(1509) El bravo indio Apidama se vio
neutralizado por los tres españoles, pero no se rindió: “Viéndose retenido, comenzó
a forcejear para soltarse. A Alonso de Mejía, metiéndole el dedo por un ojo se
lo arrancó, y, a Pedro de Castiblanco,
le asió tan fuertemente de los testículos, que el dolor le obligó a aflojar los
brazos y soltarlo. Quedando ya a solas con el tercero, que era el canario
Bartolomé de Mireles, se portó tan valerosamente, que, aunque el Mireles le
cegó los ojos dándole una cuchillada, no se libró de que el indio le cogiese un
dedo con la boca y se lo cortase. Con la rabia que le produjo el dolor, Mireles
le dio tantas puñaladas, que lo mató. De manera que los tres españoles quedaron
marcados, ya que Castiblanco anduvo el resto de su vida lisiado de la parte
donde le asió”. Nos cambia de tema el cronista Fray Pedro Simón, y empieza a
hablarnos de un nuevo proyecto de GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA, el gran
conquistador al que llevaba tiempo sin mencionar: “No se le quitaban los
valientes deseos que tenía el Mariscal Don Gonzalo Jiménez de Quesada de añadir
nuevos descubrimientos a los extraordinarios que ya había hecho en el Nuevo
Reino de Granada. El año 1560 decidió pedir permiso a la Real Audiencia de
Santa Fe para ir a conquistar en las que
habían sido llamadas provincias de El Dorado”. Como ya sabemos, todas las
expediciones que fueron a aquellas tierras fracasaron, pero, de regreso, los
españoles seguían afirmando que allí había muchas oportunidades de grandes
éxitos, minas de oro incluidas. Al Rey, a pesar del despilfarrador
comportamiento que Quesada había tenido recientemente en España, le encantó que
estuviera dispuesto a capitanear esa
peligrosa aventura. Concedido un amplio permiso, el Rey le encargó a los
Oidores de Santa Fe que negociaran con Quesada una detallada lista de
condiciones. Fueron establecidas el 21 de julio de 1569, y, entre otras cosas,
se disponía lo siguiente: Quesada tenía que llevar unos 500 hombres, 8
religiosos, provisiones, caballos y ganado, todo ello por su cuenta. Se obligaba a fundar poblaciones, y
también a, en el plazo de cuatro años, establecer fuertes, enviando entonces
otros 500 hombres, siendo casados cuantos pudiese, más 500 esclavos negros,
hombres y mujeres. Se le concedería ser Gobernador de toda la demarcación y Marqués
de las tierras que conquistase. Durante diez años, él y sus hombres solo
pagarían como tributo del Rey un diezmo de las minas de oro y piedras preciosas
que hallasen (normalmente se pagaba un
quinto del botín obtenido). En la imagen vemos la placa puesta en la calle que
le han dedicado los madrileños.
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