(1512) Habla el cronista de unos soldados
españoles que llegaron el año 1571 a la colombiana ciudad de Tunja casi como
pordioseros. Y explica que formaban parte de los muchos españoles que
abandonaron al Capitán Pedro Malaver de Silva, hombre de carácter muy difícil y
que, curiosamente, había fracasado también, al mismo tiempo que Quesada pero
por otro sitio, en sus sueños de encontrar El Dorado. (Digamos de paso que, en
un segundo intento, murieron en 1574, a manos de los indios, Pedro Malaver, dos
hijas suyas y los pocos hombres que le
quedaban). Y dice el cronista: “Estos vagabundos, que llegaron sin tener forma
de ganar la comida, andaban tan inquietos, que se temió que hicieran alguna
conspiración. Los vecinos de Tunja, deseando evitarlo, dieron aviso al
Presidente de la Real Audiencia de Santa Fe, que lo era el Doctor ANDRÉS DÍAZ
VENERO DE LEYVA, el cual, pareciéndole grave la situación, fue en persona a
Tunja para tratar el caso”. El Doctor comprobó que el problema no era tan
grave, sino, en parte, debido a comentarios malintencionados. Y ocurrió que
aquel chismorreo fue un mal que acabó en bien, aunque con molestos incidentes. Leyva
pensó luego que, aunque su comportamiento no era peligroso, convenía preparar
en las proximidades un poblado nuevo para atender las necesidades, no solo de
dichos soldados, sino también de otras personas que malvivían en Tunja. Le encargó
la tarea el 12 de junio de 1572 al Capitán Fernando Jiménez de Villalobos, y,
acompañado de asesores, escogió un sitio
que le pareció muy conveniente, a cuatro leguas de Tunja. Hicieron allí la
fundación y le pusieron el nombre de Villa de Nuestra Señora de Leyva. Pero no
llovió a gusto de todos, y las quejas de algunos obligaron a suspender las
dependencias que se estaban instalando.
No obstante, el 12 de agosto de 1572, le encargaron al Contador Juan de Otálora
(que sustituía a Jiménez de Villalobos) que estudiase la situación e informara
si, a su juicio, era necesario anular la Villa de Leyva, de forma que, si viese
que no había motivos para ello, continuase con las tareas precisas para
completar las obras y la organización administrativa de la población. Juan de
Otálora consideró que era necesario asegurar la permanencia de Villa de Leyva,
y lo único que rectificó fue el reparto que se había hecho de solares y
encomiendas de indios para los que iban a ser sus habitantes, por lo que, de inmediato,
llevó a cabo una nueva distribución”. El cronista termina haciendo grandes
elogios de los aspectos positivos con que contó desde entonces la Villa de
Leyva (que ahora tiene 16.000 habitantes).
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