(525) Pero se rehizo: “Vio que le convenía apretar las manos y armar
bien su ejército, pues contra él se juntaba todo el poder del Perú. Por tener
sospecha (de la fidelidad) de Martín Carrillo e de un vecino del Cuzco,
los mandó prender, y escribió a la ciudad de Arequipa una carta a un tal
Idiáquez, al que tenía por amigo, pidiéndole consejo sobre lo que haría con
ellos, y le contestó que lo que le convenía era ni llevarlos ni dejarlos (o
sea, matarlos), y, aunque Don Diego entendió bien la respuesta, no quiso
usar de tanta crueldad, sino dejarlos presos, y, al cabo de pocos días, los
soltó”.
Diego de Almagro el Mozo salió con parte de su tropa del Cuzco, donde
dejó el resto de los soldados bajo el mando del General Juan Balsa (“hombre
de poco ánimo”, comenta Cieza), estando previsto que les alcanzaran después,
y quedando como Teniente de Gobernador de la ciudad Juan Rodríguez Barragán.
Pero Diego de Almagro iba de susto en susto. Da pena verlo tan joven y
enfrentado a incidentes tan graves. Y, esta vez, no le va a quedar más remedio
que ser implacable: “Estando ya Don Diego fuera del Cuzco, le avisaron de que
había algunos que querían huir a pasarse a los enemigos, los cuales eran Pedro
Picón, Alonso díaz y Juan Montañés, todos bien valientes e animosos.
Pareciéndoles mal la empresa que traían, querían, dejando a su Capitán, pasarse
al que venía en nombre del Rey, e, incluso, con poder de perdonarlos. Y, aunque
con mucho secreto quisieron salir de su campo, Don Diego lo supo, y pronto
fueron apresados e sentenciados a muerte, la cual les fue dada con un cordel e
un garrote, para que escarmentasen en ellos los demás”. Una y otra vez nos
muestra Cieza los conflictos internos que había en la tropa de Almagro el Mozo,
así como la sensación de que su moral era muy baja: no era ninguna broma
rebelarse contra la Corona.
Lo que nos cuenta a continuación puede servirnos para entender por qué,
como vimos en una imagen anterior, Diego Méndez, Gómez Pérez y otros cinco
españoles, huyendo para salvar sus vida tras la derrota de Chupas, fueron
acogidos por Manco Inca, el rebelde emperador (con pocas tropas, pero
legítimo): “Manco Inca, sabiendo los movimientos que había entre los españoles,
que Vaca de Castro estaba en Jauja y alguna de su gente en Huamanga, y que Don
Diego estaba fuera del Cuzco, como él aborrecía en tanta manera a los Pizarro,
envió mensajeros a Don Diego, diciéndole que se había retirado a Victos y
Vilcabamba, y abandonado su patria por el mal tratamiento que Pizarro le hizo,
e por el mucho oro que le pedía, por la cuales causas movió guerra contra los
cristianos, e la tuvo hasta que su padre (el del Mozo) vino de Chile, y
le rogaba que, por la amistad que tenía con él, fuese a Huamanga, pues allí le
saldría de paz. Le hacía saber que Vaca de Castro estaba en Jauja con potente
ejército, e que en Huamanga tenía alguna gente”. Lo que quiere decir que, a
pesar de que Manco Inca también había luchado contra Diego de Almagro el Viejo
(recién venido de Chile) durante el cerco en que mantuvo a la ciudad del Cuzco,
conservaría algún buen recuerdo de los intentos de paz que hubo entre ellos, y
es posible que aún tuviera la esperanza de negociar con los almagristas una
alianza que le asegurase un futuro más tranquilo que bajo el dominio de los
pizarristas.
(Imagen) Cuando Jerónimo de Aliaga (al que he dedicado la imagen
anterior) hizo un viaje a España, actuó como testigo en la valoración de
méritos y servicios de un sevillano llamado HERNÁN MEJÍA DE MIRAVAL. Hay que
hablar de él porque, si bien ahora está olvidado, brilló mucho en las tierras
peruanas y chilenas. Su mayor proyección fue muy posterior a las guerras
civiles, aunque en 1546 se unió a las tropas de Pedro de la Gasca cuando,
asombrosamente, solo tenía 15 años. Da que pensar que, dos años después,
aparezca en la decisiva batalla de Jaquijaguana un Hernán Mejía como capitán de
arcabuceros. O este Mejía era otro, o ‘el nuestro’ tenía que ser mayor de lo
que se cuenta. Tras derrotar La Gasca a Gonzalo Pizarro en ese encuentro, envió
una expedición a la actual zona argentina de Tucumán para, entre otras coas,
establecer un asentamiento que facilitara una ruta directa desde Lima hasta
Buenos Aires. Hernán Mejía se apuntó a la aventura, y eso marcó el resto de su
trayectoria. Desarrolló una actividad frenética y participó en muchas fundaciones,
entre ellas la de la ciudad, hoy todavía muy importante, de Santiago del
Estero. Tuvo también Mejía un curioso
proyecto, que, al parecer, no cuajó. Quizá fuera en gran parte una fantasía
suya, pero se lo expuso al Rey con datos que ya vimos anteriormente, porque
hace referencia a la fracasada expedición que financió el obispo Gutierre de
Carvajal. Le decía al Rey que, “de aquella armada, enviada hacía muchos años,
habían quedado perdidos como mil hombres, que estaban ya avecindados en aquella
tierra, y se ofrecía a descubrirlos y encontrar el mucho oro y plata que allá
había”. Tenía tal prestigio de capacidad y honradez, que en 1590 fue comisionado,
por decisión unánime de los residentes en tierras tucumanas, para ir a España y
conseguir de la Corona beneficios y ventajas administrativas. Tras el viaje, se
apagó su rastro. Murió hacia el año 1593, y, casi con toda seguridad, en
España, aunque se discute si en Sevilla o en Madrid.
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