(13) –Ánimo, socio; nos toca presentar al
tiburón que se nos viene encima: Hernán Cortés. De momento solo unas pinceladas
introductorias para que se vayan entendiendo todas las actuaciones de este elegido
de los dioses que Bernal nos muestra con detalle.
-Ese cronista único, reverendo, admiraba
profundamente a Hernán, pero no le ahorró críticas, y el objetivo de su libro
fue dejar claro que aquella ‘conquista’ era comparable a las hazañas más grandiosas
de la Historia, que sin Cortés no se habría conseguido, y que tampoco sin el
heroico esfuerzo de toda la tropa. ¿Lo conociste?
-Hernán era bien joven, secre, cuando lo
registré en la Casa de la Contratación al partir hacia ultramar en 1504, con solo 19 años. Tenía el aire
presumido, aunque simpático, y con todo el aspecto de querer comerse las Indias
enteras. Había estudiado en Salamanca, pero no más de dos años, abandonando los
libros en busca de adrenalina y gloria, por ser alcanzable con inteligencia
natural y mucho valor; su primo analfabeto, Francisco Pizarro, lo sabía bien. Cortés
luchó en La Española y en Cuba contra los indios, tuvo cargos administrativos,
se hizo rico con las encomiendas, dio rienda suelta a sus conflictivos amoríos,
y participó en una miniconspiración contra el gobernador Diego Velázquez de
Cuéllar, del que era su secretario (comienzo de una prolongada y novelesca
enemistad). Uno de sus devaneos le costó caro. Su ‘amada’, Catalina Juárez
Marcaida, le exigió matrimonio. Era hermana de una amante de Velázquez, y este
tenía apresado a Cortés por sus intrigas, de manera que el amancebado
gobernador le obligó a casarse para dejarlo
libre de la cárcel, con lo que se metió en otra peor porque la convivencia no
fue precisamente idílica. No volví a saber de Cortés hasta que en 1519 le
pusieron al frente de la expedición a México, algo sorprendente teniendo en
cuenta sus grises servicios y sus encontronazos con Velázquez. Cuando nos llegó
a la Casa de la Contratación el primer tesoro que consiguió (sin haber
alcanzado todavía Tenoctitlán-México), empezaron a repicar en la Corte todas
las campanas del entusiasmo, y eso sin saber aún que el resultado de su
empresa, en buena lógica, debería haber sido un fracaso, con Cortés y los suyos
sacrificados como animales en aquellos “malditos adoratorios”, que diría
Bernal. Algo más de su carácter: sin duda las traumáticas experiencias de su vida, especialmente a partir del inicio de
la locura de México (tenía entonces 34 años), tuvieron que darle un gran
sedimento de madurez, pero siempre conservó una energía y una ambición
desbordantes, gran inteligencia, afición a la mujeres y marchamo de líder nato.
Sigue tú, carísimo literato.
-De acuerdo, reverendo. Allá va, resumido
al máximo. Fue Cortés hombre muy valeroso, buen jinete y con gran sentido del
humor. Todo lo puso al servicio de la ambición y la gloria, con una
contradictoria mezcla de sentimiento religioso. Sus defectos no provenían de un
enfermizo placer por el mal, sino de la maquiavélica táctica de que el fin
justifica los medios; le encantaría la freudiana frase de que ‘en la guerra y
el amor todo está permitido’. Se diría que Nietzsche escribió para él el
libro ‘Humano, demasiado humano’, o que
se pasaba el día cantando ‘My way’. Era un líder tan seductor que hasta sus
soldados le perdonaron algunos abusos que Bernal no se calla. Habilísimo
manipulador, a los indios los enredó en situaciones verdaderamente kafkianas.
Muy calculador, pero, a la desesperada, dispuesto a jugar a la ruleta rusa con
el cargador a falta solo de una bala. De enormes reflejos para encarar los
terribles problemas que se sucedieron sin tregua durante el año largo que les
costó dominar México, venciendo una estadística que los condenaba casi sin
remedio a la muerte. El retrato de
la imagen (de contrastada autenticidad) se hizo cuando ya tenía más de sesenta
años. A pesar de sus enormes éxitos, tuvo posteriormente muchas decepciones.
Tras la gloria, llegó el sufrimiento moral.
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