miércoles, 30 de noviembre de 2022

(1894) Llegaron por entonces a la Audiencia los licenciados Briceño y Montaño. El primero fue quien condenó a muerte a Belalcázar, aunque este murió pronto de enfermedad. Con el segundo, continuó el calvario judicial de Armendáriz.

 

     (1494) El año 1552 hubo algunas novedades administrativas y judiciales. Llegó primeramente un tercer oidor a la Real Audiencia de San Fe, el Licenciado Francisco Briceño, y meses después, otro más, el Licenciado Juan Montaño, el cual llegaba, principalmente, con la misión de aplicarles el Juicio de Residencia a los oidores Góngora y Galarza, debido a que ellos, como ya vimos, habían hecho todo lo posible para sacar de apuros a Miguel Díaz de Armendáriz con respecto a las denuncias presentadas contra él. Pero el cronista opina que esta era la única crítica que se les podía hacer a Góngora y Galarza: “Aparte de esta culpa, no tenían otra que se les pudiera imputar, porque por todos eran aclamados y, considerados  Padres de la Patria, como lo eran, más que oidores”. Fueron suspendidos provisionalmente los dos letrados y se hizo cargo de la presidencia de la Real Audiencia el  toledano, natural de Corral de Almaguer, Francisco Briceño (ver imagen). Digamos de paso que, como otros oidores, Briceño era un letrado que había estado en distintas Audiencias Reales. Acababa de llegar de la de Popayán, donde demostró un rigor implacable al juzgar a uno de los grandes de Las Indias: Sebastián de Belalcázar, quien, desde luego, no tenía un alma angelical. Lo condenó por matar al Mariscal Robledo, maltratar a los indios y acuñar moneda falsa. La condena fue a muerte, aunque Belalcázar consiguió permiso para ir a alegar en España ante la Corte. Pero de nada le sirvió, ya que murió en Cartagena de Indias el año 1551 cuando se disponía a iniciar el viaje. Sigamos con Miguel Díaz de Armendáriz y sus apuros judiciales: “Poniendo en práctica las órdenes del Real Consejo de Indias, el Licenciado Armendáriz fue apresado en Santo Domingo para llevarlo a Santa Fe. Al navío en que le metieron subió también el Capitán Lanchero, uno de sus denunciantes, pues quería seguir de cerca el juicio en el que pensaba obtener sus peticiones”. A pesar de esos deseos de Lanchero, que eran muy lógicos, no era un hombre vengativo, y el cronista se lo alaba: “Durante el viaje, siempre le tuvo  Lanchero a Miguel Díaz el mismo respeto que cuando era gobernador, y lo trataba como si fueran grandes amigos, porque su pecho tenía nobleza para ello, si bien en los enfrentamientos militares se le tenía por hombre duro. Llegaron al fin a Santa Fe, donde se hizo cargo del preso el implacable Licenciado Montaño, quedando Miguel Díaz con ello en el mayor desamparo, pues pocos meses antes hacía temblar las comarcas de sus gobiernos, y ahora se veía encarcelado, pobre y miserable, sin tener ningún amigo de los que antes lo adulaban”.




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