miércoles, 16 de agosto de 2017

(Día 461) Pizarro visita a los indios. La cacica le recibe con todos los honores. No pierde la ocasión de hablarles a los nativos del ‘Requerimiento’; se lo toman a risa. Halcón se trastorna del todo. Con permiso de los caciques, Pizarro se lleva como intérpretes a dos indios.

     (51) En la mañana del día siguiente llegaron las balsas de los indios y descendieron del barco todos los españoles, menos los marineros. La cacica y sus notables  los esperaban. Lo dicho, una película hawaiana: los recibieron junto a la playa con ramos verdes y espigas de maíz, les ofrecieron asiento en un amplio espacio cubierto de ramas y comida abundante con  los más diversos manjares, y después, se supone que al ritmo de las olas y con una brisa suave, “por hacer más fiesta al capitán, los principales indios que allí estaban, con sus mujeres, bailaron y cantaron según su costumbre; el capitán estaba muy alegre por ver que eran tan entendidos y domésticos; deseaba verse en Panamá para procurar la vuelta con gente bastante para sojuzgarlos y procurar su conversión”. Creo que, en este caso, Cieza no ve contradicción en las intenciones de Pizarro, sino que considera buenas las dos con tal de que se eviten los métodos brutales.
     Antes de partir, Pizarro les soltó a los indios el sermón que sabía de carrerilla: el ‘Requerimiento’. Les insistió en que sus dioses eran falsos y sus ritos inútiles,  y les dijo que volverían con sacerdotes que les explicaran la doctrina verdadera, y que entonces tomarían posesión de aquellas tierras en nombre del emperador; “les pidió que, en señal de obediencia, levantaran una bandera que les puso en las manos, y la alzaron tres veces riéndose, teniendo por burla todo lo que les había dicho, porque ellos no creían que en el mundo hubiese otro señor tan grande y poderoso como Huayna Cápac”. Terminadas las despedidas, los españoles se embarcaron y nuestro ‘Romeo’ se descontroló: “Halcón, cuando vio que se apartaba de la cacica, fue a rogarle a Pizarro que lo dejasen en aquella tierra entre los indios. Pero  no quiso porque era de poco juicio y para que no los alterase, lo cual sintió tanto Halcón, que luego perdió el seso y se tornó loco, diciendo a grandes voces: ‘Xora, xora, bellacos, que esta tierra es mía y de mi hermano el rey y me la tenéis usurpada’, y con una espada quebrada fue para ellos. El piloto, Bartolomé Ruiz le dio con un remo un golpe, de que cayó en el suelo, y metióronlo debajo de cubierta, echándole una cadena”.
     En ese camino de vuelta llegaron a otro puerto (Cieza no lo nombra pero estaban todavía cerca de Tumbes). Lo que ocurrió fue un calco del ‘show’ de Santa Cruz: fraternal recibimiento, regalos mutuos,  el inevitable ‘rollo’ del requerimiento después de levantar tres veces los indios la bandera española, y risas generales cuando Pizarro les hablaba de un rey mucho más poderoso que Huayna Cápac. “Cuando iban a volver al navío, Pizarro rogó a los principales que le diesen unos muchachos para que aprendiesen la lengua y supiesen hablarla cuando volviesen. Diéronle un muchacho a quien llamaron Felipillo y otro a quien pusieron don Martín”. Cieza, en esta ocasión, resulta algo confuso. En realidad, ya estaban esos dos nativos con los españoles desde que Bartolomé Ruiz apresó a varios indios de Tumbes antes de que se quedaran los 13 de la fama en la isla del Gallo. Lo que ocurrió parece ser, más bien, que Pizarro les rogó a los principales que le permitieran seguir llevando en su compañía a los dos muchachos.


     (Imagen) Hubo famosos intérpretes indios, varios muy leales y otros enredadores, envenenando con sus chismes. Vivían cuidadosamente tratados, por ser indispensables. Rizando el rizo de la perfección, algunos fueron enviados a España para mejorar su  castellano. Pero el  caso más excepcional y positivo, fue el de Doña Marina (la Malinche), hija de un cacique maya que la entregó a unos indios de lengua náhuatl, quienes, a su vez, se la regalaron a Cortés. Resultó una inteligente y maravillosa mujer (que no me oigan algunos mexicanos); fue más que intérprete, pues también asesoraba y cuidaba a los españoles, que la tuvieron siempre en la mayor estima. Al principio, el soldado Aguilar, que aprendió el maya siendo esclavo de los indios, le traducía a Doña Marina del castellano, y luego ella se lo comunicaba a los aztecas.


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