(1495) La situación en que se encontraba
entonces el exgobernador Miguel Díaz de Armendáriz rayaba con la miseria.
Después de terminarse el juicio, apeló la sentencia, y no tenía dinero ni para
pagar las costas que le exigieron los jueces. Y dice el cronista: “Entonces fue
tan vil el letrado que se las pedía, que, para cobrar algo y no perderlo todo,
le quitó de los hombros la ropa que traía, dejándolo en calzas y jubón. Pero se
hallaba entre la gente el Capitán Luis Lanchero, y, viendo a Miguel Díaz en tal
miseria y el abuso del letrado, se quitó la capa que llevaba y le cubrió con
ella, con admiración de los presentes, y más del Miguel Díaz, el cual preguntó
quién era el que le había hecho tan gran favor. Le respondió el Capitán Lanchero:
‘¿Dónde están, señor Licenciado, los amigos antiguos que solían acompañaros?’. ‘No
los espero, respondió, porque, a la hora de tomar amigos, escogí lo peor’. Además,
el Capitán también le dio dinero, con el que Miguel Díaz pudo llegar a la ciudad de Cartagena. Allí lo
llevaron preso para ser juzgado por hechos ocurridos en aquella demarcación, y
también lo trató con no menos rigores el Licenciado Montaño”. Fueron tan
tristes y decepcionantes las experiencias que estuvo sufriendo el exgobernador
Miguel Díaz de Armendáriz, que cambió por completo de vida: “Acabado el Juicio de Residencia al que se le sometió
en Cartagena, estaba al borde de la miseria, pues sus mismos denunciantes tuvieron
que socorrerle, y así lo hizo un tal Nuño de Castro, a pesar de que se sentía algo
agraviado por él. Embarcado Miguel Díaz de vuelta hacia España, tuvo un buen
viaje hasta llegar a la Corte, pero se presentó sin dinero, ya que no lo trajo
de Las Indias, ni encontró rastro de los siete mil pesos que había confiado al
piloto Tomé Latesla, como dijimos. Permaneció
así mucho tiempo, viviendo en la estrechez, sin ayuda ni crédito, de manera que
nunca más se acordaron de él los del Real Consejo, y no le concedieron siquiera
algo con lo que poder sustentarse el resto de la vida. Y, así, agotado de estas
esperanzas mundanas, las buscó por otro camino más alto, que fue el de ordenarse
sacerdote. Solicitó un canonicato de la Santa Iglesia Catedral de Sigüenza, y se
lo dieron, acabando de esta manera su vida el año 1551, con mucha fama de
virtuoso. Peores fueron los fines que tuvieron los Oidores Góngora y Galarza,
que siempre le defendieron, pues tras privarles Juan Montaño de su oficio, los
envió hacia España, y, casi a la vista de ella, en una gran tormenta que
padeció la flota en la que iban, quedaron ahogados ellos, sus caudales y el
Secretario Alonso Téllez”.
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