sábado, 19 de agosto de 2017

(Día 464) El Gobernador Pedro de los Ríos se niega a darle permiso a Pizarro para emprender la conquista definitiva de Perú. Los socios toman una decisión desmedida pero inevitable: mandar a Pizarro a España para que Carlos V le escuche.

    (54) Y eso fue lo que estuvo a punto de hacer, ‘rematarla’: “Pedro de los Ríos respondió encogidamente que, si él pudiera, haría lo que pedían; mas que no había de despoblar su gobernación por ir a conquistar tierras nuevas, ni para que muriesen más de los que habían muerto con aquel cebo que veían de las ovejas (llamas o alpacas de Perú) y las muestras de oro y plata. Pasado esto, los tres compañeros se despidieron del gobernador muy tristes por los pocos medios que tenían para la conquista de la tierra que dejaban descubierta”. El cronista Pedro Pizarro (a quien citaré bastante) le ve una parte buena a esta situación: “Tuvieron ventura don Francisco Pizarro, Almagro y Luque en no estar allí como gobernador Pedrarias, sino en  Nicaragua, porque, si allí estuviera, les quitara la empresa y la tomara para sí”.
    ¿Qué se podía hacer? Pues una especie de locura, tan arriesgada y atrevida como las peripecias anteriores, pero ahora sin armas ni peligros militares: había que dejarse de andar mendigando el permiso, para, echándole valor, presentarse en España y hablar directamente con el rey. Primeramente se les ocurrió un método cómodo: “Determinaron enviar un mensajero. Mas luego Diego de Almagro, delante de Luque habló con Pizarro diciendo que, pues tuvo ánimo para estar entre manglares y ríos más de cuatro años, con hambres y trabajos nunca vistos por hombres, no le faltaría para meterse en un navío, ir a España y ponerse a los pies del emperador para que le hiciera la merced de la gobernación de la tierra, y que un mensajero sería solamente tercera persona. Pizarro, cobrando con lo que oyó más aliento del que tenía, dijo que tenía razón. El padre Luque, pensándolo con atención, y conociendo que, pues el mandar no sufre igualdad, cada uno querría más para sí, contradijo la opinión de Almagro,  y dijo: ‘Plega a Dios que no os perjudiquéis el uno al otro, que yo os digo que sería bueno que los dos juntos fuérades a negociar o enviárades persona que por vosotros lo hiciera’. Pero Almagro sustentaba lo que había dicho, y todo se vino a decidir por su voto. Y se capituló que Pizarro negociase ante el rey la capitulación para él de la gobernación, para Almagro el adelantamiento (derecho a descubrir y conquistar nuevas tierras), para el padre Luque el obispado (de lo que se conquistara), y para Bartolomé Ruiz el alguacilazgo mayor (sorprende esta petición porque Bartolomé no era socio de ellos), y también mercedes aventajadas para los que habían quedado vivos de los trece (de la fama) que se hallaron con él en el descubrimiento. Pizarro dio su palabra de lo hacer así, diciendo que todo lo quería para ellos; mas luego sucedió lo que veréis adelante”.
     Cieza ya nos deja ver que este fue un momento crucial en los acontecimientos futuros de la conquista de Perú. Hay un trasfondo muy dramático en la decisión que tomaron los tres socios. En primer lugar, la osadía de jugarse todo el proyecto presentándose ante  un emperador de 28 años, joven pero muy poderoso, rodeado de una altiva corte nutrida de rivalidades y muy poco dada a reconocer los méritos ajenos, sobre todo si quien osaba acercase era un don nadie que  no sabía ni leer, excepcional en la guerra, pero aparentemente nulo en relaciones públicas. Lo más impactante fue la tensión emocional de los tres socios.


     (Imagen) La torpeza de un gobernador obligó  a Pizarro y a sus socios a enfrentarse con un obstáculo, no de armas, sino de guante blanco, pero enorme: negociar directamente con Carlos V, el glorioso emperador. Decidieron que se encargara Pizarro de tan desesperada  misión. Aquello iba a ser un mar de angustias. Con el proyecto de Perú tanto tiempo paralizado, alguien se lo podía robar (por ejemplo, Pedrarias) y hubo que endeudarse más para financiar el viaje. Está claro que sus socios confiaron en  Pizarro porque lo tenían en gran estima, pero que convenciera al emperador, parecía algo inalcanzable. Sin embargo Pizarro, un analfabeto que solo tenía experiencia de guerra y liderazgo pero ninguna de diplomacia, aceptó el reto, porque lo más característico de su personalidad era LA DETERMINACIÓN.


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