-Es cosa, querido ectoplasma, que si no fuera por el detallismo de
Bernal, pasaría desapercibida: “Amansado el gran Moctezuma, Cortés mandó como
teniente a la Villa Rica a Alonso de Grado, soldado muy entendido, de buena
plática y presencia, músico e gran escribano; aunque siempre fue su contrario,
intentando que no fuésemos a México y nos volviésemos a la Villa Rica, y,
además, no era buen hombre de guerra. Cuando le dio el cargo, como conocía su
condición y Cortés era algo gracioso, le dijo (con sorna): ‘Id ahora con vuestros deseos cumplidos a la Villa
Rica, pero no vayáis a ninguna batalla, como hizo Juan de Escalante, no sea que
os maten’; y cuando se lo estaba diciendo nos guiñaba el ojo”.
-El nombramiento, mi secretario real, fue un increíble patinazo de nuestro
astuto héroe: “Y cuando Alonso de Grado llegó a la Villa, se mostró muy
soberbio con los vecinos, y quería servirse de ellos como gran señor. Gastaba
el tiempo en bien comer y en jugar, y lo que fue peor, secretamente convocaba a
sus amigos para darle toda la tierra al gobernador Diego Velázquez si mandase
de Cuba a alguno de sus capitanes. Cuando lo supo Cortés, tuvo enojo consigo
mismo por haberle enviado conociendo sus malas entrañas e condición dañada”. Lo
trajo preso a México, pero nuevamente mostró Cortés más que un punto de
debilidad con este fantasmón que fue capaz de manipular al gran manipulador: “E
como Alonso de Grado era muy hablador, hizo
grandes ofrecimientos a Cortés de que le sería muy servidor y leal; le
convenció y luego le soltó (por cosas
menos graves alguno había sido ya ejecutado), y en adelante vi que siempre
privaba con Cortés, y aun con el tiempo le dio el cargo de contador. Por
entonces Cortés mandó que le enviaran de la Villa Rica dos herreros, y que
trajeran los aparejos de fuelles, herramientas y mucho hierro de los navíos que
habíamos dado al través, así como las jarcias, la aguja de marear (brújula), y todo lo necesario para
hacer dos bergantines para andar en la laguna de México”. Lo cual, señoras y
señores, fue el origen de una luminosa idea que, andando el tiempo, sería clave
para la conquista definitiva de México. Recordemos que Bernal tenía también un
afecto especial por alguien: Gonzalo de Sandoval, jovenzuelo de 24 años que
estaba subiendo como la espuma, por su valía y por el aprecio de Cortés; los
dos eran de Medellín. Le confió Cortés a Sandoval el mando de la Villa Rica,
yendo acompañado de Pedro de Ircio, “con el que tomó mucha amistad porque, como
era de buena voluntad y nada malicioso, le complacía oírle lo que le contaba de
cuando el Ircio había sido criado en la casa del conde de Ureña y de don Pedro
Girón (dos peces gordos de la nobleza).
Y si en este tiempo de ahora fuera, algunas palabras que no eran de decir y
decía el Pedro de Ircio (quizá fuera
erasmista), que se las reprendía harto Gonzalo de Sandoval, le castigaría
por ellas el Santo Oficio (la
Inquisición). En la Villa Rica, todos los vecinos querían mucho a Gonzalo
de Sandoval, porque a los que estaban dolientes les proveía lo mejor que podía,
y a los pueblos de paz los trataba con mucha justicia. Y hacía todas las cosas
como corresponde a los grandes capitanes, y fue harto provechoso a Cortés y a
todos nosotros, como se verá en su tiempo y sazón”. Adelantemos que, como el sol
brilla para buenos y malos, y con la misma indiferencia se producen las
desgracias, este mancebo dechado de virtudes y querido por todos terminó sus
días a los treinta años, estando en España con Cortés, a quien acompañaba a la
Corte. Pero tuvo una vida muy fecunda, como nos contará Bernal. En su pueblo
natal, Medellín, donde tiene su paisano Cortés un merecido monumento, no queda
más recuerdo de Sandoval que una calle
con su nombre. Pero fíjense en la foto.
(Foto: Un bello relieve dedicado a Gonzalo de Sandoval en la ciudad
mexicana de Colima -costa del Pacífico-, que él fundó después de pacificar,
donde otros fracasaron, a unos indios especialmente rebeldes; se ve al gran
cacique ofreciéndole un regalo y mostrándole su acatamiento).
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