(1479) No le bastó a Armendáriz ejecutar
al preso que aseguraba que su delación era falsa, sino que, además, también
torturó a Manrique y a Lanchero, denunciados por el ahorcado, sin que de nada
sirviera que se retractara de su acusación. Atormentó asimismo a Pedro
Rodríguez y a un tal Vergara, funcionario público, pero, tras soportar los
dolores sin afirmar que fueran culpables, lograron escapar, y acompañados de
otros muchos que eran enemigos de Armendáriz. Gran parte de ellos fueron tan
lejos que llegaron a la Isla Española (Santo Domingo), para denunciar en la
Audiencia Real al licenciado Armendáriz. Uno de los que presentaron la demanda fue el Capitán Luis
Lanchero. Junto a él, iba Lope Montalvo de Lugo, el cual, debido a que, además
de ser una buena persona, había quedado libre de toda culpa en el habitual
Juicio de Residencia al que fue sometido con respecto a su mandato, de solo
ocho meses, como gobernador del Nuevo Reino de Granada, pudo demostrar que hizo
un brillante servicio. Y cuenta el cronista: “Los denunciantes le acusaron a
Miguel Díaz de cargos muy feos, especialmente en materias de sensualidad, y, no
contentos con haberlos presentado en aquella Real Audiencia, los enviaron también
al Real Consejo, con lo que quedó notablemente desacreditado, pues hasta
entonces su fama había sido muy distinta”. Pero, acto seguido, considera que la
implacable actitud de Miguel Díaz de
Armendáriz no se debía a un mal
carácter, sino a la creencia de que tenía obligación de comportarse con dureza,
pues no deseaba para el Nuevo Reino de Granada
la terrible anarquía y las guerras civiles que asolaron durante años el territorio del Virreinato de Perú,
hasta que la mano firme de Pedro de la Gasca puso fin a aquel desastre. Y añade
fray Pedro Simón: “De por sí Miguel Díaz era discreto, jovial y de graciosa
conversación con todos los que se le mostraban como amigos, hasta el punto de
que los favorecía no sólo con palabras, sino con obras y con gastos demasiado generosos
de su hacienda”. Después deja claro que, tanto su forzada dureza como el exceso
de gasto, frustrarán las esperanzas que Miguel Díaz de Armendáriz (nacido en
Valtierra-Navarra) tenía de que, cuando se estableciera una Audiencia Real en
el Nuevo Reino de Granada, le otorgaran a él su presidencia. Y luego cambia de
tema, sacando a escena a su sobrino: “No permitían el lucido talento y los gallardos
bríos del generoso mancebo Pedro de Ursúa que estuviera escondido entre
paredes, sin emprender cosas grandiosas y dignas de sus altos pensamientos, y
así los traía siempre ocupados, imaginando campañas y conquistas donde pudiera
celebrar su nombre y ensanchar los límites de la Iglesia y de la Corona de su
Rey”. No podrá entonces viajar al Amazonas. Pero insistirá, y su tragedia
llegará más tarde.
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