(68) –Es una
delicia viajar juntos, socio, con Cortés y Bernal.
-Nos lo estamos pasando de miedo, reverendo: es una borrachera deliciosa
tocar con la mano la epopeya que vivieron. Me falta poco para terminar de
releer las 700 páginas del asombroso
libro de Bernal (que dejaremos en unas 170 sesiones), y el festín sigue igual
de sabroso hasta el postre. ¿Qué pasó tras la derrota de Narváez?
-La verdad es que, competentísimo cronista, Narváez, a pesar de ser algo
fantasma y hablar “como de bóveda (Bernal
dixit)”, llega a inspirar ternura tras la derrota: “Como estaba muy mal
herido y con el ojo quebrado, demandó licencia a Sandoval para que su cirujano
le curase, y se la dio. Al saber que estaba allí Cortés, dijo: ‘Señor capitán
Cortés, tened en mucho esta victoria que
de mí habéis habido’. Y le contestó (no
muy generosamente) que desbaratarle había sido una de las menores cosas que
había hecho en la Nueva España. Luego vinieron muchos caballeros de los de
Narváez a besar las manos a Cortés. Y era cosa de ver la gracia con que les hablaba y abrazaba, e qué
alegre estaba sentado en una silla de caderas, y tenía mucha razón de verse en
aquel punto tan señor y pujante”. Pero Bernal no se olvida de la parte trágica.
Recógelo.
-Con tu venia, reverendísimo: “Digamos agora de los muertos y heridos
que hubo. Murieron de los de Narváez el alférez Fuentes, el capitán Rojas, así
como otros dos más; murió Alonso García el Carretera, uno de los tres soldados
nuestros que se habían pasado a su bando; y heridos de los de Narváez hubo
muchos. Y también murieron cuatro de los nuestros, e hubo más heridos, y el
cacique gordo también salió herido, porque se refugió en el aposento de Narváez
y allí le hirieron, y luego Cortés le mandó curar muy bien y le puso en su
casa, y mandó que no se le hiciese enojo”. Conseguida la victoria, Cortés
derrochó espíritu organizador; de momento apresó a Narváez y a sus capitanes,
se quitaron las armas a todos sus soldados, controló sus 18 navíos, y como sus tropas se habían reforzado con el gran
número de los derrotados, preparó de inmediato expediciones para poblar dos
zonas, la de Pánuco y la de Coatzacoalcos. Para utilizarlos como mandos, liberó
a los capitanes de Narváez. Y lo que cuenta Bernal resulta cómico y de una
sinceridad entrañable. Hizo algo normal en la guerra, pero él y sus compañeros actuaron
como raterillos. Prosiga su reverencia.
-Gracias, hijo mío. Cortés ordenó a los suyos que le devolvieran a los
capitanes de Narváez todas las armas que
les habían ‘rapiñado’: “Y los soldados le dijimos claramente que no se las
queríamos dar, porque ellos quisieron prendernos y tomar lo que teníamos. Y
Cortés porfiaba, e como era capitán general hubo que hacer lo que mandó. E yo
les devolví un caballo que tenía ya escondido, ensillado y enfrenado, y dos
espadas, tres puñales y una adarga. Y como Alonso de Ávila era capitán y
persona que osaba decir a Cortés cosas que convenían, le dijo que parecía
remedar a Alejandro de Macedonia, que más procuraba hacer mercedes a los que
vencía que a sus propios soldados, porque además había dado joyas y bastimentos
a los de Narváez, y nos olvidaba a nosotros como si no nos conociera. Cortés le
contestó que todo cuanto tenía sería para nosotros, pero que al presente tenía
que dar las dádivas a los de Narváez porque eran muchos y se podían levantar.
Alonso de Ávila le respondió con palabras algo soberbias, de tal manera que
Cortés le dijo que si alguien no le quería seguir, las mujeres seguían pariendo
soldados en Castilla”. ¿Se callaría el Ávila?: ni de coña, y lo que dijo fue
casi un desafío: “Y el Alonso de Ávila, con palabras muy soberbias e sin acato
le contestó que así era en verdad, que parían soldados y capitanes y
gobernadores”. Cortés se calló, y optó después por ganárselo con dádivas y por
mandarle a asuntos de importancia para tenerle alejado.
(Foto: En los dibujos del Lienzo de Tlaxcala, de mediados del siglo XVI,
también se recoge -de manera secuencial- la escena del prendimiento de Narváez;
arriba se ve el ataque que sufrió en la cima de un adoratorio, y debajo lo que
vino después, cuando Gonzalo de Sandoval lo encadenó. Hay un detalle erróneo:
todo el trabajo lo hicieron solitos los 276 soldados de Cortés, porque los
indios de Tlaxcala no participaron en la batalla; tuvieron miedo: los de
Narváez eran 1.300, y, además, españoles).
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