(54) Y eso fue lo que estuvo a punto de
hacer, ‘rematarla’: “Pedro de los Ríos respondió encogidamente que, si él
pudiera, haría lo que pedían; mas que no había de despoblar su gobernación por
ir a conquistar tierras nuevas, ni para que muriesen más de los que habían
muerto con aquel cebo que veían de las ovejas (llamas o alpacas de Perú) y las muestras de oro y plata. Pasado
esto, los tres compañeros se despidieron del gobernador muy tristes por los
pocos medios que tenían para la conquista de la tierra que dejaban
descubierta”. El cronista Pedro Pizarro (a quien citaré bastante) le ve una
parte buena a esta situación: “Tuvieron ventura don Francisco Pizarro, Almagro
y Luque en no estar allí como gobernador Pedrarias, sino en Nicaragua, porque, si allí estuviera, les
quitara la empresa y la tomara para sí”.
¿Qué se podía hacer? Pues una especie de
locura, tan arriesgada y atrevida como las peripecias anteriores, pero ahora sin
armas ni peligros militares: había que dejarse de andar mendigando el permiso,
para, echándole valor, presentarse en España y hablar directamente con el rey.
Primeramente se les ocurrió un método cómodo: “Determinaron enviar un
mensajero. Mas luego Diego de Almagro, delante de Luque habló con Pizarro
diciendo que, pues tuvo ánimo para estar entre manglares y ríos más de cuatro
años, con hambres y trabajos nunca vistos por hombres, no le faltaría para
meterse en un navío, ir a España y ponerse a los pies del emperador para que le
hiciera la merced de la gobernación de la tierra, y que un mensajero sería
solamente tercera persona. Pizarro, cobrando con lo que oyó más aliento del que
tenía, dijo que tenía razón. El padre Luque, pensándolo con atención, y conociendo
que, pues el mandar no sufre igualdad, cada uno querría más para sí, contradijo
la opinión de Almagro, y dijo: ‘Plega a
Dios que no os perjudiquéis el uno al otro, que yo os digo que sería bueno que
los dos juntos fuérades a negociar o enviárades persona que por vosotros lo
hiciera’. Pero Almagro sustentaba lo que había dicho, y todo se vino a decidir
por su voto. Y se capituló que Pizarro negociase ante el rey la capitulación
para él de la gobernación, para Almagro el adelantamiento (derecho a descubrir y conquistar nuevas tierras), para el padre
Luque el obispado (de lo que se
conquistara), y para Bartolomé Ruiz el alguacilazgo mayor (sorprende esta petición porque Bartolomé no
era socio de ellos), y también mercedes aventajadas para los que habían
quedado vivos de los trece (de la fama)
que se hallaron con él en el descubrimiento. Pizarro dio su palabra de lo hacer
así, diciendo que todo lo quería para ellos; mas luego sucedió lo que veréis
adelante”.
Cieza ya nos deja ver que este fue un momento
crucial en los acontecimientos futuros de la conquista de Perú. Hay un
trasfondo muy dramático en la decisión que tomaron los tres socios. En primer
lugar, la osadía de jugarse todo el proyecto presentándose ante un emperador de 28 años, joven pero muy
poderoso, rodeado de una altiva corte nutrida de rivalidades y muy poco dada a
reconocer los méritos ajenos, sobre todo si quien osaba acercase era un don
nadie que no sabía ni leer, excepcional
en la guerra, pero aparentemente nulo en relaciones públicas. Lo más impactante
fue la tensión emocional de los tres socios.
(Imagen) La torpeza de un gobernador obligó
a Pizarro y a sus socios a enfrentarse
con un obstáculo, no de armas, sino de guante blanco, pero enorme: negociar
directamente con Carlos V, el glorioso emperador. Decidieron que se encargara
Pizarro de tan desesperada misión. Aquello
iba a ser un mar de angustias. Con el proyecto de Perú tanto tiempo paralizado,
alguien se lo podía robar (por ejemplo, Pedrarias) y hubo que endeudarse más
para financiar el viaje. Está claro que sus socios confiaron en Pizarro porque lo tenían en gran estima, pero
que convenciera al emperador, parecía algo inalcanzable. Sin embargo Pizarro,
un analfabeto que solo tenía experiencia de guerra y liderazgo pero ninguna de
diplomacia, aceptó el reto, porque lo más característico de su personalidad era
LA DETERMINACIÓN.
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