martes, 8 de agosto de 2017

(Día 454) En la terrible espera, rezaban a diario. El gobernador estaba dispuesto a abandonarlos. Almagro y Luque consiguen que ceda: irá un barco con ayuda de suministros, pero no de más hombres.

     (44) Esos catorce robinsones sufrieron todo tipo de penalidades por el clima y la escasez de alimentos, aunque encontraron los suficientes para subsistir. Las lluvias eran tan intensas, que le habían puesto el nombre de Gorgona porque los numerosos ríos que descendían de la montaña más elevada parecían los aculebrados cabellos de la diosa griega Medusa, una de las tres mortíferas Gorgonas. Pero lo peor era la incertidumbre durante la larga espera. Fueron cinco meses de angustia permanente. El piadoso Cieza habla del consuelo espiritual que allí tenían: “Todas las mañanas daban gracias a Dios, y a las noches lo mismo, diciendo la Salve y otras oraciones como cristianos; y Dios quiso guardarlos de tantos peligros”.
     Cuando llegó Juan Tafur con los navíos a Panamá, los socios de Pizarro tuvieron otro tipo de dificultades: ya no se trataba de peligros físicos, sino de la temible terquedad del gobernador, quien, al saber que se había quedado Pizarro con trece insensatos en pleno desamparo, “dijo que, si muriesen o los matasen los indios, que sobre ellos cargase la culpa, pues no habían querido venir en los navíos con Juan Tafur. El padre Luque y Diego de Almagro leyeron las cartas de Francisco Pizarro y derramaron muchas lágrimas de compasión por él. Con voluntad de le enviar con brevedad un navío, fueron  al gobernador a pedirle licencia para ello. Respondió que no quería dar tal licencia”. Pero el gobernador Pedro de los Ríos debía de ser un hombre titubeante. Luque y Almagro volvieron a la carga con razones de peso: no era justo convertir en nada todo lo gastado y lo sufrido, y si los de Pizarro  fracasaban, el riesgo habría merecido la pena teniendo en cuenta el inmenso triunfo que se podría obtener con aquella apuesta. El gobernador cedió: “Dijo que fuese el navío con la bendición de Dios, dando la instrucción (esta vez manifestada por escrito) de que Pizarro y sus compañeros pudiesen navegar  hasta seis meses, los cuales pasados, viniesen a Panamá a dar cuenta de lo que habían hecho, so algunas penas que para ello puso”. Chapeau, pues, para Almagro y Luque porque, cuando ya todo estaba perdido, consiguieron lo imprescindible para que los catorce desventurados que casi agonizaban en la Gorgona pudieran salir de su letargo mortal y mantener encendida la débil llama de aquella increíble aventura.
    Como de costumbre, a Pizarro le salvó la campana en el último momento, cuando ya iba a besar la lona. Luque y Almagro prepararon lo más rápidamente que pudieron un barco cargado con la mayor ayuda posible, con cartas de ánimo y consuelo incluidas, diciéndole a Pizarro “que bien había mostrado su gran valor y que procurase llegar con el navío a la tierra de Tumbes”. Y luego Cieza añade un párrafo revelador: “Partió Bartolomé Ruiz con el navío sin llevar más gente que los marineros, y se dio prisa en navegar camino de la Gorgona”.  Esto muestra que Bartolomé fue tan héroe como Pizarro y los trece de la fama puesto que no los abandonó; y muestra también que el gobernador no permitió que otros españoles se incorporaran a la campaña del Perú.
    

     (Imagen) Es injusto dudar de la profunda religiosidad de aquellos hombres, e imposible entenderlos sin ella. Grandes pecadores (a veces, hasta los clérigos), confiaban en el perdón de última hora, y los aterraba morir sin confesión. Su confianza en la Providencia los convertía en insensatos héroes. Apenas había ateos. Deseaban sinceramente la conversión de los indios. Pocos años antes, Lutero se rebeló protestando contra la corrupción del Vaticano (como lo hizo Erasmo sin pretender la ruptura), pero también poniendo remedio a  su crónico sentimiento de culpa con la idea de que solo la fe salva (‘peca mucho, pero cree mucho más en la salvación’). Cualquier testamento de la época estaba empedrado de lamentaciones por los pecados cometidos y súplicas del divino perdón.


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