(60) Me voy a tomar ahora una pequeña libertad
hablando de un sencillo tema que creo interesante, aunque apenas tiene que ver
con la tremebunda historia de la conquista de Perú. Se trata de unos datos relativos a Sancho Ortiz de Matienzo en
los que me ha tocado cierto protagonismo
(que sus mercedes me perdonen).
Vimos ayer cómo Pizarro fue enviado por Carlos V al Consejo de Indias
para establecerle las condiciones de su licencia de conquista en Perú. Las
funciones de ese organismo las cumplía anteriormente la Casa de la Contratación
Indias, que estaba situada en Sevilla. Allí trabajaba Sancho con suma
autoridad. Tuvo que conocer a Cortés cuando partió para Santo Domingo el año
1504 y siguió, sin duda, muy al tanto de sus proezas por México ya que recibía
en su despacho los relatos oficiales de los hechos de Indias. Es probable que
también conociera personalmente a Pizarro cuando andaba por Sevilla como uno
más de los que salieron para ultramar, y es de suponer que le llegara
información después de sus correrías bajo el mando de Pedrarias Dávila, pero
nada pudo saber de sus logros en Perú porque él murió en 1521.
En los tres años que dediqué a recoger
datos para escribir la biografía de Sancho, siempre quise encontrar algún
retrato suyo. Como poderoso canónigo (y también piadoso a pesar del lado oscuro
de su vida), fundó un convento en su pueblo natal, Villasana de Mena (Burgos),
en el que instaló un magnífico retablo pintado por el gran artista Alejo
Fernández. En él, como donante del mismo, aparecía arrodillado Sancho. Lo
pudieron contemplar a diario durante más de cuatrocientos años las monjas de
clausura. El año 1936, empezada la guerra civil, el retablo desapareció, robado
o destruido. Solo quedaron como recuerdo unas fotografías en blanco y negro; yo
ya estaba, pues, resignado a no encontrar un retrato presentable de Sancho.
Alguien me informó de que las monjas, que
habían abandonado el convento de Sancho el año 1976, continuaban la clausura en
Mondragón (Guipúzcoa). Fui a visitarlas por el gusto de conocerlas y para
hablar de sus viejas historias, esperando incluso que supieran cosas de Sancho
que yo no conocía. Quedaban dos, la madre Mari Carmen, abadesa, y la hermana
Conchita, con más de setenta años y siempre juntas desde que, con apenas 20,
ingresaron en el convento de Mena. Resultaron entrañables, y hasta maternales:
me regalaron mermelada conventual para largo tiempo, entregándomela tras abrir
pudorosamente la reja. Y, cuando ya me iba a marchar, la abadesa me dijo que
esperase porque quería enseñarme algo. Volvió al poco tiempo y traía a cuestas
un cuadro bastante grande y, al parecer, pesado. Le dio la vuelta, me lo mostró
de frente y me dijo: es el retrato de nuestro fundador, Sancho Ortiz de
Matienzo. Me quedé hipnotizado. Tanto que, cuando ya salí del convento, me
sentí como el peor investigador del mundo. Lo único que había hecho bien fue
desenfundar la máquina de fotos y disparar rápidamente, como en el Oeste. Pero
no tuve reflejos para conseguir detalles sobre el cuadro: cuál era su origen,
desde cuándo lo tenían, quién era el pintor (aunque en la foto pude ver que lo
firmaba José Díaz Fernández)… Un cuadro que, evidentemente, estaba muy bien
pintado.
(Imagen) Mañana terminaré la historia,
pero añado ahora otra también
relacionada con el retrato. Sancho, nostálgico de su terruño, fundó el convento
de Mena y trajo de Sevilla un regalo curioso. Mandó labrar artísticamente en
piedra una representación de la torre de la catedral de Sevilla (la Giralda),
donde se la ve en toda su pureza árabe,
como era entonces, con algo menos de altura y sin la estatua que ahora tiene
encima. Lleva grabado, en letra gótica antigua, el siguiente texto: “Esta es la
torre de la sancta iglesia de Sevilla donde fue canónigo el doctor Sancho Ortiz
de Matienzo, que hizo esta capilla. Acabose año del Señor de mil CCCCC e IX
años (1509)”. Esa pieza es una joya
artística e histórica, y está puesta sobre la pila de agua bendita en la
parroquia de Villasana de Mena. Por encima de la lápida queda libre un trozo de
pared que está como suplicando la colocación de un retrato del donante, Sancho Ortiz de Matienzo.
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