(61) –Éramos
pocos, compañeiro, y apareció Pánfilo de Narváez.
-En el peor momento, querido maestro, con una ceguera política absoluta,
sin ningún sentido de estado y poniendo en peligro, por ambiciones personales,
todo lo conseguido. ¿Cómo pudo ocurrir?
-Va a ser un prolongado rompecabezas, secre. El ambicioso (y en otras
ocasiones, competente) gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, no pudo
evitar que Cortés se escurriera de su mando, con habilidad primorosa pero
incurriendo en una rebeldía penada con la muerte. Y sabía que, con los grandes
éxitos obtenidos, el ‘traidor’ quedaría purificado, glorificado y dueño absoluto
de todo México. No deseaba otra cosa
sino decapitarlo y aprovecharse de lo conquistado, probablemente más lo primero
que lo segundo. Si mataba a Cortés, habría hecho justicia. Y si luego el rey le
cortara la cabeza a él, también: por bobo; nada le importó a Velázquez, ni
siquiera que México se perdiese. Y, ¡oh, Dios mío!, tenía un apoyo
incondicional de mi ‘padrino’, Fonseca, máxima autoridad de Indias porque
Carlos V estaba fuera. Esto dice Bernal: “El Diego Velázquez, con el gran favor
del obispo Fonseca, hizo una armada de 19 navíos y 1.400 soldados, con
artilleros, ballesteros, escopeteros y 80 de caballería (‘esta vez Cortés no se me escapa’), poniendo como capitán a
Pánfilo de Narváez, y aunque era bien
gordo y pesado, él mismo andaba de villa en villa alistando gente”. Con sentido
realista, los frailes jerónimos, que ostentaban provisionalmente el poder del
rey en aquellas tierras, “y tenían conocimiento de los muchos y buenos
servicios que habíamos hecho, dijeron que Diego Velázquez no tenía razón de
venir sin permiso a tomar venganza de nosotros, sino que debería demandarlo por
vía judicial, y que haría gran estorbo a nuestra conquista; por lo que
acordaron mandar al oidor de la Audiencia Lucas Vázquez de Ayllón para que se
lo impidiese”. ¡Oh, Lucas! Qué interesante lo que contaste sobre él en nuestro
libro, pequeño Homero. Yo los conocía a todos ellos, aunque no los volví a ver,
porque pronto me iría hacia las pacíficas y etéreas praderas de Quántix. Pero
mi sobrino Juan Ortiz de Matienzo, que el pobre tuvo la conciencia deteriorada,
era colega suyo, y hasta socio en una expedición esclavista, si bien luego
Lucas le traicionó: le robó la licencia para otro viaje, aunque dejando la vida
en la expedición. Pero ese Lucas tan poco fiable, en este caso va a actuar
sensatamente, aunque sin éxito, mediando entre Cortés y Narváez. Se fue como un
rayo el oidor Ayllón a Cuba, y le leyó a Velázquez todas las disposiciones
protocolarias que le prohibían enviar la armada a México: papel mojado. “Por
más requerimientos que le hizo, no aprovechó cosa ninguna, porque como el Diego
Velázquez era tan favorecido del obispo Fonseca, y había gastado tanto en la
armada, no tuvo los requerimientos en una castañeta, sino que se mostró más
bravoso”. O sea que, el que perseguía al alzado, se alzó también desobedeciendo
al representante del rey. Y digamos que, aunque Ayllón, como yo (ten piedad,
Señor), era un criadillo de Fonseca, tomó una decisión correcta: “Y desde que
esto vio el oidor, vínose también en la armada para poner paces y dar buenos
conciertos entre Cortés y Narváez”. Llegaron a San Juan de Ulúa (ya saben: el puerto de Veracruz), y
aparecieron pronto tres soldados de Cortés que andaban de mineros por la zona y
eran gente poco recomendable; uno de ellos queda retratado con el apodo:
Cervantes el Chocarrero. “Como eran ruines y soeces, le dijeron a Narváez mucho
más de lo que quería saber”. Le pusieron al corriente de toda la situación de
los españoles, materia sensible incluida. Y Pánfilo comenzó a dar muestras de
su torpeza y su vista de poco alcance: “Narváez mandó recado a Moctezuma
diciendo muchas malas palabras, descomedimientos y desatinos de todos nosotros,
y que él le iba a liberar”. Y el voluble Moctezuma cambió al instante de bando…
(Foto: El grabado es precioso pero escalofriante; Cortés y los suyos
están temblando ante la muy alta probabilidad de que esas masas de guerreros se
decidan a aniquilarlos, y se acaban de enterar de que el insensato gobernador
de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar –premio al más tonto del siglo XVI-, ha
enviado una enorme flota con las mismas intenciones).
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