miércoles, 2 de agosto de 2017

(Día 449) Almagro, con dificultades, consigue el permiso del nuevo gobernador, Pedro de los Ríos, para llevar refuerzos a Pizarro, aunque se enrolan pocos hombres.

     (39) Volvamos con Almagro en su llegada a Panamá. Al enterarse del cambio de  gobernador, se asustó (a Pedrarias, al menos, lo conocía bien y, aunque temible, no dejaba de ser su socio): “Pesole, creyendo que sería estorbo para sacar gente de la tierra. No quiso entrar en el puerto hasta saber del padre Luque, su compañero, lo que le parecía”. Le envío una carta dándole cuenta de las noticias sobre Pizarro y le pidió que consiguiera el visto bueno del gobernador para reclutar más voluntarios y proseguir la aventura de Perú. Afortunadamente Luque era un artista de la diplomacia y  ganó la partida: “Pedro de los Ríos mandó que Almagro viniese a Panamá, y cuando entró en el puerto, salió  a recibirle y permitió que se hiciese gente, y así consiguió con gran dificultad y trabajo juntar hasta cuarenta españoles de los que habían venido de España con el gobernador”. Luego veremos que, si Luque lo había engatusado, el novato gobernador oiría otras voces que le sumergieron en un mar de dudas. La escasez de voluntarios confirma que  en Panamá todavía los sueños de Pizarro, Almagro y Luque, aunque ya no fueran motivo de risas, no acababan de tomarse en serio. Uno de esos españoles (naturalizado) era precisamente el mencionado aventurero Pedro de Candía (Candía llamaban entonces a la isla griega de Creta), al que, por lo visto, dado su carácter extravagante, le encantaba el riesgo. Con lo conseguido, que no fue mucho, Almagro zarpó de  nuevo en auxilio de la expedición (a toda prisa por si el gobernador tenía un mal sueño), y hasta eufórico por haber evitado lo que más temía, su ‘finiquito’. Un comentario de Cieza nos aclara que, por disciplina castrense, nadie podía desertar, y que en eso Pizarro fue implacable (luego veremos que, en circunstancias que no ponían en riesgo la empresa, se mostró muy tolerante, pero, eso sí, siempre tuvo en sus manos la decisión): “Los españoles estaban aburridos de andar por aquel infierno; quisieran todos volverse a Panamá, pero no osaban hacerlo contra la voluntad de su capitán. Cuando estaban en corrillos decían que Pizarro los tenía por fuerza; no lo ignoraba él, mas disimulaba porque tenían razón”. Hace, además, una crítica moral de la situación, dando a entender que Pizarro no quería dar marcha atrás por ansia de riquezas y contagiaba a sus hombres esa codicia. Y lo subraya poniendo como ejemplo lo que pasó años después: “Por haber dineros se cometen muertes y hacen robos y cosas como las que habéis visto que han pasado en estos años en este reino”. Sin embargo, cabe otra forma de verlo: sin la determinación de Pizarro, que era un capitán al mando de soldados, el fracaso estaba garantizado y el curso de la Historia habría sido muy diferente. No solo se trataba de ambición personal (de riqueza, como dice el cronista, pero, asimismo, de gloria), sino, además, de sentido del deber. Sin duda, Cieza, que siempre fue un gran admirador de Pizarro, era muy consciente de las dos caras de la moneda. Es inevitable asemejarlo también en esto a Bernal Díaz del Castillo, que tenía a Cortés en un pedestal pero criticaba sin tapujos su parte negativa. Los dos cronistas fueron buenas personas y extraordinarios narradores, Cieza más culto y más moralista, Bernal con estilo tosco pero tan llano y expresivo, que muchas veces te hace reír. Diferencias debidas a su carácter y educación, pero también a que Cieza fue más escritor y lector que soldado, y Bernal, a la inversa. Otra cosa les unió: procuraron ser objetivos.


     (Imagen) El nuevo gobernador de Panamá, Pedro de los Ríos, un hombre dubitativo, no veía con entusiasmo la empresa de Pizarro, pero fue una suerte que el anterior, Pedrarias Dávila, fuera desplazado a Nicaragua. Algunos historiadores modernos tratan de lavar su imagen, pero va a ser difícil que su intento prospere, porque su memoria ha quedado marcada por el horror. Los cronistas coinciden en abominarlo y es difícil encontrar en Indias una estatua que lo recuerde. El año 2000, en la antigua León de Nicaragua, se encontraron sus restos y los del gran capitán Francisco Hernández de Córdoba, al que ejecutó, como había hecho con Balboa. Se hicieron salvas de honor para Francisco; para Pedrarias, nada. A ambos los sepultaron de nuevo, esta vez en el Memorial de los Fundadores, colocando el cuerpo de Pedrarias a los pies del decapitado Hernández de Córdoba. No le perdonan.


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