(39) Volvamos con Almagro en su llegada a
Panamá. Al enterarse del cambio de
gobernador, se asustó (a Pedrarias, al menos, lo conocía bien y, aunque
temible, no dejaba de ser su socio): “Pesole, creyendo que sería estorbo para
sacar gente de la tierra. No quiso entrar en el puerto hasta saber del padre
Luque, su compañero, lo que le parecía”. Le envío una carta dándole cuenta de
las noticias sobre Pizarro y le pidió que consiguiera el visto bueno del
gobernador para reclutar más voluntarios y proseguir la aventura de Perú. Afortunadamente
Luque era un artista de la diplomacia y
ganó la partida: “Pedro de los Ríos mandó que Almagro viniese a Panamá,
y cuando entró en el puerto, salió a
recibirle y permitió que se hiciese gente, y así consiguió con gran dificultad
y trabajo juntar hasta cuarenta españoles de los que habían venido de España
con el gobernador”. Luego veremos que, si Luque lo había engatusado, el novato
gobernador oiría otras voces que le sumergieron en un mar de dudas. La escasez
de voluntarios confirma que en Panamá
todavía los sueños de Pizarro, Almagro y Luque, aunque ya no fueran motivo de
risas, no acababan de tomarse en serio. Uno de esos españoles (naturalizado)
era precisamente el mencionado aventurero Pedro de Candía (Candía llamaban
entonces a la isla griega de Creta), al que, por lo visto, dado su carácter
extravagante, le encantaba el riesgo. Con lo conseguido, que no fue mucho,
Almagro zarpó de nuevo en auxilio de la
expedición (a toda prisa por si el gobernador tenía un mal sueño), y hasta eufórico
por haber evitado lo que más temía, su ‘finiquito’. Un comentario de Cieza nos
aclara que, por disciplina castrense, nadie podía desertar, y que en eso
Pizarro fue implacable (luego veremos que, en circunstancias que no ponían en
riesgo la empresa, se mostró muy tolerante, pero, eso sí, siempre tuvo en sus
manos la decisión): “Los españoles estaban aburridos de andar por aquel
infierno; quisieran todos volverse a Panamá, pero no osaban hacerlo contra la
voluntad de su capitán. Cuando estaban en corrillos decían que Pizarro los
tenía por fuerza; no lo ignoraba él, mas disimulaba porque tenían razón”. Hace,
además, una crítica moral de la situación, dando a entender que Pizarro no
quería dar marcha atrás por ansia de riquezas y contagiaba a sus hombres esa
codicia. Y lo subraya poniendo como ejemplo lo que pasó años después: “Por
haber dineros se cometen muertes y hacen robos y cosas como las que habéis
visto que han pasado en estos años en este reino”. Sin embargo, cabe otra forma
de verlo: sin la determinación de Pizarro, que era un capitán al mando de
soldados, el fracaso estaba garantizado y el curso de la Historia habría sido
muy diferente. No solo se trataba de ambición personal (de riqueza, como dice
el cronista, pero, asimismo, de gloria), sino, además, de sentido del deber.
Sin duda, Cieza, que siempre fue un gran admirador de Pizarro, era muy consciente
de las dos caras de la moneda. Es inevitable asemejarlo también en esto a
Bernal Díaz del Castillo, que tenía a Cortés en un pedestal pero criticaba sin
tapujos su parte negativa. Los dos cronistas fueron buenas personas y
extraordinarios narradores, Cieza más culto y más moralista, Bernal con estilo
tosco pero tan llano y expresivo, que muchas veces te hace reír. Diferencias
debidas a su carácter y educación, pero también a que Cieza fue más escritor y
lector que soldado, y Bernal, a la inversa. Otra cosa les unió: procuraron ser
objetivos.
(Imagen) El nuevo gobernador de Panamá,
Pedro de los Ríos, un hombre dubitativo, no veía con entusiasmo la empresa de
Pizarro, pero fue una suerte que el anterior, Pedrarias Dávila, fuera
desplazado a Nicaragua. Algunos historiadores modernos tratan de lavar su
imagen, pero va a ser difícil que su intento prospere, porque su memoria ha
quedado marcada por el horror. Los cronistas coinciden en abominarlo y es
difícil encontrar en Indias una estatua que lo recuerde. El año 2000, en la
antigua León de Nicaragua, se encontraron sus restos y los del gran capitán
Francisco Hernández de Córdoba, al que ejecutó, como había hecho con Balboa. Se
hicieron salvas de honor para Francisco; para Pedrarias, nada. A ambos los
sepultaron de nuevo, esta vez en el Memorial de los Fundadores, colocando el
cuerpo de Pedrarias a los pies del decapitado Hernández de Córdoba. No le
perdonan.
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