(1471) Cuando Gonzalo Jiménez de Quesada
partió para España (año 1539), quedó al mando del territorio del Reino de Nueva
Granada su hermano Hernán Pérez de Quesada, del que nos cuenta el cronista que
era muy apreciado, y que ambos respetaban al gobernador ALONSO DE LUGO (nacido
el año 1506 en San Cristóbal de La Laguna). Pero este complicado personaje,
después de partir Gonzalo, se puso paranoico con respecto a sus hermanos: “Ocurría
que todos los soldados veteranos y los encomenderos le hacían poco caso al gobernador
y preferían el trato con los hermanos Quesada, que eran visitados con
frecuencia, por lo que el Gobernador comenzó a llenarse de sospechas,
fundándose también en que sabía que él era poco apreciado y que no gustaba su
modo de gobernar. Estando en la ciudad de Tunja, en las casas del Capitán
Gonzalo Suárez, metió en secreto gente bien armada, y llamó a los Quesada (a
Hernán y al tercer hermano, Francisco Jiménez de Quesada), que vinieron sin
sospecha del engaño preparado. El mismo Don Alonso les quitó las espadas y
dagas, y les metió en prisión”. Añade el cronista que en ella estaba también
Bartolomé Sánchez, de profesión notario, y al que el gobernador lo había encarcelado
porque defendía jurídicamente a algunos vecinos que se quejaban de sus abusos. Para
mayor desgracia, el gobernador le encargó al alcalde del lugar, Diego Sánchez
de Santana, que buscara la manera de agravar las culpas de los Quesada y de Bartolomé,
y el cronista dice: “El alcalde, que era hombre testarudo y fiero, trató esto
tan aceleradamente, para
ganarse
la amistad de Don Alonso, que aquella misma noche mandó dar garrote a Bartolomé
Sánchez, de lo cual Don Alonso quedó como pasmado por la rapidez de la
sentencia, aunque solo su conciencia sabía si le alegró lo ocurrido. La
acusación principal que les hacían a los dos hermanos Quesada fue la de haber
matado Hernán Pérez de Quesada al cacique de Tunja, pero con leves indicios, o
quizá falsos, de su culpabilidad”. Visto lo ocurrido con Bartolomé Sánchez, a
los Quesada les preocupaba que pudieran terminar de la misma manera, pero los
aliados del gobernador Alonso de Lugo no se atrevieron a tanto. Y añade el
cronista: “Pocos días después fueron condenados a destierro de todas Las Indias,
lo cual, comparado con los miedos que tenían de que habían de salir de este mundo,
aunque pronto salieron, como luego diremos (van a morir en una funesta tempestad),
les produjo mucho alivio a ellos y a sus amigos, en especial porque les otorgaron
apelación ante la Real Audiencia de Santo Domingo, donde les sería más fácil obtener
una sentencia justa. Muy pronto hicieron su viaje por el río Magdalena a la ciudad
de Santa Marta, y desde allí fueron a la de Santo Domingo, en cuya Audiencia se
tramitaron sus causas”.
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