lunes, 21 de agosto de 2017

(Día 465) Luque, conocedor del ama humana, no quería que Pizarro fuera solo a negociar ante el emperador. Pero Almagro votó a favor. El cronista Pedro Pizarro trata de justificar (con demasiada intensidad) lo que después hizo Francisco Pizarro en España.

     (55) Pizarro sabía lo que quería: ir solo a España; pero estaba dispuesto a decidirlo votando. Almagro tuvo un comportamiento extraño y demasiado generoso, o excesivamente confiado; quizá también pesaran razones prácticas, como la de seguir en Panamá preparando asuntos de cara a continuar la campaña. El más sensato, y, por desgracia,  gran ‘profeta’, fue Hernando de Luque. No era hombre de acción, sino clérigo y, sin duda, pensador; en la escuela del confesonario, tuvo que aprender mucho del alma humana. Lo vio tan claro que quiso evitar que Pizarro hiciera el viaje solo; y tampoco le habría gustado que fuera Almagro sin compañía, aunque este no llegó a proponerlo. Tanto temió lo de Pizarro, que hasta prefería que se le encomendara la gestión a alguien ajeno. La decisión definitiva fue una semilla que dio un fruto nefasto; tardó muchos años en  brotar, pero fue podrido y venenoso. Sin la menor duda, de haber ido a la Corte los dos juntos, Pizarro y Almagro, la historia de Perú habría sido muy diferente, y, probablemente, para mejor, mucho mejor. De ahí las agoreras palabras de Cieza: “Pizarro dio su palabra de lo hacer así, diciendo que todo lo quería para ellos; mas luego sucedió lo que veréis adelante”.
     A partir de este punto de la historia, voy a utilizar con frecuencia comentarios de otro gran cronista, Pedro Pizarro. Ya lo presenté con algún detalle al empezar a contarla. Era primo lejano de Francisco Pizarro y se incorporó a la campaña de Perú cuando volvió el gran conquistador de este viaje a España. Su narración comienza precisamente explicando la partida de su ‘primo’, y entra en el tema como elefante en cacharrería. Aunque el gran historiador Raúl Pozas Barrenechea le alabó, entre otras cosas, ‘su sinceridad evidente’, me es imposible quitar de la cabeza que, con demasiada frecuencia, se pone de parte de Pizarro y ‘atiza’ a Almagro todo lo que puede. Como dije, me quedo con la versión de Cieza, pues me parece mucho más equilibrada y lógica a la luz de los datos que conocemos. Cieza citica en ocasiones a Pizarro (sobre todo a sus hermanos), pero demostrándole una constante admiración. Dejemos que Pedro Pizarro salga al escenario, pues siempre merecerán la pena sus comentarios:

     “Quedó concertado entre ellos (Pizarro, Almagro y Luque) que don Francisco Pizarro fuese a España para pedir la gobernación para sí y para don Diego de Almagro, y para el padre Luque el obispado. Esto hasta aquí lo digo de oídas (y, por supuesto de ‘leídas’), y lo demás, de vista, y algunas cosas de oídas, porque es imposible que uno se halle en todas partes”. La primera, en la frente: Cieza (a quien Pizarro había leído) da la versión, más amplia y creíble, de que todos estuvieron de acuerdo, sin discusiones, en que Pizarro pidiera solamente para él la gobernación de Perú y, para Almagro, el derecho de ‘adelantado’, que le permitiría ir a descubrir por su cuenta más allá de lo que Pizarro conquistara. Con su versión, distinta a la de Cieza, de lo que habían acordado, continúa Pedro Pizarro explicando lo que decidieron los del Consejo de Indias en España, descargando  sospechosamente en sus funcionarios la responsabilidad sobre el ventajoso trato que obtuvo Pizarro : “Don Francisco Pizarro pidió lo que había concertado con sus compañeros, y en el Consejo se le contestó que no había lugar a dar la gobernación a dos compañeros, porque ya en Santa Marta se había hecho así y el uno había muerto al otro (Pedrarias a Núñez de Balboa). Y pluguiera a Dios que siempre se hubiera hecho así, porque después que se dio a don Diego de Almagro gobernación, se mataron el uno al otro, y han sucedido las batallas y guerras que en este reino ha habido. Pidiendo muchas veces don Francisco Pizarro que se les hiciese la merced  a ambos compañeros, se le respondió que la pidiese para sí, y si no, que se daría a otro, y visto que no había lugar para lo que pedía y quería, pidió se le hiciese la merced a él, y así se hizo”. Ya de por sí, enfatiza demasiado la buena voluntad, e incluso generosidad, de Pizarro, pero, cuando se llega a conocer la historia entera, su versión ‘no cuela’. Sin embargo, en el resto de su crónica, nos va a regalar datos muy interesantes y de primera mano.


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