domingo, 6 de noviembre de 2022

(1873) Resulta sorprendente que el soberbio y corrupto gobernador ALONSO DE LUGO cediera, a pesar de su gran poder, frente a intentos de rebelión. Decidió regresar a España pero no se libró de problemas.

 

     (1473) Las cosas le iban tan mal al Gobernador Alonso de Lugo, que, a finales del año 1544, decidió partir hacia España. Para evitar que lo retuvieran con alguna inspección oficial, se dio toda la prisa que pudo. Aceleró la construcción de unas naves en el río Magdalena, y, con el fin de que se pusieran en orden asuntos administrativos pendientes, le entregó el mando de la gobernación a su pariente Lope Montalvo de Lugo. A la hora de partir, quiso proteger los tesoros con que iría a España, los de la Hacienda Pública y los suyos, y llevó hasta la costa atlántica como guardia personal a sus hombres de confianza, los capitanes Juan de Céspedes, Martín Galiano, Lorenzo Martín y Francisco Salguero. También llevó consigo al capitán Gonzalo Suárez, con la excusa de que lo necesitaba para la custodia de los bienes, y diciéndole que podría regresar desde Tocaima, pero, en realidad  no se fiaba de él, y temía alguna traición suya. Cuando llegaron a los bergantines, se despidió de estos acompañantes, pero apresó a Gonzalo Suárez y lo llevó río abajo encadenado hasta Santa Marta, aunque tuvo la suerte de quedar libre poco después”. Pero pronto el Gobernador Alonso de Lugo tropezó con lo inesperado. Tiempo atrás, Francisco de Castellanos, Tesorero de la Hacienda Real, había enviado al Consejo de Indias una denuncia porque Alonso de Lugo le había quitado por la fuerza la llave de la Caja Real y se quedó con las perlas existentes en su interior, alegando que eran parte de los fondos destinados al reparto entre los vecinos del Cabo de la Vela. Pero quien se quedó con las perlas fue Don Alonso, que desconocía la existencia de esa denuncia. Cuando partió de Santa Marta, llegó navegando hasta el Cabo de la Vela (en la imagen, lugar de los hechos). Y dice el cronista: “Los vecinos del lugar no le tuvieron el mismo respeto de cuando pasó por allí anteriormente, y, en cuanto tomó puerto, el Alcalde Bartolomé Carroño y el Alguacil Mayor Pedro de Cádiz, presentando la demanda que tenían, le quitaron a la nave las velas, el  timón y los marineros, dejándola inútil para la navegación, y al Capitán Gonzalo Suárez le dieron libertad y protección en el pueblo, pues le llevó a su casa el Obispo Don Martín de Calatayud, fraile jerónimo, que había llegado como cuarto Obispo de Santa Marta. Se le exigió luego al Gobernador Don Alonso de Lugo que devolviese de inmediato a la Caja Real, sin faltar nada, todo lo que había sacado de ella. Y así lo hizo, sin la menor réplica, adaptándose a las circunstancias, pues ya eran muy distintas de aquellas en las que  le resultó fácil sacar las perlas de la Caja Real. Incluso les rogó, con las palabras dulces que solía emplear cuando le interesaba, que le devolviesen sus marineros y los aparejos del navío, porque las prisas que llevaba, quizá debidas al miedo, no daban lugar a retrasos”.




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