lunes, 14 de agosto de 2017

(Día 459) El viaje sigue delicioso. Aunque no lo sabían, Huayna Cápac había muerto. Molina y Bocanegra, por distintas razones, se quedan en tierra. Llegados a Santa, Pizarro decide dar la vuelta.

     (49) Los indios enviaron un mensajero rápidamente a Quito para informar al gran Huayna Cápac de la visita de los españoles, y, al parecer, ya había muerto cuando llegó. Cieza no concreta una fecha, pero dice. “Téngase por cierto que Huayna Cápac murió en el propio tiempo y año que Francisco Pizarro llegó a la costa de su tierra”. Tampoco sabían los españoles que, yendo por el litoral, habían dejado muy atrás, a poca distancia del mar, la capital norteña del imperio inca, Quito (la del sur era Cuzco).
     Todo estaba saliendo bien y continuaron el viaje ilusionados: “Determinaron seguir adelante en el navío y llevaron a un muchacho que los indios les dieron para que les mostrase el puerto de Paita; descubrieron el puerto de Tangarará, vieron infinidad de lobos marinos, a una punta pusieron por nombre Aguja y entraron en un puerto al que llamaron Santa Cruz, por ser su día”. Como es lógico, el piloto Bartolomé Ruiz iría dibujando la cartografía y anotando los nombres indígenas y los nuevos. La táctica diplomática de Pizarro surtió efecto: “Se había extendido por toda la costa de Perú que los españoles andaban en un navío, que ni hacían mal ni robaban, y que eran muy piadosos y humanos”. Aquello se convirtió en una película de Hollywood con marineros felices navegando por las costas de Hawaii y descendiendo del bergantín a tierra para confraternizar. Llegaban indios con canoas llenas de maíz y regalos; los españoles correspondían con vistosa bisutería y animales de granja. En Santa Cruz, aprovechando tanta aproximación de canoas con alegres visitantes, Pizarro le encargó a Alonso de Molina que fuera hasta la costa con algunos indios para conseguir leña. Parecía el ‘escogido’ para estos contactos, quizá porque lo hiciera con entusiasmo. Pero, al poco de marchar, se encabritó el Pacífico, y Pizarro, después de esperarle tres días, tuvo que dar orden de levar anclas para que el barco no se fuera a pique, “confiando en que estaría seguro con los indios, pues Molina sabía que eran de buena voluntad y poca malicia”. Continuaron la marcha: “Navegaron hasta que llegaron a Colaque, Tangarará y Chimo, lugares donde se fundaron (posteriormente) las ciudades de Trujillo y San Miguel”. Y hubo otro romántico soñador que decidió quedarse en ‘el paraíso’: “Un marinero llamado Bocanegra (apellido de origen italiano, bastante frecuente en Andalucía), salióse del barco con los indios y con ellos envió a decir al capitán que lo tuviesen por excusado y que no lo aguardasen porque quería quedarse entre tan buena gente”. Aquello ya no era una guerra: estaba resultando un paseo turístico y Pizarro no imponía con rigor la disciplina militar de seguir todos juntos forzosamente, así que le dio su conformidad. 
     Navegando a toda vela, llegaron hasta  Santa. “Pizarro tenía gran deseo de descubrir la ciudad de Chincha, de la que contaban los indios grandes cosas, pero sus compañeros le hablaron para que se volviese a Panamá para buscar gente con que pudiese señorear la tierra, pues ya sabían que era la mejor del mundo y la más rica. Buen consejo le pareció a Francisco Pizarro y mandó volver el navío por donde había venido”.


     (Imagen) Las crónicas de Indias recogen los nombres de los que hicieron historia, para bien o para mal. Pero impresiona el destino de aquellos (casi todos anónimos) que se quedaron entre los indios, unos por romanticismo y otros como cautivos. ¿Cuántos serían? Que se sepa, a pocos les fue bien. Hubo casos tan extraordinarios como el de Gonzalo Guerrero: pudo volver con Cortés y no quiso porque tenía ‘unos hijos muy bonicos’. Su compañero Aguilar, ya libre, sirvió de intérprete para los españoles en México. A Núñez Cabeza de Vaca hay que echarle de comer aparte: anduvo entre indios, muy respetado, ocho años; cuando alcanzó a los españoles, hizo una crónica y fue nombrado gobernador. Parece ser que todos los de Pizarro que tomaron la decisión de quedarse, Molina, Bocanegra y Ginés, acabaron mal.



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