miércoles, 1 de febrero de 2023

(1943) El cacique Pipatón hizo una cruel escabechina con Juan Gamboa y los que vivían con él. Aunque Benito Franco lo apresó después, no decidió matarlo, pero lo castigó. Aun lesionado, Pipatón se escapó y volvió a las andadas.

 

     (1543) Llegó en agosto de 1597 el Doctor Francisco de Sande como nuevo Presidente de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá. (En la imagen vemos, con su firma, parte de una carta que le envió al Rey un mes después). Era Caballero de Santiago, y venía desde Guatemala, en donde fue Gobernador, y asimismo Presidente de la Real Audiencia. Estaba enterado de los grandes padecimientos de los españoles por los constantes ataques de los indios a lo largo del río Magdalena, y se había tomado muy en serio el objetivo de acabar con aquella pesadilla, pero la tarea no iba a ser fácil, porque las agresiones se producían en muchos sitios diferentes. Por la zona de Vélez el gran cacique Pipatón no daba tregua matando a españoles y a indios amigos. Llegó a una estancia de un tal Juan Gamboa, en la que se encontraba con su mujer, sus hijos, sus criados y un cuñado suyo. Tuvieron que salir de la casa porque la habían quemado los indios, y en breve fueron matados por ellos sufriendo grandes crueldades. Sin embargo, los españoles, tiempo después, perdieron una magnífica oportunidad de acabar con Pipatón: “En abril de 1601, iban aumentando las victorias de los españoles, y el Capitán Benito Franco tuvo la suerte de apresar al Cacique Pipatón con algunas de sus mujeres e hijos, tras hallarlo retirado en su casa. Después de haber instalado en Santa Fe, Tunja y otras ciudades a los españoles que estaban en  peligro, Benito Franco decidió  desgarronar de los pies (dejarlos cojos) a los indios rebeldes que tenía presos y al Cacique Pipatón, que tanto merecía la muerte por las muchas vidas que él había quitado. Pero, sintiendo por él cierta piedad, así desgarronado lo envió a la ciudad de Pamplona. Tuvieron allí en él más confianza de la que debieran, pareciéndoles que, desgarronado, no podría huir. Pero no le fue difícil ausentarse, porque era este Cacique, como yo lo vi, de cuerpo membrudo, de gran estatura y rostro feroz, de sutil ingenio y muy astuto, lo cual empleó bien trazando su libertad, conjeturando (como él decía después) que todas las aguas de aquella zona iban en vertientes a unirse a las del río Magdalena, y con esta consideración imaginó que, yéndolas siguiendo, había de ir a parar a su tierra.  Puso en ejecución lo que pensó, y llegó con harta brevedad a ella, con asombro y admiración general de todos los suyos, que enseguida volvieron a ponerse bajo su mando. Allí estuvo sin que lo supieran los de  Vélez, que creyeron que se había ahogado hasta que, después de un año y medio, volvió a hacer las mismas crueldades”. (Es de suponer que Pipatón quedara muy cojo para siempre).




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