(66) –Pasen y
vean vuesas mersedes la grandesa de Cortés.
-Añadamos, ilustrísima, para que, con razón, no se mosquee Bernal, la
valía y el coraje de la tropa que le acompañaba. Vamos por partes. Fue el
cacique gordo quien les hizo comprender
a los de Narváez (tiene guasa el asunto) que debían espabilar y preparar
la batalla contra Cortés: lo conocía demasiado bien. Así que “Narváez mandó
sacar toda la artillería, caballería, escopeteros, ballesteros y soldados a un
cuarto de legua de Cempoal. Y como llovió mucho, estaban ya todos hartos de
estar aguardándonos al agua, y como no estaban acostumbrados a trabajos ni nos
tenían en nada, sus capitanes le aconsejaron que se volviesen a sus aposentos,
y que era gran afrenta estar allí aguardando a dos, tres y as (‘sota, caballo y rey’) que éramos,
porque bastaba esperarnos con poca vigilancia. Y más le decían sus capitanes a
Narváez: ‘¿Por tal tiene a Cortés que se ha de atrever con tres gatos que tiene
a venir a este real?’. Por manera que se
volvió Narváez a su real y prometió que a quien matase a Cortés o a Sandoval le
daría dos mil pesos. Un soldado que se llamaba el Galleguillo, que se vino
huyendo del real de Narváez, o le envió Andrés de Duero, dio aviso a Cortés de
todas estas cosas”. Sigue, buen Sancho: te encanta.
-Eres generoso, hijo mío, dejándome el mejor bocado. Cortés lo prepara
todo para la batalla, sabiendo que solo
un milagro le puede dar la victoria, y les suelta a sus soldados una arenga
épica que sea capaz de engañarles a todos, incluso a sí mismo, para vencer el
miedo. Bernal lo cuenta embobado: “Nos pidió por merced que nos callásemos, y
comenzó un parlamento con tan lindo estilo y plática tan bien dicha, que fue el
más sabroso y lleno de ofertas que sabré escribir, en que nos trujo a la
memoria todo lo acaecido desde que salimos de Cuba”. Les hizo ver cuánto les
había costado llegar a México, “habiendo entre vuestras mercedes algunos que se
quisieron volver a Cuba, que no lo quiero más declarar, puesto que ya pasó, y
fue muy santa y buena nuestra quedada; e teníamos por cierto que don Juan
Rodríguez de Fonseca (¡ay!) pediría a
nuestro rey estas tierras para el Diego Velázquez, por lo que mandamos todo el
oro y joyas que teníamos a Su Majestad. Bien se les acordará, señores, cuántas
veces hemos llegado a punto de muerte en las guerras que hemos tenido, y que
más de cincuenta de nuestros compañeros han muerto en las batallas…”. Aun
resumiendo, y en versión Bernal, limitada de oratoria, brilla el piquito de oro
de Cortés: “Traigamos a la memoria las batallas de Tabasco, Almería,
Cingapacinga y Tlaxcala, y en qué peligro nos pusieron. Pues en la de Cholula,
ya tenían puestas las ollas para comer nuestros cuerpos. ¿Quién podrá ponderar
los peligros de la entrada en la gran ciudad de México, y cuántas veces
teníamos la muerte al lado? Y ahora viene contra nosotros Pánfilo de Narváez,
llamándonos traidores, y envió a decir a Moctezuma, no palabras de sabio
capitán, sino de alborotador’. Y luego Cortés empezó a sublimar nuestras
personas y esfuerzos en las guerras pasadas, diciendo que entonces peleábamos
para salvar nuestras vidas, y ahora habíamos de pelear con todo vigor por vida
y honra, porque, si por ventura, Dios no lo quiera, caíamos debajo de las manos
de Narváez, todos los servicios que habíamos hecho a Dios y a Su Majestad, los
convertirían en deservicios y harían procesos contra nosotros; y que él todo lo
ponía en las manos de Dios y después en las nuestras. Entonces, todos a una, le
respondimos que tuviese por cierto que, mediante Dios, habíamos de morir o
vencer sobre ello. Con lo que Cortés se holgó mucho e hizo muchas ofertas e
prometimientos de que seríamos todos muy ricos y valerosos. Y hecho esto nos
advirtió que en las guerras y batallas se ha menester de prudencia y saber, más
que de osadía”. Bernal tiene plena conciencia de que estaban viviendo un
momento histórico. No hay vuelta atrás: comenzará el desigual encontronazo.
(Foto: El clásico preludio de las batallas épicas: al amanecer, en medio
de la mugre del campamento, el líder tiene que conseguir que todos se rían del
miedo y les salga la adrenalina hasta por las orejas. Pudo ser Alejandro Magno,
Aníbal, Julio César, o Napoleón… En la imagen es el general Máximo, el Hispano,
en la mejor escena de la película Gladiator, contagiando valor y energía a la
tropa romana, que está a punto de enfrentarse a las durísimas tribus germánicas.
A poca distancia de Cempoala, donde se encuentra Narváez, la misma situación,
pero esta vez en vivo y en directo, con una piña de 276 curtidos soldados
españoles dispuestos a vencer o morir, tras oír la arenga de un líder
excepcional: Hernán Cortés. Se enfrentarán a un ejército de más de 1.300
hombres).
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