martes, 1 de agosto de 2017

(Día 448) HUAYNA CÁPAC, el más grande emperador de Perú, se entera, poco antes de morir, de las andanzas de los españoles.

     (38) Dejémosle un momento a Almagro en Panamá con sus apuros administrativos (lo repescaremos de inmediato). Conviene explicar algo de la importancia del inca HUAYNA CÁPAC, del que trajo las primeras noticias Bartolomé Ruiz (tomaré datos del historiador Jorge Salvador Lara). Le quedaba entonces muy poco de vida al gran emperador, tras un historial extraordinario. Fue, sin duda, el más brillante rey de Perú. A principios del siglo XIII hubo una fuerte rivalidad expansiva entre varios pueblos peruanos, siendo todos vencidos por los incas, que situaron la capitalidad  de su imperio en dos puntos, El Cuzco  al sur (la principal),  y Quito al norte. Nunca dejaron de guerrear y someter. Huayna Cápac, nacido hacia 1460 en Tomebamba, fue nombrado emperador, teniendo pocos años (su nombre significa ‘el muy joven príncipe’), tras las habituales disputas hereditarias, asumiendo el poder y la responsabilidad de  mantener vigoroso el dominio de su pueblo. Los nativos de Quito eran difíciles de sujetar y, durante mucho tiempo, fueron una pesadilla para los incas. También se le sublevaron a Huayna Cápac, pero los volvió a someter rápidamente y de forma definitiva.  Tomó después como una de sus esposas, en sabia decisión política, a una princesa de los quitus (el pueblo vencido) llamada Paccha, de la que tuvo a Atahualpa, el que iba su ser su hijo más estimado.
     Huayna Cápac siempre sintió un amor especial por Quito, embelleciéndola y residiendo en ella muchos años, por lo que se convirtió en la verdadera corte del ‘Tahuantinsuyo’ (la denominación oficial del imperio inca). La palabra proviene de un nombre compuesto por dos vocablos quechuas: Tawa, que significa cuatro, y Suyo, que quiere decir estado, ya que el inmenso territorio, que fue el más grande y antiguo imperio desarrollado en el continente americano, estaba dividido administrativamente en cuatro partes. A este personaje se le podría haber llamado Huayna Cápac el Magnífico por haber superado en todo a los demás emperadores, no solo en dotes de gobierno sino también en espíritu emprendedor. Cieza recoge una descripción del gran inca: “Era Huayna Cápac, según dicen muchos indios que lo conocieron, de no muy gran cuerpo, pero bien hecho; de buen rostro y muy grave; de pocas palabras y muchos hechos; era justiciero y castigaba sin templanza. Quería ser tan temido que de noche le soñaran los indios”.
     Hacia el año 1526 Huayna Cápac decidió inspeccionar el imperio y empezó el viaje por Tomebamba. En ella se encontraba cuando recibió noticias de la aparición en la costa de Esmeraldas de una extraña embarcación y unos misteriosos hombres de rostros blancos y muy barbudos. Las noticias preocuparon al ya anciano monarca, regresó a Quito, siendo recibido por su hijo Atahualpa, quien, en su ausencia, estaba encargado del gobierno. Fue súbitamente afectado por una grave enfermedad y murió pronto, pero dejando claras sus últimas voluntades. Dividió el imperio en dos partes entre su hijos Huáscar y Atahualpa, ordenó que su cuerpo fuera enterrado en el Cuzco, como sus antepasados, pero, con un gesto sentimental, dispuso que se depositara su corazón en el Templo del Sol situado en Quito. Como uno más de los actos solemnes de su funeral, se sacrificaron a  mil personas.


      (Imagen) No sospechaba el piloto Bartolomé Ruiz que, cuando avanzaba por la costa ecuatoriana, estuvo a punto de abrasarse: a corta distancia, en Tomebamba, residía habitualmente el semidiós Huayna Cápac, el más grande emperador de los incas. Pero pronto supieron el uno del otro. Quizá con inconsciencia, a Bartolomé le pareció una gran noticia, y, paradójicamente, al gran emperador, algo funesto. Y así fue: murió y sus herederos entraron en guerra,  careciendo de la grandeza y sensatez del difunto. Solo así pudo llegar el increíble éxito de Pizarro (y, en parecidas circunstancias, el de Cortés). Cieza vio en este proceso la mano de la Providencia. Pero quizá tenga razón esta vez el aguafiestas Stephen Hawking al decir que, si existen los extraterrestres, más nos valdría que no vinieran.


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