(9) –Oye, secre:
el gran piloto Alaminos era un atajagoces.
-Y que lo digas, reve: “Yendo adelante, llegamos a una boca como de río
grande, y decía Alaminos que era isla (qué
obsesión) y que partía los términos de la tierra, y de esta causa le
pusimos nombre de boca de Términos (véase
el mapa). Y saltamos a tierra y hallamos que no era isla sino ancón (ensenada) y muy buen puerto; estaba muy
despoblado, pero había unos adoratorios de cal y canto con muchos ídolos, donde
los mercaderes y cazadores de paso sacrificaban. Continuamos hasta llegar a un
río que se llama Tabasco, como el cacique del pueblo, e como lo descubrimos en
este viaje, le nombramos río Grijalva”. En esta ocasión, la actitud de los
indios fue diferente.
-Consecuencia de lo pasado, baby. Los de Tabasco sabían muy bien, por
las noticias de lo que ocurrió en
Potonchán en el viaje anterior, que los españoles eran muy peligrosos. Estaban
muy prevenidos, pero solo querían que pasaran de largo. Así que hubo regalitos
mutuos, teatrales abrazos, y hasta el paternalista sermón estereotipado de
Grijalva. Los indios les dieron vituallas abundantes, pero contestaron “que
señor ya tienen, y que agora veníamos y les queríamos dar señor nuevo, e que
mirásemos que no les diésemos guerra como en Potonchán, porque tenían
aparejados unos tres xiquipiles de guerra, que son cada uno de 8.000 hombres”.
El miedo era mutuo, y se impuso la diplomacia. Los nativos se mostraron
complacientes regalándoles joyas no muy valiosas, pero sobre todo, sin
pretenderlo, les dieron una información de incalculable valor: “Aunque no valía
mucho el presente, tuvímoslo por bueno por saber cierto que tenían oro; dijeron que no tenían más, y
decían que abundaba donde se pone el sol: ‘Culúa, Culúa’, y ‘México, México’ (eran lo mismo), y nosotros no sabíamos
qué cosa eran Culúa y México”. Momento clave en el que se van ajustando las
piezas del puzle, aunque todavía la figura sea confusa. Sin peleas, lo que ya
era un pasito importante en el trato con los indios (el pan se iba cociendo),
continuaron por la costa. Alcanzaron Coatzacualcos, “y aparecieron las grandes
sierras que están todo el año cargadas de nieve. El capitán Pedro de Alvarado,
adelantándose, entró en un río, y le pusimos de nombre río de Alvarado”. Muy
propio de su carácter, de gran valía pero ambicioso y precipitado. “Y a causa
de entrar en el río sin licencia, el general se enojó mucho con él”. Alvarado
era mucho Alvarado.
-Mientras, my dear priest, Cortés disfrutaba de la vida en Cuba.
-Dejémosle que descanse, secre, porque le llegará la hora de entregarse
a una sobrehumana locura. Observemos el mapa. El amplio puerto de que habla
Bernal conserva el nombre de Laguna de Términos (no sabemos a qué términos se
refería el piloto Alaminos, quizá a “fronteras”), y al lado está el río
Grijalva. Era territorio de Tabasco. Fue en Cuatzacualcos donde Pedro de
Alvarado se metió sin permiso con tres navíos en un río (el ansia de
descubrir), con un ‘cabreo’ enorme de
Grijalva que, como veremos, le duró lo suyo, por el peligro de que “le viniese
algún apuro en parte donde no le pudiésemos ayudar”. La biografía de Pedro
resultó una de las más notables de Indias, con algún patinazo de consideración.
En el libro de Bernal, aparecerá continuamente, e incluso, al final, lo
describirá con perspicacia, como hizo con otros de los principales
protagonistas. Nació en Badajoz (y dale con los extremeños) el año 1485
(cosecha Cortés). En 1510 viajó a La Española en el séquito del virrey Diego
Colón, acompañado de 5 hermanos, Gonzalo, Jorge, Gómez, Hernando y Juan,
quienes, curiosamente para aquellos tiempos, todos utilizaron el apellido Alvarado.
E sepan (dice Sancho en su antiguo hablar) cuantos esto leyeren que yo
lo vi en la mi Casa de la Contratasión de Sevilla, desde donde partió para Las
indias eclipsando hasta al soberbio virrey: era un mansebo de veinte e sinco
años, muy galán, de fermoso rostro, alto moso e de cuerpo membrudo, e supe, e
no me equivoqué, que los indios lo habrían de mitificar por sus abundantes
cabellos y barbas de un rubio ensendido, tanto que le apellidaron Tonatiu (el
Sol).
No hay comentarios:
Publicar un comentario