jueves, 1 de diciembre de 2022

(1895) El Gobernador Armendáriz, caído en desgracia tras su juicio, tuvo maltratadores y algunos bienhechores. Quedó solo y en la miseria. Luego profesó como religioso. En uno de los habituales naufragios, murieron tres amigos suyos.

 

     (1495) La situación en que se encontraba entonces el exgobernador Miguel Díaz de Armendáriz rayaba con la miseria. Después de terminarse el juicio, apeló la sentencia, y no tenía dinero ni para pagar las costas que le exigieron los jueces. Y dice el cronista: “Entonces fue tan vil el letrado que se las pedía, que, para cobrar algo y no perderlo todo, le quitó de los hombros la ropa que traía, dejándolo en calzas y jubón. Pero se hallaba entre la gente el Capitán Luis Lanchero, y, viendo a Miguel Díaz en tal miseria y el abuso del letrado, se quitó la capa que llevaba y le cubrió con ella, con admiración de los presentes, y más del Miguel Díaz, el cual preguntó quién era el que le había hecho tan gran favor. Le respondió el Capitán Lanchero: ‘¿Dónde están, señor Licenciado, los amigos antiguos que solían acompañaros?’. ‘No los espero, respondió, porque, a la hora de tomar amigos, escogí lo peor’. Además, el Capitán también le dio dinero, con el que Miguel Díaz  pudo llegar a la ciudad de Cartagena. Allí lo llevaron preso para ser juzgado por hechos ocurridos en aquella demarcación, y también lo trató con no menos rigores el Licenciado Montaño”. Fueron tan tristes y decepcionantes las experiencias que estuvo sufriendo el exgobernador Miguel Díaz de Armendáriz, que cambió por completo de vida:  “Acabado el Juicio de Residencia al que se le sometió en Cartagena, estaba al borde de la miseria, pues sus mismos denunciantes tuvieron que socorrerle, y así lo hizo un tal Nuño de Castro, a pesar de que se sentía algo agraviado por él. Embarcado Miguel Díaz de vuelta hacia España, tuvo un buen viaje hasta llegar a la Corte, pero se presentó sin dinero, ya que no lo trajo de Las Indias, ni encontró rastro de los siete mil pesos que había confiado al piloto Tomé Latesla, como dijimos.  Permaneció así mucho tiempo, viviendo en la estrechez, sin ayuda ni crédito, de manera que nunca más se acordaron de él los del Real Consejo, y no le concedieron siquiera algo con lo que poder sustentarse el resto de la vida. Y, así, agotado de estas esperanzas mundanas, las buscó por otro camino más alto, que fue el de ordenarse sacerdote. Solicitó un canonicato de la Santa Iglesia Catedral de Sigüenza, y se lo dieron, acabando de esta manera su vida el año 1551, con mucha fama de virtuoso. Peores fueron los fines que tuvieron los Oidores Góngora y Galarza, que siempre le defendieron, pues tras privarles Juan Montaño de su oficio, los envió hacia España, y, casi a la vista de ella, en una gran tormenta que padeció la flota en la que iban, quedaron ahogados ellos, sus caudales y el Secretario Alonso Téllez”.




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