jueves, 24 de octubre de 2019

(Día 936) Cieza empieza a exponer los preparativos de la batalla decisiva. Ensalza la valía de los almagristas, pero su número era menor. Un clérigo que venía de Lima les aseguró que Vaca de Castro no contaba con tantos hombres como se decía.


      (526) Las informaciones de Manco Inca pusieron en acción inmediata a Diego de Almagro el Mozo: “Oído lo que decimos, mandó que saliese con toda furia Juan Balsa del Cuzco con el resto de los soldados que allí había, y ordenó a su Teniente, Juan Rodríguez Barragán, que tuviese gran cuidado de la ciudad”. Partió Juan Balsa de inmediato, y alcanzó al resto del ejército en Jaquijaguana, donde se había aposentado Diego de Almagro el Mozo. Era una buena tropa, y Cieza subraya que había algunas ausencias irreparables: “La gente que allí estaba junta, si no les faltara Juan de Rada o Sotelo, ciertamente, podrían acometer cualquier gran hecho, aunque muy dificultoso fuera”.
     Estamos ya en los preámbulos de la gran batalla de Chupas, y Cieza le va a dedicar una atención especial a lo que fue sucediendo, consciente de su gran importancia histórica. Como excelente investigador, nos mostrará íntegras algunas de las cartas que se cruzaron entre los dos bandos, en un intento desesperado (sobre todo por parte de los almagristas) de evitar el choque, pues era de prever que, dada la valentía y profesionalidad de los contendientes, resultaría muy sangriento. Será necesario resumir el extenso relato, pero procurando conservar el dramatismo de aquella batalla fratricida.
     Cieza empieza la narración de la inminente guerra alabando la perfecta disposición del ejército de Almagro (y, al mismo tiempo, anuncia su próximo desastre): “Llevaban tan buen orden que ninguna otra tropa de este reino lo ha llevado mejor. Entre todos los soldados había  afinidad e distribución muy conjunta, pero la mutación del tiempo e su fragilidad presto les cubrió a todos de una calamidad tan grande como los cerros de Chupas darán testimonio para siempre. No embargante el  buen orden que tengo dicho, y que había capitanes animosos, soldados valentísimos y artillería excelente, pareciéndoles que eran pocos para resistir a los muchos enemigos que contra ellos se estaban juntando, Don Diego y los capitanes de quienes él más se fiaba entraron en consulta para tratar sobre lo que debían hacer y más sano les sería”.
     ¿Cómo no pensar en lo angustioso de la situación? En ambos bandos sabían que muchos iban a morir en la batalla, e incluso después de  ella si resultaban derrotados. Quienes estaban especialmente preocupados eran los almagristas, por considerarse en inferioridad de condiciones. No solo de fuerza militar, sino que también les pesaría en el ánimo su situación de rebeldes contra el representante legal del Rey. Su primera decisión fue rehuir, de momento, el encontronazo. Se desplazaron hasta el puente de Apurima, lo repararon y pasaron al otro lado del río. Pero entonces les llegaron noticias alentadoras, aunque habrá que esperar a que Cieza nos diga si eran veraces: “Un clérigo llamado Márquez, el cual venía de Lima, llegó a aquel lugar, e fue muy bien recibido por Don Diego y su gente, y les dijo que no temiesen dar la batalla a Vaca de Castro, porque la gente que había juntado no era tanta como se decía. Con las pláticas de este clérigo tomaron ánimo, diciendo Martín de Bilbao e otros capitanes que se diese batalla a Vaca de Castro. También Don Diego estaba conforme, y, entre todos, se decidió hacerlo. Después el padre Márquez dijo misa delante de todos los españoles, y, acabada, juró, por aquel Cuerpo verdadero de Dios que en el cáliz había estado, que lo que había dicho a los capitanes e caballeros del campo era verdad. E, oído el juramento, todos se alegraron”.

     (Imagen) Nos hemos dejado atrás a JUAN PÉREZ DE GUEVARA, nacido en 1512, al que ya dediqué una imagen sobre su meritoria fundación (en varias fases) de la ciudad de Moyobamba. Habría mucho más que contar de este gran personaje. Añadiré algo. Como vimos recientemente, Vaca de Castro le encargó que retuviera en el puerto de Lima una nave para poder huir si vencían los almagristas. Por esa razón, Guevara no participó en la decisiva batalla de Chupas, evitando todo riesgo, pero sin poder presumir en su hoja de servicios de haber estado en ella. Sin embargo, su vida posterior fue novelesca. Su vieja fidelidad a Pizarro le hizo cometer un grave error. Se puso al servicio de Gonzalo Pizarro, y parece ser que intervino a su lado en la batalla de Iñaquito, donde fue derrotado y asesinado el virrey Núñez Vela. Poco después se dejó convencer por Lorenzo de Aldana, uno de esos hombres que brillaron por su sentatez en las Indias, y decidió enrolarse en las fuerzas leales a la Corona. Más tarde batalló bajo el mando de otro gran sensato, Pedro de la Gasca, el repesentante del Rey. Tuvo posteriormente una participación estelar luchando, como Capitán de la Caballería, contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón. Lo derrotó y apresó, pero salió malherido. En un informe se dice: “Recibió cuatro arcabuzazos, el más grave en la cara, sin abandonar su puesto hasta desbaratar las tropas de Hernández Girón”. La Audiencia de Lima le reconoció mucho mérito por haber resistido y vencido a unos enemigos muy numerosos y bien armados. Demostró también ser magnánimo en la victoria, porque se limitó a desterrar a enemigos que había apresado. Como era de suponer, el que no se libró de ser ejecutado fue Francisco Hernández Girón. El año 1569 falleció en Moyobamba JUAN PÉREZ DE GUEVARA, dejando allí siete hijos a cargo de su mujer, María de Carvajal.



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