(44) Esos catorce robinsones sufrieron todo
tipo de penalidades por el clima y la escasez de alimentos, aunque encontraron
los suficientes para subsistir. Las lluvias eran tan intensas, que le habían
puesto el nombre de Gorgona porque los numerosos ríos que descendían de la
montaña más elevada parecían los aculebrados cabellos de la diosa griega
Medusa, una de las tres mortíferas Gorgonas. Pero lo peor era la incertidumbre
durante la larga espera. Fueron cinco meses de angustia permanente. El piadoso
Cieza habla del consuelo espiritual que allí tenían: “Todas las mañanas daban
gracias a Dios, y a las noches lo mismo, diciendo la Salve y otras oraciones
como cristianos; y Dios quiso guardarlos de tantos peligros”.
Cuando llegó Juan Tafur con los navíos a
Panamá, los socios de Pizarro tuvieron otro tipo de dificultades: ya no se
trataba de peligros físicos, sino de la temible terquedad del gobernador,
quien, al saber que se había quedado Pizarro con trece insensatos en pleno
desamparo, “dijo que, si muriesen o los matasen los indios, que sobre ellos
cargase la culpa, pues no habían querido venir en los navíos con Juan Tafur. El
padre Luque y Diego de Almagro leyeron las cartas de Francisco Pizarro y
derramaron muchas lágrimas de compasión por él. Con voluntad de le enviar con
brevedad un navío, fueron al gobernador
a pedirle licencia para ello. Respondió que no quería dar tal licencia”. Pero
el gobernador Pedro de los Ríos debía de ser un hombre titubeante. Luque y
Almagro volvieron a la carga con razones de peso: no era justo convertir en
nada todo lo gastado y lo sufrido, y si los de Pizarro fracasaban, el riesgo habría merecido la pena
teniendo en cuenta el inmenso triunfo que se podría obtener con aquella
apuesta. El gobernador cedió: “Dijo que fuese el navío con la bendición de
Dios, dando la instrucción (esta vez
manifestada por escrito) de que Pizarro y sus compañeros pudiesen
navegar hasta seis meses, los cuales
pasados, viniesen a Panamá a dar cuenta de lo que habían hecho, so algunas
penas que para ello puso”. Chapeau, pues, para Almagro y Luque porque, cuando
ya todo estaba perdido, consiguieron lo imprescindible para que los catorce
desventurados que casi agonizaban en la Gorgona pudieran salir de su letargo
mortal y mantener encendida la débil llama de aquella increíble aventura.
Como de costumbre, a Pizarro le salvó la
campana en el último momento, cuando ya iba a besar la lona. Luque y Almagro
prepararon lo más rápidamente que pudieron un barco cargado con la mayor ayuda
posible, con cartas de ánimo y consuelo incluidas, diciéndole a Pizarro “que
bien había mostrado su gran valor y que procurase llegar con el navío a la
tierra de Tumbes”. Y luego Cieza añade un párrafo revelador: “Partió Bartolomé
Ruiz con el navío sin llevar más gente que los marineros, y se dio prisa en
navegar camino de la Gorgona”. Esto
muestra que Bartolomé fue tan héroe como Pizarro y los trece de la fama puesto
que no los abandonó; y muestra también que el gobernador no permitió que otros
españoles se incorporaran a la campaña del Perú.
(Imagen) Es injusto dudar de la profunda
religiosidad de aquellos hombres, e imposible entenderlos sin ella. Grandes
pecadores (a veces, hasta los clérigos), confiaban en el perdón de última hora,
y los aterraba morir sin confesión. Su confianza en la Providencia los
convertía en insensatos héroes. Apenas había ateos. Deseaban sinceramente la
conversión de los indios. Pocos años antes, Lutero se rebeló protestando contra
la corrupción del Vaticano (como lo hizo Erasmo sin pretender la ruptura), pero
también poniendo remedio a su crónico
sentimiento de culpa con la idea de que solo la fe salva (‘peca mucho, pero
cree mucho más en la salvación’). Cualquier testamento de la época estaba
empedrado de lamentaciones por los pecados cometidos y súplicas del divino
perdón.
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