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–Es como si viajáramos al ladito de Bernal, reverendo. En el mismo barco, y, en
tierra, tú a caballo, y yo, tu humilde secre, sobre un borrico. -De eso nada:
en dos mulas cardenalicias, evitando el trote para cuidar las vértebras. Dice
Bernal que partieron de Cuba el 8/2/1517. Iba al mando Francisco Hernández de
Córdoba, quien, como Cortés, era ya un rico encomendero en la isla por haber
participado en su conquista. Tras 21 días de navegación llegaron a una costa
nunca descubierta. “Vimos venir 10 canoas muy grandes, que se llaman piraguas,
todas hechas de un madero grueso, y caben hasta 40 indios”. Subieron algunos a
la nao capitana. “Llevaban sus vergüenzas cubiertas, por lo que los tuvimos por
hombres de más razón que los indios de Cuba, que andan con ellas fuera”.
Volvieron al día siguiente, y les oyeron que repetían “catoche”. Bernal le da
un sentido discutible (no tenían intérprete), “y por esta causa pusimos por
nombre a aquella tierra Punta Catoche (lo
conserva)”. Los españoles bajaron a la playa a pesar de la presencia de una
multitud de indios. Era una trampa. “Cerca de unos montes, empezó el cacique a
dar voces para matarnos, los indios nos comenzaron a flechar y de la primera
rociada nos hirieron a quince. Mas quiso Dios que les hicimos huir cuando
conocieron las ballestas, las escopetas (arcabuces)
y el buen corte de las espadas, de manera que quedaron 15 muertos”. Llegaron a
un poblado donde había algún objeto de oro bajo, y vieron por primera vez en
Indias casas de cal y canto, que eran adoratorios con ídolos. Su importancia
les puso “muy contentos porque entonces no se había descubierto el Perú. Y
prendimos a dos indios que después se bautizaron; se llamaron Julián y Melchor,
y ambos eran bizcos”. El piloto Alaminos pensó equivocadamente que se trataba
de una isla. En realidad, estaban ya en Yucatán, parte de la extensísima tierra
firme de México. Siguieron costeando durante 15 días, relajaditos porque solo
el mar podía ser su enemigo. Pero viajaban para descubrir. “Y vimos desde los
navíos un pueblo”. Ese lugar era Campeche. Fue necesario bajar “para tomar
agua, pues las pipas que traíamos no venían estancas”. Lo hicieron con muchas
precauciones, y unos indios aparentemente amistosos les invitaron a su poblado.
El adoratorio tenía sangre por las paredes. Diez de ellos eran sus sacerdotes,
“que allá se llaman papas; llevaban las
ropas hasta los pies y los cabellos largos y llenos de sangre revuelta. Los
indios de guerra comenzaron a silbar y tañer sus bocinas y atabalejos (acongojante, ¿no?). Y como aún no
teníamos sanas las heridas y hasta se nos habían muerto dos soldados, que
echamos a la mar, tuvimos temor (como
para no tenerlo, Bernalito)”. Sin perderles de vista se fueron replegando
militarmente hasta alcanzar las naos. Continuaron navegando, y faltó poco para
que el mar se los tragara, en situación tan angustiosa que Bernal exclama:
“¡Oh, en qué trabajos nos vimos!”. Volvió la calma, y avanzando varios días
rumbo al sur, vieron otro pueblo con una ensenada. Como las pipas eran de
saldo, bajaron de nuevo a llenarlas de agua en aquel lugar, que se llamaba
Potonchán, y estando en esa tarea, “vinieron por la costa muchos escuadrones de
indios… (un sinvivir)”.
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