sábado, 26 de agosto de 2017

(Día 470) Una pequeña escapada de la historia de Pizarro y el Perú. Hallazgo de un retrato de Sancho Ortiz de Matienzo.

     (60) Me voy a tomar ahora una pequeña libertad hablando de un sencillo tema que creo interesante, aunque apenas tiene que ver con la tremebunda historia de la conquista de Perú. Se trata de unos  datos relativos a Sancho Ortiz de Matienzo en los que me ha tocado cierto protagonismo  (que sus mercedes me perdonen).  Vimos ayer cómo Pizarro fue enviado por Carlos V al Consejo de Indias para establecerle las condiciones de su licencia de conquista en Perú. Las funciones de ese organismo las cumplía anteriormente la Casa de la Contratación Indias, que estaba situada en Sevilla. Allí trabajaba Sancho con suma autoridad. Tuvo que conocer a Cortés cuando partió para Santo Domingo el año 1504 y siguió, sin duda, muy al tanto de sus proezas por México ya que recibía en su despacho los relatos oficiales de los hechos de Indias. Es probable que también conociera personalmente a Pizarro cuando andaba por Sevilla como uno más de los que salieron para ultramar, y es de suponer que le llegara información después de sus correrías bajo el mando de Pedrarias Dávila, pero nada pudo saber de sus logros en Perú porque él murió en 1521.
    En los tres años que dediqué a recoger datos para escribir la biografía de Sancho, siempre quise encontrar algún retrato suyo. Como poderoso canónigo (y también piadoso a pesar del lado oscuro de su vida), fundó un convento en su pueblo natal, Villasana de Mena (Burgos), en el que instaló un magnífico retablo pintado por el gran artista Alejo Fernández. En él, como donante del mismo, aparecía arrodillado Sancho. Lo pudieron contemplar a diario durante más de cuatrocientos años las monjas de clausura. El año 1936, empezada la guerra civil, el retablo desapareció, robado o destruido. Solo quedaron como recuerdo unas fotografías en blanco y negro; yo ya estaba, pues, resignado a no encontrar un retrato presentable de Sancho.
     Alguien me informó de que las monjas, que habían abandonado el convento de Sancho el año 1976, continuaban la clausura en Mondragón (Guipúzcoa). Fui a visitarlas por el gusto de conocerlas y para hablar de sus viejas historias, esperando incluso que supieran cosas de Sancho que yo no conocía. Quedaban dos, la madre Mari Carmen, abadesa, y la hermana Conchita, con más de setenta años y siempre juntas desde que, con apenas 20, ingresaron en el convento de Mena. Resultaron entrañables, y hasta maternales: me regalaron mermelada conventual para largo tiempo, entregándomela tras abrir pudorosamente la reja. Y, cuando ya me iba a marchar, la abadesa me dijo que esperase porque quería enseñarme algo. Volvió al poco tiempo y traía a cuestas un cuadro bastante grande y, al parecer, pesado. Le dio la vuelta, me lo mostró de frente y me dijo: es el retrato de nuestro fundador, Sancho Ortiz de Matienzo. Me quedé hipnotizado. Tanto que, cuando ya salí del convento, me sentí como el peor investigador del mundo. Lo único que había hecho bien fue desenfundar la máquina de fotos y disparar rápidamente, como en el Oeste. Pero no tuve reflejos para conseguir detalles sobre el cuadro: cuál era su origen, desde cuándo lo tenían, quién era el pintor (aunque en la foto pude ver que lo firmaba José Díaz Fernández)… Un cuadro que, evidentemente, estaba muy bien pintado.
    

     (Imagen) Mañana terminaré la historia, pero añado ahora otra  también relacionada con el retrato. Sancho, nostálgico de su terruño, fundó el convento de Mena y trajo de Sevilla un regalo curioso. Mandó labrar artísticamente en piedra una representación de la torre de la catedral de Sevilla (la Giralda), donde se la ve  en toda su pureza árabe, como era entonces, con algo menos de altura y sin la estatua que ahora tiene encima. Lleva grabado, en letra gótica antigua, el siguiente texto: “Esta es la torre de la sancta iglesia de Sevilla donde fue canónigo el doctor Sancho Ortiz de Matienzo, que hizo esta capilla. Acabose año del Señor de mil CCCCC e IX años (1509)”. Esa pieza es una joya artística e histórica, y está puesta sobre la pila de agua bendita en la parroquia de Villasana de Mena. Por encima de la lápida queda libre un trozo de pared que está como suplicando la colocación de un retrato del donante,  Sancho Ortiz de Matienzo.


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