(10) –Siguieron
navegando y los indios ‘se cachondeaban’ a lo lejos.
-Certo, dottore. Dice Bernal que, “desde la costa y armados, iban
haciendo pernetas (saltos de burla
enseñando el trasero). E más adelante llegamos a un río que pusimos por
nombre río de Banderas, porque estaban en él muchos indios revolando banderas
grandes y llamándonos”. A toro pasado, Bernal, que escribe años después, puede
explicar perfectamente a qué venía aquella exhibición. Moctezuma (el nombre más
apropiado sería Motecuzoma) tenía un sistema de información ‘postal’ muy
eficaz: mensajeros de rapidez olímpica, que turnándose sin parar día y noche,
le llevaban las noticias en tiempo récord. Estaba enterado al detalle del viaje
anterior y del presente, de lo temibles que eran los españoles luchando, a
pesar de su, comparativamente, reducido número, “y, en fin, de que nuestra
demanda era buscar oro a trueque del rescate (objetos para cambio) que traíamos”. Tenía, además, ‘fotógrafos’,
es decir, artistas que “todo lo habían llevado pintado en unos paños”. Por eso dio
orden de comerciar el oro con los españoles “e inquirir cuál era nuestro
intento”. Bernal comenta lo que siempre se ha contado y debe de ser cierto, a
pesar de su absurdo: “Según se decía, sus antepasados les habían dicho que vendrían
gentes de donde el sol, con barbas, que los habían de señorear”. ¿Cómo lo ves?
-Pues como siempre, socio: aquello parecía un recibimiento solemne, pero
alguien tenía que dar el primer bocado por si era venenoso. Le tocó bajar a la
playa a Francisco de Montejo con varios soldados, Bernal entre ellos. Por
primera vez se pusieron en contacto con autoridades aztecas, en medio de
numerosos indios sometidos por Moctezuma. Al final, todo fueron estratégicas
zalamerías por ambas partes, a pesar de que Julianillo, ‘la lengua’, no
entendía el náhuatl, y los españoles recibieron una cantidad importante de
joyas de oro. Incluso “tomamos un indio que después entendió nuestra lengua, se
volvió cristiano, con el nombre de Francisco, y después le vi casado con una
india”. Digamos que habían empezado los tanteos de dos pesos pesados que se
temen. Como pasaron después varios días sin que volvieran los indios, zarparon
de nuevo, bautizando todo lo que encontraban: “Vimos una isleta de arena
blanca, y pusímosle nombre de Isla Blanca, y no muy lejos otra que tenía
árboles verdes, y pusímosle Isla Verde”.
-De lo más inocente, querido
Sancho. Pero encontraron otra muy especial…
-Así es, mi secretario; encontraron otra isla también de apariencia
inocente, y lo era para aquella civilización nutrida del horror. No se olvide
que toda Mesoamérica tenía por dios al Sol, y vivía con la angustia de que
podía apagarse si no se le alimentaba con sacrificios humanos. Esta vez
copiaremos a Bernal de pe a pa: “Hallamos dos casas de cal y canto, y en cada
casa unas gradas (sin duda eran pirámides
mayas) que subían a unos como altares, y en aquellos altares tenían unos
ídolos de malas figuras que eran sus dioses. Y allí hallamos sacrificados de
aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los pechos y cortados los
brazos y los muslos, y las paredes de las casas llenas de sangre, de todo lo
cual nos admiramos en gran manera. Y pusimos el nombre a esta isleta de Isla de
los Sacrificios, y ansí está en las cartas de marear (conserva el nombre; véase el mapa)”. ¿Quién que no estuviera loco
seguiría porfiando en enfrentarse a aquel espantoso imperio? La 2ª foto es la
de la isla, donde solo vive el farero, se supone que con horribles pesadillas
nocturnas.
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