(1543) Llegó en agosto de 1597 el Doctor
Francisco de Sande como nuevo Presidente de la Real Audiencia de Santa Fe de
Bogotá. (En la imagen vemos, con su firma, parte de una carta que le envió al
Rey un mes después). Era Caballero de Santiago, y venía desde Guatemala, en
donde fue Gobernador, y asimismo Presidente de la Real Audiencia. Estaba
enterado de los grandes padecimientos de los españoles por los constantes
ataques de los indios a lo largo del río Magdalena, y se había tomado muy en
serio el objetivo de acabar con aquella pesadilla, pero la tarea no iba a ser
fácil, porque las agresiones se producían en muchos sitios diferentes. Por la
zona de Vélez el gran cacique Pipatón no daba tregua matando a españoles y a
indios amigos. Llegó a una estancia de un tal Juan Gamboa, en la que se
encontraba con su mujer, sus hijos, sus criados y un cuñado suyo. Tuvieron que
salir de la casa porque la habían quemado los indios, y en breve fueron matados
por ellos sufriendo grandes crueldades. Sin embargo, los españoles, tiempo
después, perdieron una magnífica oportunidad de acabar con Pipatón: “En abril
de 1601, iban aumentando las victorias de los españoles, y el Capitán Benito
Franco tuvo la suerte de apresar al Cacique Pipatón con algunas de sus mujeres e
hijos, tras hallarlo retirado en su casa. Después de haber instalado en Santa
Fe, Tunja y otras ciudades a los españoles que estaban en peligro, Benito Franco decidió desgarronar de los pies (dejarlos cojos)
a los indios rebeldes que tenía presos y al Cacique Pipatón, que tanto merecía
la muerte por las muchas vidas que él había quitado. Pero, sintiendo por él cierta
piedad, así desgarronado lo envió a la ciudad de Pamplona. Tuvieron allí en él
más confianza de la que debieran, pareciéndoles que, desgarronado, no podría
huir. Pero no le fue difícil ausentarse, porque era este Cacique, como yo lo vi,
de cuerpo membrudo, de gran estatura y rostro feroz, de sutil ingenio y muy astuto,
lo cual empleó bien trazando su libertad, conjeturando (como él decía después)
que todas las aguas de aquella zona iban en vertientes a unirse a las del río Magdalena,
y con esta consideración imaginó que, yéndolas siguiendo, había de ir a parar a
su tierra. Puso en ejecución lo que
pensó, y llegó con harta brevedad a ella, con asombro y admiración general de
todos los suyos, que enseguida volvieron a ponerse bajo su mando. Allí estuvo
sin que lo supieran los de Vélez, que
creyeron que se había ahogado hasta que, después de un año y medio, volvió a
hacer las mismas crueldades”. (Es de suponer que Pipatón quedara muy cojo para
siempre).
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