(60) –No me
cambias el menú, divino chef: a diario
tropezones.
-No te quejes, socarrón abad, porque te encantan. El que los sufría de
verdad era Bernal (y sus colegas): “Como de continuo nunca nos faltaban
sobresaltos, y de tal calidad que eran para acabarnos las vidas en ellos,
parece ser que los dioses Huichilobos y Tezcatepuca les dijeron a los papas que
les abandonarían si Moctezuma y sus capitanes no comenzasen una guerra y nos
matasen, porque todo su oro lo habíamos hecho ladrillos (lingotes), nos íbamos
señoreando de la tierra y teníamos presos a cinco grandes caciques. E vino el
paje Orteguilla y dijo que Moctezuma estaba muy alterado y triste. Cortés fue
muy de presto con doña Marina e cinco capitanes al palacio, y el Moctezuma le
dijo: ‘¡Oh, Malinche: cuánto me pesa que nuestros teúles manden que os matemos!
Lo que conviene es que, antes de que
comiencen la guerra, salgáis desta ciudad’. Y Cortés le agradeció el
aviso y le dijo que al presente no tenía navíos, y, además, por fuerza habría
de ir el Moctezuma con nosotros para que lo vea nuestro emperador, lo que le
puso muy más triste que antes; y respondió que él daría carpinteros para hacer
los navíos, y que entretanto mandaría a los papas que no alborotasen la ciudad
e que aplacasen con sacrificios a los dioses. Y con esta alborotada plática se
despidió Cortés, y estábamos todos con gran congoja esperando cuándo había de
comenzar la guerra”. Entonces le tocó el
turno al carpintero naval.
-Eso es sorprendente, caro investigatore. Cortés mandó de inmediato a la
Villa Rica al gran artesano Martín López con los indios que les dio Moctezuma
para que hicieran tres navíos. ¿Era un simulacro, o la cosa iba en serio, de
forma que Cortés, barajando todas las alternativas, quisiera tener una vía de
escape asegurada? Conociendo su tenacidad, resulta extraño. Y Bernal mete baza
en el asunto dudando de la interpretación del cronista adulador de Cortés:
“Dice Gómara en su Historia que le mandó a Martín López que hiciese, como cosa
de burla, apariencia de que labraba los navíos, para que lo creyese el
Moctezuma. Remítome a lo que Martín López me dijo –que gracias a Dios aún
vive-, y es que, de hecho, los labraba aprisa, e los dejó terminados en
astillero”. Pero no sería de extrañar que la intención de Cortés fuera rebajar
la agresividad de los mexicanos haciéndoles creer que se disponía a huir para
siempre. Veamos en su salsa el miedo de los españoles: “Andábamos todos en
aquella ciudad muy pensativos temiendo que de una hora a otra nos habían de dar
guerra. Y nuestros indios de Tlaxcala y doña Marina así lo decían al capitán, y
Orteguilla (curioso personaje, difuminado
en la sombra), el paje de Moctezuma, siempre estaba llorando, y todos
nosotros muy a punto y guardando bien al Moctezuma”. Nuevo regate asociativo de
Bernal, y de cabeza a lo anecdótico: “Otra cosa digo, y no por jactarme dello:
que quedé tan acostumbrado de me acostar con armas, vestido y sin cama, que
dormía mejor que en colchones. Y agora, cuando voy a los pueblos de mi
encomienda (pero como tú, vetusto
secretario, en plan de jubiloso jubileta), no llevo cama, y si, por haber
algunos caballeros presentes, la llevo para que no crean que no la tengo, me
echo vestido en ella. Y otra cosa digo: no puedo dormir sino un rato cada
noche, que me tengo que levantar y ver el cielo y estrellas, y me he de pasear
un rato al sereno”. Buena ocasión para poner en orden sus notas, y elaborar
poco a poco la larga y magnífica historia que habría contado mil y una noches
ante un corro de oyentes absortos. Añade un comentario: “Y esto he dicho para
que sepan de qué suerte andábamos los verdaderos conquistadores” ¿Piensan
vuesas mersedes que ya no puede haber más complicaciones que las vistas y
anunciadas? Craso error. Será premiado con una bula de absolución
plenipotenciaria el primero que acierte la terrible amenaza que se cierne sobre
todos aquellos atormentados, pero especialmente sobre Cortés.
(Foto: Tenochtitlán en laguna. Era indudable que los escasos 400
españoles acabarían sacrificados si los miles de soldados mexicanos de
Tenochtitlán, y de las poblaciones ribereñas del lago, se olvidaban del riesgo
de Moctezuma en la prisión, y lanzaban un ataque en tromba. Todo indicaba que
lo iban a hacer, y Bernal, lógicamente, temblequeaba ante la seguridad del
horror. El caso es que, de momento, siguió la calma, quizá porque parecía que
los españoles se disponían a huir. Ese respiro le permitiría a Cortés
enfrentarse a otro problema de gran envergadura que le costó tiempo, sangre, sudor
y lágrimas resolverlo; y todo para que después surgiera uno más, pero ya de
dimensiones verdaderamente trágicas).
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