(18) -Fue trágico,
querido socio: Guerrero se negó a volver.
-De hecho, tierno abad, hubo bastantes españoles en Indias que
terminaron viviendo con los nativos, pero pocos voluntariamente. Aguilar no
pudo convencer a Gonzalo Guerrero para que regresara adonde Cortés. Su
respuesta fue dramática, aunque razonable: “Hermano Aguilar, yo soy casado (con una india) y tengo tres hijos (llevaba, como Aguilar, ¡8 años! con los
nativos). Íos vos con Dios, que yo tengo labrada (tatuada) la cara y horadadas las orejas; qué dirán de mí los
españoles cuando me vean. E ya veis estos mis hijos cuán bonicos son”. Visto el
panorama, Aguilar se puso en marcha, pero cuando llegó a Cabo Catoche habían
pasado nueve días, y el navío de Ordaz navegaba
ya hacia Cozumel. “Cuando Cortés
lo vio volver sin los españoles, sin los indios y sin información, se puso muy
enojado y dijo con palabras muy soberbias a Ordaz que había esperado que le
trajera mejor recaudo”. Hubo otro incidente que mostró el rigor de Cortés.
-Era su estrategia, joven: mostrarles a todos claramente su firme
estilo. “Un soldado llamado Berrio se quejó de que unos marineros le habían
robado unos tocinos; Cortés les tomó juramento, y se perjuraron. Se hizo
pesquisa, y se descubrió el hurto, y a cuatro de los marineros les mandó
azotar, y no aprovecharon los ruegos de ningún capitán”. En cuanto a la
brutalidad de los sacrificios humanos, Cortés al principio se mostraba
intransigente y poco realista. Fueron los frailes los que le harían comprender
que se necesitaba tiempo para que aquello cambiara. En Cozumel vio por primera
vez ‘el rito’. Había un ‘papa’ hablando a la multitud “y Cortés y todos
nosotros mirando en qué paraba aquel
negro sermón”. Cuando supo por medio del indio Melchorejo “que predicaba cosas
malas”, llamó a los principales del poblado, papas incluidos, y les largó
un sermón ‘de los nuestros’: que
quitasen aquellos ídolos, que eran muy malos, que la cruz y Ntra. Señora les
salvarían, “y les dijo otras cosas de nuestra fe bien dichas”. Los indios
contestaron que sus dioses eran temibles, pero buenos, que ellos no los iban a
quitar, y que, si se atrevían, que lo hicieran los españoles. “Y luego Cortés
mandó que los despedazásemos y echásemos a rodar por las gradas abajo. Y así se
hizo”. Se preparó un altar, se plantó una cruz, “y dijo misa el padre Juan
Díaz, y el papa, el cacique y todos los indios estaban mirando con atención (un penique por sus pensamientos)”.
Cortés tropezará varias veces en la misma torpeza.
-¿Y qué fue de Jerónimo de Aguilar, sabio ectoplasma? Dinos algo.
-Es de no creer, caro secre.
Aguilar tenía la salvación a mano y se le esfumó porque Ordaz se había largado
con el navío. Cortés lo dio por perdido, y la expedición zarpó. Parece ser que
al destino no le gustó que la película terminara así, averió uno de los barcos
y se vieron obligados a volver a Cozumel. Le llegó la noticia a Aguilar,
alquiló una canoa y remeros nativos con el rescate que le quedaba, y se
presentó ante unos soldados, que creyeron que eran todos indios, “porque el
Aguilar ni más ni menos era que indio,
pero en español mal mascado y peor pronunciado, dijo ‘Dios y Santa María e
Sevilla’, y el capitán Andrés Tapia le fue a abrazar”. Cuando lo llevaron adonde
Cortés, le contó su ‘novelón’, que voy a abreviar. Era de Écija (Sevilla). Ocho
años antes, iba desde Darién (en la costa Colombiana) a Santo Domingo en un
navío con documentación de un pleito entre Pedrarias y su yerno Balboa;
naufragaron; los supervivientes, 16 hombres y 2 mujeres, utilizaron un batel,
pero las corrientes les arrastraron a la costa de Yucatán; los indios, tras
apresarlos, sacrificaron a muchos de los hombres, y casi todos los demás,
incluidas las mujeres, murieron de enfermedad y agotamiento. De los dos únicos supervivientes,
Aguilar estaba destinado al sacrificio, logró escapar y ‘mejorar’ su situación:
esclavo de otro cacique; Gonzalo Guerrero se convirtió en lidercillo de un
poblado de indios.
(Foto: templo maya. Se desconocía su existencia, y se descubrieron en el
primer viaje de Bernal. Fue un notición saber que los indios construían esos
bellos e impresionantes edificios “de cal y canto”. Pero el escalofrío y el
pánico les sacudieron al ver lo que ocurría en el interior).
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