(58) Pero hay algo muy importante que
Cieza pasa de largo. Poner Pizarro el pie en Sevilla y ser metido en la cárcel
fue todo uno. Hay que recurrir a la moviola para entenderlo. Aquel resentido
Martín Fernández de Enciso que, por iniciativa de Núñez de Balboa y con el
apoyo de los habitantes de Santa María de la Antigua (entre ellos Pizarro)
había sido despojado de sus poderes y desterrado a España, no olvidaba. En la
Corte había sido rehabilitado, incluso logrando puestos muy influyentes, y
estaba al acecho de la llegada de cualquiera de sus enemigos de Indias para
amargarles la existencia. Consiguió la detención de Pizarro acusándolo de
deberle dinero. Bonito panorama: Pizarro, cuyo historial era una insufrible
carrera de obstáculos y padecimientos, llega a España para librar la última y
más difícil batalla en su intento de conseguir, por fin, el permiso y la
colaboración del rey para la gloriosa campaña, y, ¡zas!, a la cárcel. Era el
año 1528 y, como si algún viento astrológico favorable quisiera jugar a las
casualidades históricas, estaba en la Corte, también para conseguir favores, el
otro grande de Indias, Hernán Cortés, que había llegado en su primer viaje de
vuelta a España con un séquito propio de un príncipe, algo que molestó a los
cortesanos e incluso al rey. Pero Cortés era ya demasiado grande y, aunque no
obtuvo todo lo que pretendía, lo cubrieron de honores. Con respecto a su
‘primo’ Pizarro, el rey ordenó su
liberación tan pronto como fue informado y, aunque no se sabe si Cortés tuvo
algo que ver con ese final feliz, es muy probable que los dos incomparables
capitanes se vieran frente a frente para contarse sus (grandes) cosas. Solo
faltó un reportero que los entrevistara a dúo: el uno, Cortés, tras conseguir
un increíble triunfo, y el otro, Pizarro, con grandes posibilidades de llegar a
su altura.
Pizarro se fue a Toledo, donde estaba el
rey, y le expuso sus deseos, hablándole de todo lo descubierto y de las
maravillas que se podrían conseguir en Perú. Carlos V le escuchó con mucha
atención y lo remitió directamente al Consejo de Indias para que tratara el
asunto a fondo con los altos funcionarios de la casa. Iba a ser el momento
clave de la negociación y, aunque no lo cuentan los cronistas, sería extraño
que Pizarro no hubiera tenido anteriormente contacto con sus hermanastros
(tiempo tuvo de sobra), por el gusto de verlos (y de conocerlos), así como por
sentirse apoyado en momento tan decisivo. De ser así, el lógico interés de
Pizarro por conseguir lo mejor para él (quizá refrenado por algún escrúpulo de
honradez) se vería acrecentado con los ánimos y el propio deseo de tan jóvenes
y apasionados parientes, especialmente con los del soberbio Hernando Pizarro.
Los del Concejo de Indias se dieron cuenta de que Pizarro era oro molido y de que
su historia merecía apostar fuerte, de manera que acordaron concederle todo lo
que pedía ‘para él’. Sus socios Almagro y Luque (e incluso el piloto Bartolomé
Ruiz) resultaron muy perjudicados. Ya vimos que el cronista Pedro Pizarro
‘asegura’ que no pudo ser de otra manera porque los del Consejo se cerraron en
banda, e incluso le amenazaron a Pizarro con nombrar a otro para la empresa si
él no aceptaba lo que proponían.
(Imagen) Es casi seguro que Pizarro y
Cortés, con cierto parentesco, no se vieron en Indias, aunque sí lo harían en
España. Qué momento: Cortés, con 44 años y tras alcanzar la máxima gloria, iba
entrando en la pendiente de un declive lento e imparable; Pizarro, con 51 años
(un anciano en su época) y el mérito de innumerables batallas, sufridas casi en
la sombra, tenía al alcance de la mano otro hito histórico, pero llegaba a
España con la difícil misión de mendigarle al rey el permiso para alcanzar lo que
aún parecía solamente un sueño. Cortés, el seductor; Pizarro, hombre de acción,
pero no de palabras. Tuvieron en común otras dos cosas: la inmensa suerte de no
perder la vida en el intento y la de estar a la par en la enorme importancia
que han tenido sus conquistas. Fueron, sin duda, los más grandes de las Indias.
Emociona ver sus estatuas en Medellín (Badajoz) y en Trujillo (Cáceres).
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