(49) –Naturalmente,
my dear, había que hacer turismo: ¡México!
-No podía ser de otra manera, caro dottore: tenían que saturarse con las
maravillas de aquella ciudad de ensueño (e infernal). “Nos dijo Cortés que
sería bueno ir a la plaza mayor y ver el gran adoratorio de Huichilobos (Huitzilopochtli, el dios principal, el de
la guerra). Les acompañó Moctezuma, que se quedó allá haciendo sus
oraciones mientras los españoles, acompañados por varios caciques, fueron a
Tlatelolco, el lugar del gran mercado.
Bernal se impresionó “con la multitud de gente, así como con las mercaderías, e
indios esclavos y esclavas que allí había para vender. Y todo estaba puesto con
mucho concierto, de la manera que se hace en mi tierra, que es Medina del
Campo”. Conociendo desde niño el principal mercado de España, dedica dos
páginas a describir la variedad de artículos que estaban expuestos, y no puede
evitar hablarnos de algo chocante. “Hablando con acato, también diré que
vendían muchas canoas llenas de yenda (estiércol)
de hombres. Era su costumbre meterse en unos apartados si tenían ganas de purgar
los vientres, para que no se perdiese aquella suciedad”.
-Es curioso, querido socio, cómo
evita el rudo Bernal las expresiones groseras. Dice luego que, visto el
mercado, volvieron al Templo Mayor: “Desde arriba, donde estaba Moctezuma
haciendo sacrificios, nos envió seis papas y dos principales para que nos
acompañaran a subir. En lo alto había una placeta con unas grandes piedras
donde ponían a los tristes indios para sacrificar, e una gran estatua como de
dragón, e mucha sangre derramada de aquel día. Y Moctezuma le tomó de la mano a
Cortés y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las otras que estaban en
medio del agua, e otros muchos pueblos en tierra alrededor de la misma laguna.
E así lo estuvimos mirando, porque aquel grande y maldito templo era tan alto
que todo lo señoreaba muy bien. Y desde allí vimos las tres calzadas que entran
en México, la de Iztapalapa, que fue por la que entramos cuatro días antes, la
de Tacuba, por donde salimos huyendo cuando nos desbarataron, y la de Tepeyac.
Y vimos el agua dulce que venía (en
acueducto) desde Chapultepec, de que se proveía la ciudad. E la laguna
estaba llena de canoas que iban y venían, y de casa a casa no se pasaba sino
por unos puentes levadizos”. ¿Recuerdas lo que viste escrito en el Zócalo?
-¿Cómo no, querido Sancho? En esa gran plaza han recogido palabras de
Bernal.
-Allí están en letras de bronce, y
te descubrieron hace 25 años, alma sensible, al cronista-soldado. Entre
otras, han copiado estas, que sí han sido del gusto de los mexicanos: “Y
después de bien mirado, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que
en ella había comprando y vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las
voces sonaba más que a una legua. Entre nosotros hubo soldados que habían
estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla, en toda Italia y Roma, y
dijeron que plaza tan bien compasada, y con tanto concierto, tan grande y llena
de tanta gente, no la habían visto”. Luego Cortés, más papista que el papa,
volvió a la carga hablándole a fray Bartolomé de Olmedo: “Paréceme, señor
padre, que será bueno que demos un tiento a Moctezuma sobre que nos deje hacer
aquí una iglesia”. Y nuevamente le hizo entrar en razón el frailuco diciéndole
“que sería bien si aprovechase, mas que le parecía que no era cosa convenible
hablar en tal tiempo, que no veía al Moctezuma de arte que tal cosa
concediese”.
(Foto: El pintor Diego Rivera, imaginativo maestro del dibujo y el color
-y que no perdía ocasión de atizar a los españoles-, representa aquí el mercado
de Tlatelolco, con una buena vista de Tenoctitlán-México en medio de la laguna.
La figura central con abanico es la de un funcionario encargado del control del
“tianguis” (todavía hoy llaman así a los mercados). Se supone que la mujer de
blanco es una prostituta, y Rivera aporta el dato macabro de un guerrero que
parece ofrecerle un brazo humano).
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