(1497) Los vecinos de la ciudad de
Pamplona estaban tan satisfechos de la traída continua de lo que se sacaba de
las minas, que no tenían ninguna gana de arriesgarse a conquistar tierras
nuevas, y así permanecieron alegremente durante casi diez años. Después, en 1558,
se decidió preparar nuevas campañas, pero tampoco para ampliar el territorio,
sino con el mismo deseo de encontrar más minas. Se le dio el mando de la tropa
al Capitán y Alcalde de Pamplona (Colombia) Juan Rodríguez Suárez, nacido el
año 1510 en la histórica ciudad española
de Mérida (de la que mostramos en la imagen su catedral), y comenzó a
organizarse con mucho entusiasmo, siendo elegido como destino las montañas de
los Andes. Partió el mes de junio con unos cien soldados, y pronto tuvieron un
enfrentamiento con indios que les obligaron a retroceder: “Los nativos,
orgullosos del resultado, les insultaban a los soldados desde las cumbres, y les
mostraban las ollas en que, según decían, los habían de cocer para comérselos. Llegando
luego los españoles a las proximidades de otro poblado indio, Juan Rodríguez le
dio orden a Juan Esteban de que se adelantara con 17 soldados de a pie para
encontrar el mejor camino de avance. Salieron llevando como guía a un indio
viejo, el cual, llegados a un punto, les
fue metiendo por un paso estrecho, y algunos pensaron que no sin malicia,
porque en él salieron de repente gran cantidad de indios que los comenzaron a
flechar, quedando de inmediato muerto el soldado Bartolomé de Jimeros. Hubo
también cuatro heridos, y, entre ellos, el
capitán Juan Esteban, quien, a pesar de ser hombre de mucho brío, quedó tan
decaído, que, no pudiendo caminar, tuvieron que cargarlo en una hamaca, y
decidieron regresar”. Viéndose en apuros durante su huida, Juan Esteban envió por delante a cuatro españoles
para pedirle ayuda al Capitán Juan Rodríguez. Con ellos iba el nativo
sospechoso de traición, y uno de los soldados, Martín Garnica, no podía digerir
el mal trago que parecía haber sido preparado por el indio: “Les dijo a los
demás: ‘Bueno será que matemos a este indio viejo, para que no dé aviso a sus
parientes de nuestra retirada, pues, envalentonados por habernos matado a un
soldado y flechado a otros, podríamos sufrir mayores males, que se evitarían
haciendo lo que yo digo’. Sin pensarlo más, Garnica arremetió contra el indio, y
le echó encima los perros que traía, los cuales despedazaron al pobre indio.
Con lo cual, a los cuatro les pareció que quedó bien castigado por la traición
que estuvo a punto de provocar la muerte de todos los soldados”. Dura escena,
que debería haber sido menos brutal.
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