como era muy ardido (intrépido) y cuando le mandaban cosa de importancia no dormía, no tardó en llegar”. Pero tuvo que
pelear duramente y sin tregua hasta poder entrar en la villa. “Los vecinos le
dieron gracias y loores por haber ido a socorrerles”. Todo cambió, porque ahora
sí había orden y mando. Como de costumbre, Bernal ensalza las virtudes de su
admirado amigo Sandoval. Ahora tocaba seguir con la tarea, que no era fácil.
Orillando a los revoltosos capitanes de Garay, Sandoval mandó a siete “de los
de Cortés”, que, al frente de varios grupos, “fuesen a por maíz y bastimento, y
a hacer guerra, prendiendo solamente a los caciques que mataron a los
españoles; resultó que apresaron hasta 20 que habían tenido que ver en la
muerte de más de 500 soldados de Garay”. Sandoval le escribió a Cortés
solicitando órdenes al respecto. “Y al saberlo, se holgó mucho de que la
provincia estuviese otra vez en paz, e dijo Cortés delante de todos sus
capitanes: ‘¡Oh, Gonzalo de Sandoval, qué en gran deuda os soy, e cuántos
trabajos me habéis quitado!’. Y allí todos le loaron mucho diciendo que era muy
extremado capitán, e que se podía nombrar entre los más afamados. Luego Cortés escribió diciendo
que enviaba a Diego de Ocampo para que se hiciese información contra los
caciques, e lo que se sentenciase por justicia, se ejecutase”. Nunca faltaba el
ropaje del protocolo. Prosiga el mosén.
-Pero la decisión ya estaba tomada de
antemano: el juicio no era más que una forma de ‘vestir el muñeco’. En cuanto
llegó Ocampo, “hicieron proceso contra los capitanes e caciques que mandaron la
muerte de los españoles, y por sus confesiones, se pronunció sentencia contra
ellos, quemaron y ahorcaron a algunos, y a otros los perdonaron, y dieron los
cacicazgos a sus hijos y hermanos, según convenía en Derecho”. También se puso
remedio al conflicto entre españoles, “y se mandó que se embarcase en un navío
a los alborotadores, enviándolos a la isla de Cuba. Hecho esto, Sandoval y
Ocampo dieron la vuelta para México, y fueron bien recibidos de Cortés y de
toda la ciudad. Y en adelante no se tornó más a levantar aquella provincia”.
Así, pues, santo remedio: Sandoval rara vez fallaba. En esas fechas llegó a
México el licenciado Alonso de Zuazo (a quien alude certeramente mi queridísimo
secretario en la maravillosa biografía que me escribió). Le había rogado Garay
que, como influyente funcionario real, intermediara ante Cortés para que le
respetara sus derechos de exploración. Pero llegó cuando ya había fallecido
Garay, y tras un viaje por mar muy accidentado. Para salvarse en una islita,
“echaron muchos tocinos al agua y otras cosas, con el fin de aligerar el navío,
y fueron tantos tiburones a los tocinos, que encarnizados con ellos, apañaron a
uno de los marineros que bajaron al agua, lo despedazaron y lo comieron”.
Consiguió Zuazo llegar a México, y
Cortés lo recibió por todo lo alto, ‘trabajándole’ tan primorosamente, por si
acaso, que hasta le hizo alcalde mayor de la ciudad.
(Foto 1ª.- Por nadie muestra Bernal más afecto que por Gonzalo de
Sandoval, algo más joven que él, y los dos, mancebos en aquel tiempo. Era de
Medellín, como Cortés. El monumento de la foto está dedicado al cacique Colimán,
muy duro de pelar. Cristóbal de Olid lo sometió, pero volvió a rebelarse cuando
el bravo, pero enamoradizo, capitán retornó a México presuroso para caer en
brazos de su bella esposa (Bernal dixit). Foto 2ª.- Fue Sandoval el que remató la faena. En el relieve que hay debajo
de la poderosa figura de Colimán, se ve cómo el cacique hace las paces con él.
Fueron tan definitivas que Sandoval fundó entonces la ciudad de Colima (costa
del Pacífico), que es donde se le ha erigido
esa estatua al cacique peleón).
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