jueves, 15 de diciembre de 2022

(1908) Antonio de Toledo dejó de ser acusado por fundar la ciudad de La Palma sin permiso previo. Tomó allí el mando Gutierre de Ovalle, y tuvo que luchar contra los indios colimas, uno de los cuales mostró una bravura insuperable.

 

     (1508) Cuando volvió a Santa Fe el Contador Juan de Otálora, se encontró con que casi todos los apuros judiciales que le amenazaban a Don Antonio de Toledo  se habían evaporado. En parte porque era injusto castigarle duramente por haber fundado la villa de La Palma (19 de noviembre de 1561) contando solo con la conformidad de sus hombres, pero también porque se había casado con Doña María de Acevedo, cuñada del Oidor Diego de Villafaña. El único castigo que le resultaría desagradable fue que le obligaron a financiar  una reedificación de la villa de La Palma. Pero, por otra parte, esto le produciría la satisfacción de que  se estaba reconociendo que su iniciativa tuvo el gran acierto de haber escogido un buen lugar para la primera fundación. No obstante, le habían impuesto la obligación de abandonar La Palma en cuanto estuviera rehecha, porque iba a ser sustituido en el mando de la ciudad. Don Antonio de Toledo cumplió lo ordenado, dejó en condiciones lo esencial de  la ciudad de La Palma, y volvió a Mariquita. Tomó entonces el mando de la Palma Gutierre de Ovalle, llevó a cabo los últimos remates necesarios, y procedió a reinaugurar oficialmente la ciudad el 16 de junio de 1563, pero, en un rasgo vanidoso y sentimental, le cambió el nombre, dándole el de La Ronda, por ser él originario de la malagueña ciudad de Ronda. Vano intento, porque, desde 1581, sigue llamándose La Palma. Poco después, Gutierre de Ovalle partió con sus soldados a recorrer los territorios próximos y dar batalla a los rebeldes indios colimas, resultando feroces los encontronazos. En uno de ellos, el número de atacantes indios ascendía a más de seis mil, y el cronista, para no ser tan repetitivo, hace referencia a un hecho que ocurrió entonces: “Los enemigos iban provistos de flechas venenosas y macanas, y Gutierre de Ovalle, viendo que necesitaba a todos sus hombres para enfrentarse a tantos salvajes, preparó las tropas, pero ordenó a ocho soldados que se quedaran para proteger a Fray Antón, el Capellán del ejército. Comenzada la refriega, estos ocho vieron que un solo indio, llamado Apidama, había herido con sus flechas a doce españoles. Entre ellos estaba Martín Garnica, un valiente soldado vasco, y viendo el indio que no podía servirse del brazo herido, fue a rematarlo con una macana. Tres de los españoles que estaban viendo  la necesidad que tenía el Garnica de ayuda, salieron a dársela. El indio iba ya tan ciego a descargar el golpe, que no los vio llegar, y de esta manera, les fue fácil sorprenderlo y sujetarlo”. La escena siguió dramática y, en parte, cómica, como veremos a continuación.




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