jueves, 24 de agosto de 2017

(Día 468) Pizarro llega a España y las maniobras de Enciso lo llevan a la cárcel. Ya libre, es probable que se encontrara con Cortés. Se presenta ante Carlos V, quien lo remite al Consejo de Indias, y consigue el permiso de conquista con honores solamente para él, no para sus socios.

     (58) Pero hay algo muy importante que Cieza pasa de largo. Poner Pizarro el pie en Sevilla y ser metido en la cárcel fue todo uno. Hay que recurrir a la moviola para entenderlo. Aquel resentido Martín Fernández de Enciso que, por iniciativa de Núñez de Balboa y con el apoyo de los habitantes de Santa María de la Antigua (entre ellos Pizarro) había sido despojado de sus poderes y desterrado a España, no olvidaba. En la Corte había sido rehabilitado, incluso logrando puestos muy influyentes, y estaba al acecho de la llegada de cualquiera de sus enemigos de Indias para amargarles la existencia. Consiguió la detención de Pizarro acusándolo de deberle dinero. Bonito panorama: Pizarro, cuyo historial era una insufrible carrera de obstáculos y padecimientos, llega a España para librar la última y más difícil batalla en su intento de conseguir, por fin, el permiso y la colaboración del rey para la gloriosa campaña, y, ¡zas!, a la cárcel. Era el año 1528 y, como si algún viento astrológico favorable quisiera jugar a las casualidades históricas, estaba en la Corte, también para conseguir favores, el otro grande de Indias, Hernán Cortés, que había llegado en su primer viaje de vuelta a España con un séquito propio de un príncipe, algo que molestó a los cortesanos e incluso al rey. Pero Cortés era ya demasiado grande y, aunque no obtuvo todo lo que pretendía, lo cubrieron de honores. Con respecto a su ‘primo’  Pizarro, el rey ordenó su liberación tan pronto como fue informado y, aunque no se sabe si Cortés tuvo algo que ver con ese final feliz, es muy probable que los dos incomparables capitanes se vieran frente a frente para contarse sus (grandes) cosas. Solo faltó un reportero que los entrevistara a dúo: el uno, Cortés, tras conseguir un increíble triunfo, y el otro, Pizarro, con grandes posibilidades de llegar a su altura.
     Pizarro se fue a Toledo, donde estaba el rey, y le expuso sus deseos, hablándole de todo lo descubierto y de las maravillas que se podrían conseguir en Perú. Carlos V le escuchó con mucha atención y lo remitió directamente al Consejo de Indias para que tratara el asunto a fondo con los altos funcionarios de la casa. Iba a ser el momento clave de la negociación y, aunque no lo cuentan los cronistas, sería extraño que Pizarro no hubiera tenido anteriormente contacto con sus hermanastros (tiempo tuvo de sobra), por el gusto de verlos (y de conocerlos), así como por sentirse apoyado en momento tan decisivo. De ser así, el lógico interés de Pizarro por conseguir lo mejor para él (quizá refrenado por algún escrúpulo de honradez) se vería acrecentado con los ánimos y el propio deseo de tan jóvenes y apasionados parientes, especialmente con los del soberbio Hernando Pizarro. Los del Concejo de Indias se dieron cuenta de que Pizarro era oro molido y de que su historia merecía apostar fuerte, de manera que acordaron concederle todo lo que pedía ‘para él’. Sus socios Almagro y Luque (e incluso el piloto Bartolomé Ruiz) resultaron muy perjudicados. Ya vimos que el cronista Pedro Pizarro ‘asegura’ que no pudo ser de otra manera porque los del Consejo se cerraron en banda, e incluso le amenazaron a Pizarro con nombrar a otro para la empresa si él no aceptaba lo que proponían.


     (Imagen) Es casi seguro que Pizarro y Cortés, con cierto parentesco, no se vieron en Indias, aunque sí lo harían en España. Qué momento: Cortés, con 44 años y tras alcanzar la máxima gloria, iba entrando en la pendiente de un declive lento e imparable; Pizarro, con 51 años (un anciano en su época) y el mérito de innumerables batallas, sufridas casi en la sombra, tenía al alcance de la mano otro hito histórico, pero llegaba a España con la difícil misión de mendigarle al rey el permiso para alcanzar lo que aún parecía solamente un sueño. Cortés, el seductor; Pizarro, hombre de acción, pero no de palabras. Tuvieron en común otras dos cosas: la inmensa suerte de no perder la vida en el intento y la de estar a la par en la enorme importancia que han tenido sus conquistas. Fueron, sin duda, los más grandes de las Indias. Emociona ver sus estatuas en Medellín (Badajoz) y en Trujillo (Cáceres).


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