(61) Pero más vale tener suerte que
talento. La mejor información la obtuve sin buscarla. Pepe Bustamante, un
hombre entrañable, autor de los mejores textos sobre el valle de Mena, seguía
con mucho interés mis investigaciones sobre Sancho y, para tristeza mía, murió
antes de que se publicara la biografía. En cuanto volví de la visita a las
monjas, fui a verlo, contento y hasta envanecido por el ‘descubrimiento’. Yo
hablaba y hablaba… Él, cosa rara, estaba silencioso. Llegué a pensar que le
había decepcionado por no obtener más información. Se produjo un silencio
monástico. Lo rompió él con su tono grave y literario: “ESE CUADRO SE LO REGALÉ
YO A LAS MONJAS”.
Doy por hecho que se me quedó cara de
asombro; me costaba creer lo que oía (hasta había supuesto que era una obra
antigua). Y el impagable Pepe me contó la historia. Era muy típica de su
creatividad y del espíritu generoso de un hombre que había establecido la Asociación de Amigos
del Monasterio de Taranco, haciendo revivir un lugar religioso que, según todos
los indicios, surgió el año 800 donde, y cuando, nació Castilla. Hacia 1970,
Pepe le encargó a un buen pintor, José Díaz Fernández, que reprodujera a todo
color la fotografía en blanco y negro en la que aparece Sancho dentro del
retablo que desapareció. El pintor lo bordó, y Pepe, acto seguido, se lo regaló
a las monjas del convento de Mena. Como típico hombre resolutivo, quiso de
inmediato que fuéramos a Mondragón para saludar a las monjas. Llegamos, aparecieron
tras la reja y yo me convertí en el convidado de piedra: ellas y Pepe se lo
pasaron en grande recordando viejas anécdotas. Nos enseñaron otra vez el cuadro
y Pepe estaba en la gloria. Terminó el feliz encuentro y nos volvimos con más mermelada.
Pero sin el cuadro. Yo sabía que las
monjas, siendo tan mayores, eran conscientes de que la futura conservación del
retrato no estaba garantizada. Pepe murió dos años después, y, en charla con
sus hijos, a veces hablábamos de que sería conveniente convencerlas a las
monjas de que devolvieran la propiedad del cuadro a la familia, pero
condicionada a que quedara expuesto al público para siempre en un lugar digno
del Valle de Mena. Pensamos varias veces en ir a proponérselo. Por diversas
razones, lo fuimos aplazando.
Y se nos adelantaron. La corporación del
ayuntamiento de Mena acaparó por completo la celebración, en el pasado año
2016, del 500 aniversario de la fundación que Sancho hizo de su convento (el
edifico es ahora de propiedad municipal). Alarmados, los hijos de Bustamante
llamaron, por fin, a las monjas con la intención de visitarlas para proponerles
la devolución del cuadro, y resultó que ya lo tenía el ayuntamiento cedido por
las monjas para los actos conmemorativos (aunque, dita sea, no llegaron a
exponerlo).
Había que actuar con rapidez y visitar a
las monjas, pero resultó que, pocos días antes, las habían trasladado a
Valladolid. Los hijos de Pepe quedaron paralizados. El tiempo pasaba y pasaba,
dejando cada vez más debilitada la iniciativa. A finales de ese año, me lie la
manta a la cabeza y, previo aviso telefónico, me presenté en el convento de
Valladolid. Llevaba un contrato firmado por un hijo de Pepe en el que se
detallaban las condiciones de la cesión que se les solicitaba.
Las monjas me recibieron como a un sobrino
que vuelve de la mili, estuvimos hablando un largo rato de todo menos del
cuadro, y yo me sentía un poco miserable
porque todos sabíamos que mi visita era
interesada. Llevaba escrita una lista de argumentos para convencerlas de la
devolución, y me llegó el momento de ponerme a la tarea con el mayor tacto
posible. Se me hizo eterna la perorata porque no sabía el efecto que les estaba
causando. No supe qué más decir. Silencio. Suspense. Y luego, dos benditas
palabras de la abadesa: ‘ES JUSTO’.
Volví eufórico con el contrato firmado y
se lo entregué a los Bustamante. Pero el cuadro estaba en manos del
Ayuntamiento. Trámites, esperas, incertidumbre, preocupación por que los ediles
se pusieran a la contra… Aunque también confianza porque el documento era claro
e invencible. Y, por fin, el día que nos citaron llegamos temblorosos a las
dependencias municipales. Nos entregaron el ‘divino’ cuadro con tanta normalidad que nos pareció un milagro.
(Imagen) Tras conseguir el cuadro de Sancho,
había que cumplir la voluntad de las monjas dejándolo expuesto al público
permanentemente en un lugar digno dentro del valle de Mena. Y, para no variar,
también hubo complicaciones y una larga espera. No había mejor sitio que la
parroquia de Villasana de Mena, justo sobre la lápida, regalada por Sancho, en
la que figura la torre de la catedral de Sevilla. Y ocurrió lo inesperado: hubo
opiniones contrarias a la autorización porque no se trataba del retrato de un
‘santo’. Así que surgió la ridícula necesidad de luchar por demostrar lo
evidente: las iglesias estaban llenas de retratos de donantes, clérigos y
personajes históricos muy alejados de la canonización; además, Sancho fue
canónigo, la figura histórica más importante de Mena y el fundador de su
convento. Tras un largo tiempo de dudas obsesivas, concedieron el permiso, y el
cuadro fue colocado (¡por fin!) el
pasado día 16 de agosto (hay quien dice que ahora, por las noches, un halo
fosforescente envuelve la iglesia parroquial).
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