lunes, 28 de agosto de 2017

(Día 471) Final de la escapada: el cuadro de Sancho se coloca en su sitio natural, en la parroquia de Villasana de Mena y junto a la reproducción de la torre de la catedral de Sevilla que él regaló.

     (61) Pero más vale tener suerte que talento. La mejor información la obtuve sin buscarla. Pepe Bustamante, un hombre entrañable, autor de los mejores textos sobre el valle de Mena, seguía con mucho interés mis investigaciones sobre Sancho y, para tristeza mía, murió antes de que se publicara la biografía. En cuanto volví de la visita a las monjas, fui a verlo, contento y hasta envanecido por el ‘descubrimiento’. Yo hablaba y hablaba… Él, cosa rara, estaba silencioso. Llegué a pensar que le había decepcionado por no obtener más información. Se produjo un silencio monástico. Lo rompió él con su tono grave y literario: “ESE CUADRO SE LO REGALÉ YO A LAS MONJAS”.
    Doy por hecho que se me quedó cara de asombro; me costaba creer lo que oía (hasta había supuesto que era una obra antigua). Y el impagable Pepe me contó la historia. Era muy típica de su creatividad y del espíritu generoso de un hombre  que había establecido la Asociación de Amigos del Monasterio de Taranco, haciendo revivir un lugar religioso que, según todos los indicios, surgió el año 800 donde, y cuando, nació Castilla. Hacia 1970, Pepe le encargó a un buen pintor, José Díaz Fernández, que reprodujera a todo color la fotografía en blanco y negro en la que aparece Sancho dentro del retablo que desapareció. El pintor lo bordó, y Pepe, acto seguido, se lo regaló a las monjas del convento de Mena. Como típico hombre resolutivo, quiso de inmediato que fuéramos a Mondragón para saludar a las monjas. Llegamos, aparecieron tras la reja y yo me convertí en el convidado de piedra: ellas y Pepe se lo pasaron en grande recordando viejas anécdotas. Nos enseñaron otra vez el cuadro y Pepe estaba en la gloria. Terminó el feliz encuentro y  nos volvimos con más mermelada.
     Pero sin el cuadro. Yo sabía que las monjas, siendo tan mayores, eran conscientes de que la futura conservación del retrato no estaba garantizada. Pepe murió dos años después, y, en charla con sus hijos, a veces hablábamos de que sería conveniente convencerlas a las monjas de que devolvieran la propiedad del cuadro a la familia, pero condicionada a que quedara expuesto al público para siempre en un lugar digno del Valle de Mena. Pensamos varias veces en ir a proponérselo. Por diversas razones, lo fuimos aplazando.
     Y se nos adelantaron. La corporación del ayuntamiento de Mena acaparó por completo la celebración, en el pasado año 2016, del 500 aniversario de la fundación que Sancho hizo de su convento (el edifico es ahora de propiedad municipal). Alarmados, los hijos de Bustamante llamaron, por fin, a las monjas con la intención de visitarlas para proponerles la devolución del cuadro, y resultó que ya lo tenía el ayuntamiento cedido por las monjas para los actos conmemorativos (aunque, dita sea, no llegaron a exponerlo).
     Había que actuar con rapidez y visitar a las monjas, pero resultó que, pocos días antes, las habían trasladado a Valladolid. Los hijos de Pepe quedaron paralizados. El tiempo pasaba y pasaba, dejando cada vez más debilitada la iniciativa. A finales de ese año, me lie la manta a la cabeza y, previo aviso telefónico, me presenté en el convento de Valladolid. Llevaba un contrato firmado por un hijo de Pepe en el que se detallaban las condiciones de la cesión que se les solicitaba.
     Las monjas me recibieron como a un sobrino que vuelve de la mili, estuvimos hablando un largo rato de todo menos del cuadro, y yo me sentía un poco  miserable porque todos sabíamos que  mi visita era interesada. Llevaba escrita una lista de argumentos para convencerlas de la devolución, y me llegó el momento de ponerme a la tarea con el mayor tacto posible. Se me hizo eterna la perorata porque no sabía el efecto que les estaba causando. No supe qué más decir. Silencio. Suspense. Y luego, dos benditas palabras de la abadesa: ‘ES JUSTO’.
     Volví eufórico con el contrato firmado y se lo entregué a los Bustamante. Pero el cuadro estaba en manos del Ayuntamiento. Trámites, esperas, incertidumbre, preocupación por que los ediles se pusieran a la contra… Aunque también confianza porque el documento era claro e invencible. Y, por fin, el día que nos citaron llegamos temblorosos a las dependencias municipales. Nos entregaron el ‘divino’ cuadro con tanta  normalidad que nos pareció un milagro.


   (Imagen) Tras conseguir el cuadro de Sancho, había que cumplir la voluntad de las monjas dejándolo expuesto al público permanentemente en un lugar digno dentro del valle de Mena. Y, para no variar, también hubo complicaciones y una larga espera. No había mejor sitio que la parroquia de Villasana de Mena, justo sobre la lápida, regalada por Sancho, en la que figura la torre de la catedral de Sevilla. Y ocurrió lo inesperado: hubo opiniones contrarias a la autorización porque no se trataba del retrato de un ‘santo’. Así que surgió la ridícula necesidad de luchar por demostrar lo evidente: las iglesias estaban llenas de retratos de donantes, clérigos y personajes históricos muy alejados de la canonización; además, Sancho fue canónigo, la figura histórica más importante de Mena y el fundador de su convento. Tras un largo tiempo de dudas obsesivas, concedieron el permiso, y el cuadro  fue colocado (¡por fin!) el pasado día 16 de agosto (hay quien dice que ahora, por las noches, un halo fosforescente envuelve la iglesia parroquial).


No hay comentarios:

Publicar un comentario