(47) –De sobra
sabían, alma soñadora, que la muerte les sonreía.
-Pero ellos, entrañable ectoplasma, le devolvían la sonrisa. El sufrido
Bernal al habla: “Y como somos hombres y temíamos morir, no dejábamos de
pensarlo; caminábamos encomendándonos a Dios y a su bendita madre Nuestra
Señora, y platicando de qué manera podríamos entrar allá; y pusimos nuestros
corazones en que Jesucristo, así como fue servido guardarnos de los peligros
pasados, también nos guardaría del poder de México”. Moctezuma temblaba
igualmente, y mandó otro embajador, pero ya del más alto nivel: “Envió un
sobrino suyo que se decía Cacamatzín, señor de Texcoco, y llegó con el mayor
fausto y grandeza que en ningún señor de
los mexicanos habíamos visto, en andas muy ricamente trabajadas, con plumas
verdes y mucha pedrería engastada en oro muy fino, y al bajar, le barrían el
suelo por donde había de pasar. Y cuando lo vimos, platicamos entre nosotros
que si aquel cacique traía tanto triunfo, qué haría el gran Moctezuma”. Tras
las remilgadas cortesías, y de falso a falso, el cacique dijo que Moctezuma les
esperaba con los brazos abiertos, y Cortés que siempre estaría en deuda con él.
Era un aparente recibimiento de bienvenida, así que al día siguiente se
pusieron en marcha encontrando todos los caminos llenos de curiosos (cada vez
más metidos en la boca del lobo), y llegaron a Iztapalapa, ciudad de unos
20.000 habitantes, asentada en la ribera del lago y a solo 8 km de México.
Irían angustiados, pero parece que el asombro era mayor: “Desde que vimos
tantas ciudades pobladas en el agua nos quedamos admirados, y decíamos que se
parecía a las cosas de encantamientos que se cuentan en el Amadís, por los
grandes cúes que tenían en el agua, y aun algunos decían que si lo que estaban
viendo era un sueño, y yo no sé cómo contar cosas nunca vistas ni aun soñadas”.
Partieron de Iztapalapa y llegaron, ¡por fin!, a México.
-Déjame continuar con la copla, pequeñuelo, que no quiero perderme ese
momento estelar. Cortés se salió con la suya, pero nadie habría dado un céntimo
por la suerte de aquella tropa de chalados: “Eran tantos los indios que nos
venían a ver que hasta las torres estaban llenas de ellos, y la laguna de
canoas, porque jamás habían visto españoles ni caballos. Y nosotros, que no
llegábamos a 400, teníamos en la memoria los avisos que nos habían dado
nuestros indios amigos de que nos matarían dentro de México”. No es extraño que
Bernal añadiera después: “Miren los curiosos lectores si había que ponderar
mucho aquello: ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento
tuviesen?. Y entonces (que el curso de la
Historia se detenga) apareció el cortejo del gran Moctezuma con muchos
principales barriendo por donde iba a pasar, con los ojos bajos, porque ni por
pensamiento le miraban a la cara. E Cortés se apeó del caballo, y los dos se
hicieron muchos acatos, hablando por ellos doña Marina. Cortés también le quiso
abrazar, y los grandes señores que le acompañaban le detuvieron el brazo porque
se entendería como menosprecio”. Se trató de un encuentro breve y de
circunstancias, pero ni las Indias ni el Mundo Occidental serían ya lo mismo,
y nos habría hecho falta que el testigo
fuera Homero. Seguro que Bernal estaría de acuerdo: “Agora que lo estoy
escribiendo, se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera
cuando esto pasó. Y es gran merced que Nuestro Señor nos diera gracia y
esfuerzo para osar entrar en tal ciudad e me haber guardado de muchos peligros
de muerte. Doyle muchas gracias también por haberme permitido escribirlo,
aunque no tan cumplidamente como convenía y se requiere”.
(Foto: El lago de Texcoco con Tenoctitlán-México en el centro; por una
de las calzadas llegaron los cuatrocientos insensatos españoles a la capital,
en medio de un hormiguero de indios de momento pacíficos, debido a la acogida
oficial decretada por Moctezuma. La imagen es la mejor representación de una
‘boca de lobo’; era una ciudad superpoblada y sin escapatoria posible por la
facilidad de anular sus salidas; además de ser una isla, al otro lado de las
aguas estaba completamente rodeada de poderosos enclaves mexicanos).
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