miércoles, 9 de agosto de 2017

(Día 455) Llega con ayuda el barco pilotado por Bartolomé Ruiz. Dejan a la espera algunos enfermos en la Gorgona e inician una placentera aventura de seis meses de navegación y amistosa relación con los indios.

     (45) Pizarro y los trece se turnaban para otear ansiosamente el horizonte: “Aguardaban el navío como si fuera la salvación de sus almas; tanto lo deseaban que los celajes  que se hacían (poético Cieza) bien dentro de la mar, se les antojaba que era él, y como pasara tanto tiempo sin su llegada y estaban muy acongojados y desesperados, tenían determinación de hacer balsas para volverse a Panamá. Vieron un día, lejos en la mar, que venía el navío (¡tras cinco meses de terrible espera!), de lo que recibieron tanta alegría que, de gozo, no podían hablar. Tomó puerto en la isla, saliendo luego en tierra el piloto Bartolomé Ruiz con algunos marineros y se abrazaron unos con otros con gran placer”. Otra vez se habían salvado de milagro, cuando estaban a punto de abandonar la isla, y, aunque eufóricos de momento, el pequeño grupo iba a continuar solo  contra todo tipo de adversidad. Pero, al menos, ya contaban con el triunfo de poder seguir hacia su objetivo y con la ilusión de encontrar las pruebas definitivas  de la existencia de un rico imperio. Porque ahora solo se trataba de eso, no de conquistarlo. ¿Bastarían seis meses?
     ¡Oro!, el tiempo iba a ser tan precioso como el oro para avanzar al máximo y descubrir si existía en abundancia en algún reino por conquistar, pero, de momento, tratando a los indios, de ser posible, con la máxima delicadeza, puesto que ellos eran muy pocos para luchar. Tan pocos que el grupo había mermado (a efectos militares, los marineros no contaban). “Acordaron que estuviesen en la Gorgona todos los indios e indias que tenían de servicio y, para guarda de ellos, los tres españoles más enflaquecidos, Peralta, Trujillo y Páez. Los indios de Tumbes subieron al navío porque ya sabían hablar castellano y convenía tenerlos como lenguas. Fueron navegando y, dentro de veinte días, vieron una isla (dedicada a ritos sagrados pero desierta) que estaba enfrente de Tumbes  y cerca de la de Puná, a la que pusieron por nombre Santa Clara. Los indios de Tumbes, cuando la vieron, reconociéronla y con alegría decían al capitán cuán cerca estaban de su tierra”. En el templo de la isla había muchos objetos de oro y plata. Los indios de Tumbes le dijeron a Pizarro que eso era una miseria comparado con lo que podrían ver más adelante. “Los españoles estaban muy alegres, y Pizarro se lamentaba de los que se fueron con Juan Tafur, pues por no venir con él, no tendrían parte en hacer entonces algún gran hecho en la tierra”. Parece claro que Pizarro practicaba  la política de la buena imagen para evitar la desconfianza de los indios, renunciando al pillaje y limitándose quizá a coger algunas joyas y objetos típicos que sirvieran como prueba de la riqueza y el nivel cultural de las gentes que iban conociendo. Siguieron navegando, vieron varias canoas de indios y los obligaron a subir a bordo. Eran guerreros de Tumbes que se dirigían a pelear con los de Puná, enemigos suyos. “Pizarro les hizo entender que no los detenían para los tener cautivos, sino para ir juntos a Tumbes. Holgáronse de oír esto y estaban admirados de ver el navío y los instrumentos, y a los españoles tan blancos y barbados”. Pizarro los dejó en Tumbes, “y les repitió que no venía a les dar guerra ni hacerles enojo ni mal ninguno, sino a conocerlos y tenerlos por amigos, y les pidió que así se lo dijesen a sus caciques”. Tumbes está ya en territorio peruano, lo que indica que el ansia de descubrir les daba alas.


     (Imagen) Zarparon en el barco hacia el sur, pero no para conquistar, puesto que eran un grupo minúsculo, sino para tomar nota con todo detalle de aquella cultura desconocida. Pizarro ordenó que nadie se atreviera a maltratar a los nativos o abusar de ellos. Durante seis meses, iba a ser un viaje asombroso, casi como para que aquellos eternos atormentados sintieran vergüenza de convertirse en turistas agasajados por los indios en todas partes, descubriendo maravillas y entregándose a la alegría de vivir. Los nativos disfrutaban y se asombraban viendo a gente tan extraña, y los españoles estaban comprobando que aquellos pueblos eran mucho más ricos y poderosos de lo que habían imaginado. Fue maravilloso mientras duró: unos y otros se dedicaron a hacer el amor, no la guerra.


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