(53) Y Halcón la volvió a liar en una
escena penosa, pero cómica: “Los indios le dieron y pusieron a Pizarro mantas y
le echaron al cuello una sarta de cuentas de hueso menudas que llaman chaquira
y aprecian mucho. Por el ruido que hacían los indios, subió Halcón arriba,
pidiendo primero licencia puesto que estaba preso, y mirando al capitán, a
grandes voces dijo: ‘¿Quién vio asno enchaquirado y albardado como este?’,
añadiendo a grandes voces que los cristianos le tenían usurpado su reino y que
eran unos traidores. El capitán les hizo entender a los indios que estaba loco,
y les agradeció los presentes”.
Tras despedirse de los ‘buenos salvajes’
(que diría Rousseau), levaron anclas, pararon un momento en Puerto Viejo para
repetir la escena de confraternidad con los nativos, y ya después, “no saltaron
más en tierra ni se detuvieron hasta alcanzar la isla de la Gorgona, donde
habían dejado a los españoles, con los cuales mucho se holgaron, aunque
hallaron a uno que llamaban Trujillo muerto. A los demás abrazaron y contaron
lo que habían visto y lo que dejaban descubierto”. Gran alegría, pues, pero
también tristeza por la muerte de Trujillo, uno más de los que se quedaron sin
disfrutar con la honra de haber pertenecido al grupo de ‘los trece de la fama’.
Se acabó el fructífero ‘crucero’. Era ya la
hora de empezar otra dura batalla; esta vez solo administrativa, aunque muy
complicada, y en la que se necesitó
mucha osadía y gran habilidad. Cieza terminó el capítulo con estas palabras: “Y
recogiéndose todos al navío, se hicieron a la vela con determinación de no
parar hasta llegar a Panamá”.
La llegada al puerto fue triunfal. Se
acabaron las risitas de los envidiosos; todo el mundo se dio cuenta de que
había que tomar en serio la ‘locura’ de Pizarro y sus socios: “El capitán
Francisco Pizarro anduvo sin parar hasta que llegó a Panamá, donde fue recibido
honradamente por el gobernador y todos los vecinos; no se hablaba en la ciudad
de otra cosa que del Perú, loando a Pizarro constantemente, y sus compañeros (Almagro y Luque) tuvieron tan grande alegría
en lo ver cuanto se puede pensar, dando gracias a Dios de que, después de
tantos trabajos, descubriesen tan gran tierra”. Pizarro estuvo ocho días sin
salir de casa. Le sirvieron para descansar el cuerpo y calentarse la cabeza
planeando con sus socios el futuro inmediato: “Trataron sobre la manera de
seguir el descubrimiento y conquista del Perú. Determinaron hablar a Pedro de
los Ríos para que permitiera sacar gente y caballos, pues la mayor parte del
beneficio sería suyo (como gobernador)”.
Fueron los tres a convencerlo, pero, dado que Hernando de Luque, veterano
predicador, sería un piquito de oro, le tocó de portavoz. Lo hizo
primorosamente, subrayando el heroico historial de Pizarro en Las Indias, el
sobrehumano sacrificio que había soportado en su búsqueda del Perú, el permiso
que les había dado para la expedición el anterior gobernador, Pedrarias Dávila,
y las pruebas obtenidas de la existencia de un gran imperio hasta entonces
desconocido. Terminó rogándole que diera su permiso para ‘rematar la faena’ del
Perú.
(Imagen) En el grabado vemos a Pizarro,
Almagro y Luque. Vamos a suponer que Pizarro es el de la izquierda puesto que
lleva espada, aunque también Almagro luchó y hasta perdió un ojo en una
batalla. Y vamos a imaginarnos que se trata del momento en que se encuentran
los tres cuando vuelve Pizarro (¡después de casi tres años!) de su primer
viaje, cuya fase inicial fue un infierno y la final un paraíso. Podría haber
resultado la sociedad perfecta por ser tan complementarios: un gran líder, un
gran organizador y un gran negociador; pero, con el tiempo, el binomio Pizarro
Almagro acabó trágicamente. Es a Luque (que
aunque clérigo rico, era una excelente persona) a quien le va a tocar ahora,
tras la llegada de Pizarro con magníficas noticias sobre el Perú, lucir sus habilidades diplomáticas ante el
gobernador Pedro de los Ríos para lograr los permisos necesarios antes de ir a
la conquista definitiva de Perú. ¿Lo conseguirá?
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