-Sabía vender y venderse, reverendo. Bernal dice que “Cortés en todo se
daba mucha prisa”, y que creó tales expectativas de gloria y riqueza “que nos
juntamos en Santiago de Cuba para salir con la armada más de 350 soldados; y de
la casa del mismo Diego Velázquez salió un mayordomo suyo que se decía Diego de
Ordaz, que lo envió para que no hubiese en el viaje ninguna mala traza de
Cortés, porque siempre temió que se alzaría (como
decía el ‘chocarrero’), aunque no lo daba a entender”.
-Echa el freno, conductor, que quiero intervenir. Anunciemos ya que
Ordaz le crearía muchos problemas a Cortés, pero, como la mayoría, fue víctima
de su hechizo manipulador. Con el tiempo, ya conquistada Tenoctitlán-México,
voló alto por su cuenta y exploró la
costa de Venezuela. Pero allí (ya lo contaste en la sublime biografía que me
escribiste) tropezó con el alcalde de Cubagua, la isla perlífera; y ese
alcalde, bien bragado, era mi sobrino
Pedro Ortiz de Matienzo. El enfrentamiento fue de alto voltaje; se embarcaron
para zanjar el asunto en la Corte, y Diego de Ordaz murió durante el viaje,
pero no, como algunos retorcidos dijeron, envenado por mi sobrino.
-Justo era comentarlo, daddy. Prosiga Bernal: “Y vinieron otros muchos
que eran amigos y paniaguados de Velázquez”. Aunque él siempre sería del bando
de Cortés, no se priva de decir: “E yo me quiero poner aquí a la postre que
también era de la misma casa de Velázquez, porque era mi pariente”. Muchos amiguetes y familiares de Velázquez le
estaban dando el tostón para que cambiara de capitán, quien, a su vez, pronto
hizo alarde de cuál era su taimado estilo: “Sabiendo esto Cortés, no se quitaba
de estar en compañía del gobernador, mostrándose muy gran servidor, y le decía
que, Dios mediante, le haría muy ilustre señor e rico en poco tiempo”.
-Bien contado, pequeñín; y quedan, pues, avisadas vuesas mersedes: si se
descuidan, Cortés les robará la cartera. Como vio que el titubeante Velázquez
se podía volver atrás y quitarle el mando, ordenó a todos los apuntados para la
expedición que se embarcaran de inmediato. El gobernador quedó tan confuso que
fue incapaz de reaccionar, “y después de haber oído misa, fue con nosotros a
los navíos; tras muchos abrazos de Cortés al gobernador y del gobernador a él, se despidieron. Nos
hicimos a la vela y llegamos al puerto de Trinidad”; allí siguió reclutando
gente.
-Pon la lista que da Bernal, santo abad, para que se vea su peculiar y
castizo estilo narrativo.
-Aun resumiendo (y saltándome muchos nombres), apreciaremos su prodigiosa
memoria y ese amor a la pincelada humana. Dice que se apuntaron los hermanos
Alvarado, señalando que Juan el Viejo (el mayor de ellos) era bastardo, “y
Alonso Dávila, capitán que fue cuando lo de Grijalva; y Gonzalo Mexía, que
luego fue tesorero en México; y Lares, el buen jinete (lo precisa para distinguirlo de otro Lares); y Cristóbal de Olid,
el muy esforzado; y Ortiz, el músico; y un Alonso Rodríguez, que tenía minas de
oro. Escribió Cortés a Sancti Spiritus con palabras sabrosas para atraer a
muchas personas de calidad, como Alonso Hernández de Puertocarrero, primo del
conde de Medellín, y Gonzalo de Sandoval, que llegó a ser gobernador de la
Nueva España (México)”. Precisamente,
fue Puertocarrero el que me trajo a la Casa de la Contratación de Sevilla, para
el rey, las primeras joyas de México, y Bernal recuerda que Cortés, en cuanto
se alistó, le hizo un buen regalo, quizá
manipulador: “Como aquel caballero no
tenía caballo ni de qué comprarlo, Cortés le compró una yegua rucia (color pardo o canoso), y dio por ella
unas lazadas de oro que traía en la ropa de terciopelo”. Otro gesto de rápido
ejecutivo: llega un barco con “pan cazabi y tocinos, que traía, camino de la
Habana un Juan Cedeño, y Cortés le compró el navío fiado (adónde vas, infeliz, que México te espera), y Cedeño se vino con
nosotros. Ya teníamos once navíos y todo se nos hacía prósperamente, gracias a
Dios por ello”. Avisamos ya que la peripecia de Cortés será un constante salir
de una y enredarse en otra: “Y estando de la manera que he dicho, envió Diego
Velázquez mandamiento para que se le detuviera la armada a Cortés y le enviaran
preso”.
(En el mapa de Cuba se ve cómo Cortés aprovechó la proximidad de Sancti
Spiritus a Trinidad para mandar allá propaganda de su viaje).
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