-Pero digamos, divino maestro, que Bernal tuvo el especial mérito de
jugarse el tipo viajando con los tres; él lo dice con justo orgullo, porque fue
el único que vivió las tres terroríficas ‘movidas’. La relectura de su
originalísimo libro me está aclarando un sinfín de cosas. Así, nos sigue
contando que llegaron en su viaje a “una isleta donde ahora está el puerto de
Veracruz”, a la que llamaron San Juan de Ulúa, dejando bien precisado su
emplazamiento. Y, como suele, explica la denominación. Dice que le pusieron
Ulúa por una mala interpretación de un indio que, en realidad, hablaba de Culúa
(México). Y atribuye el San Juan a
que la fiesta estaba cercana y a que “nuestro capitán se llamaba Juan”. Sigue
tú, reverendo.
-Gracias, hijo mío. Me parece bien que Bernal repita los horrores para
que se sepa que no era algo anecdótico. Desembarcaron en la playa “y hallamos
una casa de adoratorios con un ídolo muy grande y feo al que llamaban
Tescatepuca (Tezcatlipoca: a Bernal le
cuesta afinar, pero siempre se aproxima), acompañándole cuatro papas (sacerdotes) que tenían sacrificados de
aquel día dos muchachos abiertos por los pechos, habiendo ofrecido los
corazones y la sangre a aquel maldito ídolo. Y los sacerdotes nos venían a
sahumar con lo que sahumaban a su Tescatepuca. Y no lo consentimos, sino que
tuvimos gran lástima de ver muertos aquellos dos muchachos y ver tan grandísima
crueldad”. Ahí tenemos al implacable soldado, harto de guerra y de muertos,
pero que se estremece ante la estúpida tragedia de dos pobres diablos. “Y
viendo que el tiempo se nos pasaba en balde, teniendo por cierto que aquellas
tierras (las de la costa recorrida)
no eran islas sino tierra firme y que había grandes pueblos y que el pan cazabi
(de yuca) estaba muy mohoso y sucio
de fatulas (cucarachas), y que no
éramos bastantes para poblar (habían
muerto 13 soldados), fue acordado
enviar a pedir socorro al Diego Velázquez, porque Grijalva muy gran voluntad
tenía de poblar y siempre fue muy valeroso y esforzado capitán, y no como lo
escribe el cronista Gómara”. Bernal, honorablemente, se revuelve contra un
Gómara que oscurecía a Grijalva para que brillara más todavía su ‘sponsor’,
Cortés. ¿Y a quién mandaron a Cuba?
-Pues el elegido, caro Sancio, fue la saeta rubia, Alvarado.
-Pero no le eligió Grijalva por lo mucho que valía. “Para hacer aquella embajada, acordamos que fuese el capitán Pedro de Alvarado, por dos cosas: lo uno porque ni Juan de Grijalva ni los demás capitanes estaban a bien con él por la entrada que hizo (sin permiso) en aquel río que nombramos Alvarado; y lo otro, porque había venido a aquel viaje de mala gana y medio doliente (Gómara escribió que lo que tenía era mal de amores, ‘que se perdía por una isleña’)”. Cuenta Bernal que ya les había mandado Velázquez desde Cuba un barco de ayuda, pero que tuvo que darse la vuelta por un temporal. Y nos menciona a su capitán, un personaje posteriormente clave (y de trágico final) en la aventura de México: “Cristóbal de Olid, persona de valía y muy esforzado, que fue maestre de campo cuando lo de Cortés”. Llegó Alvarado a Santiago de Cuba y aquello fue la locura: a todos les entró la fiebre del oro por las muestras que llevaba. “Y como el Alvarado se lo sabía muy bien platicar (hasta el piquito lo tenía de oro), el Diego Velázquez no sabía sino abrazarle y tener ocho días de gran regocijo y jugar cañas (torneos light). Y con este oro se sublimó mucho más la fama en todas las islas y en Castilla de que aquellas eran ricas tierras (un frenesí)”. Termina Bernal con un irónico quite de los suyos. “Y dejaré al Diego Velázquez haciendo fiestas y volveré a nuestros navíos, que estábamos en San Juan de Ulúa”. Véase en la foto la fortaleza que diseñó después Cortés en esta pequeña isla, que está pegando a la gran Veracruz actual.
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