(69) –Cuenta
Bernal algo sorprendente, secre. ¿Tendrá razón?
-Se non é vero, caro Sancio, é ben trovato: “Traía Narváez a un negro
lleno de viruelas, que harto negro fue para la Nueva España, porque fue causa
de que se pegase y se llenase toda la tierra de ellas, habiendo gran mortandad
de indios, que nunca habían tenido tal enfermedad”. Y de acuerdo con la fe de
su época, reflexiona: “Por manera que negra fue la aventura del Narváez, y más
negra la muerte de tanta gente sin ser cristianos”. Y fue entonces cuando…
-Mesémonos los cabellos, pequeñín, porque recibieron noticias de otra
desgracia escalofriante, como si los dioses, igual que en Troya, disfrutaran
olímpicamente (nunca mejor dicho) martirizando a aquel grupito de héroes con el
espantajo de la muerte a cada instante: llegó la temida hecatombe, y les
arruinó el gozo de la victoria: “Como la adversa Fortuna vuelve presto su
rueda, que a grandes bonanzas y placeres da tristeza, vinieron entonces
noticias de que México estaba alzado y Pedro de Alvarado cercado en su aposento, y le ponían fuego por dos
partes, teniendo siete soldados muertos y otros muchos heridos, y nos pedía
socorro con mucha instancia y prisa. Y desque aquella tan mala nueva oímos,
sabe Dios cuánto nos pesó, y a grandes jornadas comenzamos a marchar para
México, mandando preso al Narváez a la Villa Rica. Y Moctezuma le mandó a
Cortés cuatro grandes principales quejándose de Pedro de Alvarado”. Tropezamos
ahora, avisado investigador, con otro debate histórico sobre quién encendió la
mecha. Vamos a poner de relieve un solo dato que parece olvidarse: Cortés no
tuvo más remedio que dejarle a Alvarado una mínima tropa en México, y salir
escopetado a detener el huracán de Narváez, precisamente cuando todo anunciaba
que los principales caciques mexicanos iban a atacar en tromba a los españoles
fortificados en Tenochtitlán. Los indigenistas le echan la culpa de todo a
Alvarado. Y esa fue la versión de los enviados de Moctezuma: “Llorando muchas
lágrimas de sus ojos, dijeron que Pedro de Alvarado salió de su aposento con
todos los soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dio en los
principales y caciques que estaban bailando y haciendo fiesta a sus ídolos con
licencia que él les había dado, e que mató e hirió a muchos dellos, y por se
defender le mataron seis de sus soldados. Cortés les respondió algo desabrido,
diciéndoles que iría a México y pondría remedio en todo. Y dicen que, cuando supo estas palabras,
a Moctezuma le parecieron muy malas y
hubo enojo de ellas”. Entonces Cortés
tuvo que preparar con suma habilidad la organización de sus fuerzas;
suprimió las expediciones previstas, para disponer de todos sus hombres
(quedaban vivos unos 250), pero necesitaba contar también con los del derrotado
Narváez. Su tirón como líder era ya arrollador, aunque insuficiente para vender
aquella mercancía averiada: tuvo que hipnotizarlos. Bernal lo cuenta muy bien:
“Cortés habló con los de Narváez, sintiendo que no irían con nosotros de buena
voluntad, y les rogó que dejasen atrás enemistades pasadas, ofreciéndoles
hacerlos ricos y darles cargos; y les dijo que, pues habían venido a buscarse
la vida haciendo servicio a Dios y a Su Majestad, y a enriquecerse, que no
estuviesen tibios, porque ahora tenían la oportunidad. Y tantas palabras les
dijo que todos a una se le ofrecieron para venir con nosotros; y si supieran
las fuerzas de México, cierto está que no fuera ninguno”. Con ello consiguió
Cortés tener un ejército de unos 1.300 hombres. Como sin duda vuesas cultas
mersedes ya saben que lograron entrar en México pero les fue imposible aguantar
el tsunami azteca, emprendiendo una huida dantesca, les explico que Bernal en
su última frase está anticipando lo que luego veremos: habría una gran diferencia entre las dos tropas
españolas; los de Cortés llenos de coraje y veteranía, y los de Narváez todo lo
contrario.
(Foto: El cuadro representa, probablemente de forma tendenciosa, el
ataque de Alvarado y sus hombres a los mexicanos durante un baile ceremonial.
Es difícil creer que su objetivo principal fuera la muerte de la población civil, y no, más bien,
la de los guerreros aztecas y la de los caciques que mayor importancia
tuvieron en el rumoreado plan de acabar con los españoles. Si nos olvidamos del
abuso de la ocupación, que hoy se ve tan claro, hay que ponerse en la piel de
Alvarado para saber si su decisión, como militar, estuvo justificada, y si fue
prudente. En cualquier caso, nunca se sabrá lo que pasó, porque hay versiones
para todos los gustos).
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