domingo, 6 de agosto de 2017

(Día 453) Pizarro y los trece se quedan nuevamente a la espera de refuerzos. Esta vez en un lugar horrendo: la isla Gorgona.

     (43) Sabiendo Cieza la extraordinaria importancia de que se quedaran 13 compañeros con Pizarro y el valor de su heroicidad, los anota uno por uno: “Y porque, permitiéndolo Dios, Francisco Pizarro con estos trece descubrió después el Perú, los nombraré a todos (sería también imperdonable que yo me saltara estos heroicos nombres): Cristóbal de Peralta, Nicolás de Ribera (llegó a muy longevo y le dio mucha información a Cieza), Pedro de Candía (el aventurero griego), Domingo de Soria, Luciani (probablemente italiano), Francisco de Cuéllar, Alonso de Molina, Pedro Falcón, García de Xerez, Antón de Carrión, Alonso Briceño, Martín de Páez y Juan de la Torre”. Hay alguna duda sobre si fueron trece o unos pocos más (el cronista Xerez habla de dieciséis), pero puede deberse a  ‘faroles’ en algunos de los historiales de méritos que solían presentar los conquistadores para conseguir mercedes. Tampoco hay constancia de que Pizarro se pusiera épico, trazara con la espada una línea y le dijera a sus soldados que quien la pasara, alcanzaría la riqueza y la gloria, y quien volviera a Panamá, solo obtendría pobreza y deshonor. En cualquier caso, como dicen los italianos, ‘se non è vero, è ben trovato’.
     Considerando las dificultades que les esperaban, Pizarro le rogó a Tafur que les dejara uno de los navíos, algo casi imprescindible para que pudieran sobrevivir y continuar descubriendo. “Y Tafur no se lo concedió, lo que fue otro dolor para el acongojado Pizarro”. Áspero como la lija y excesivamente joven entonces para saber medirse, ninguneó sin contemplaciones a Pizarro. Nació en Córdoba el año 1500 y había llegado a Panamá en 1518 ensoberbecido con un puesto de confianza al lado del gobernador Pedro de los Ríos. Tuvo luego una brillante carrera bajo las órdenes del gran conquistador de Colombia, Gonzalo Jiménez de Quesada (uno de los personajes más cultos y humanos de todas las Indias), pero seguro que digirió mal el sapo de ver con el tiempo la inmensa gloria de Pizarro. Cuando ya iba a zarpar, Tafur ni siquiera les dejó que sacaran del barco el maíz que les sobraba, “y se quería llevar los indios de Tumbes que tenía Pizarro para lenguas; mas al fin los dejó, yendo Ribera por ellos al navío donde estaban; y Juan Tafur dio la vuelta con los españoles a Panamá, habiéndole rogado primero Francisco Pizarro al piloto Bartolomé Ruiz que volviese en el navío que había de venir, y quedó en la isla Gorgona con sus trece compañeros”.
     Esta frase final aclara varias cosas. Bartolomé no era uno de los trece, pero, como dije, parece deberse a que Pizarro quiso que fuera a Panamá para ‘suavizar’ al gobernador; con miedo a que Bartolomé, tras hacer las gestiones se quedara allá, le rogó que volviera (y lo hizo). Queda claro también que confiaban en que el gobernador les iba a enviar un barco de socorro, quizá hasta con hombres de refuerzo. Pizarro y los trece dejaron la isla del Gallo y se instalaron en la Gorgona, un lugar tan insoportable que, según Cieza, “no se la tiene por ser tierra ni isla, sino apariencia del infierno. Y quiso Pizarro quedar en un lugar que conocía ser tan malo, por tenerlo por más seguro  que la isla del Gallo o la tierra firme; y fueron los trabajos que pasaron en ella en extremo grado grandes; no había gente ninguna, ni fuera razón que poblaran en tierra tan mala”.


     (Imagen) La isla del Gallo había sido un lugar apropiado para la desesperación, pero Pizarro y sus hombres superaron la prueba. Fue tan dura que, cuando tuvieron la oportunidad, casi todos abandonaran a capitán. Vieron en Juan Tafur su salvación, y cuando les dijo que estaban autorizados para volverse a Panamá, se embarcaron con él llenos de alegría. Pizarro se quedó solo con trece leales y los intérpretes indios. Es difícil imaginar una situación más angustiosa. La espera en la isla del Gallo había durado cinco meses. Ahora se quedaban en otra más inhóspita, la Gorgona, y era de suponer que tardarían el mismo tiempo en recibir de Panamá la ayuda que necesitaban, ‘si es que llegaba’. Corrían el peligro de convertirse en robinsones abandonados a un trágico destino.


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