(1473) Las cosas le iban tan mal al
Gobernador Alonso de Lugo, que, a finales del año 1544, decidió partir hacia
España. Para evitar que lo retuvieran con alguna inspección oficial, se dio
toda la prisa que pudo. Aceleró la construcción de unas naves en el río Magdalena,
y, con el fin de que se pusieran en orden asuntos administrativos pendientes,
le entregó el mando de la gobernación a su pariente Lope Montalvo de Lugo. A la
hora de partir, quiso proteger los tesoros con que iría a España, los de la
Hacienda Pública y los suyos, y llevó hasta la costa atlántica como guardia
personal a sus hombres de confianza, los capitanes Juan de Céspedes, Martín
Galiano, Lorenzo Martín y Francisco Salguero. También llevó consigo al capitán
Gonzalo Suárez, con la excusa de que lo necesitaba para la custodia de los
bienes, y diciéndole que podría regresar desde Tocaima, pero, en realidad no se fiaba de él, y temía alguna traición
suya. Cuando llegaron a los bergantines, se despidió de estos acompañantes,
pero apresó a Gonzalo Suárez y lo llevó río abajo encadenado hasta Santa Marta,
aunque tuvo la suerte de quedar libre poco después”. Pero pronto el Gobernador
Alonso de Lugo tropezó con lo inesperado. Tiempo atrás, Francisco de
Castellanos, Tesorero de la Hacienda Real, había enviado al Consejo de Indias
una denuncia porque Alonso de Lugo le había quitado por la fuerza la llave de
la Caja Real y se quedó con las perlas existentes en su interior, alegando que
eran parte de los fondos destinados al reparto entre los vecinos del Cabo de la
Vela. Pero quien se quedó con las perlas fue Don Alonso, que desconocía la
existencia de esa denuncia. Cuando partió de Santa Marta, llegó navegando hasta
el Cabo de la Vela (en la imagen, lugar de los hechos). Y dice el
cronista: “Los vecinos del lugar no le tuvieron el mismo respeto de cuando pasó
por allí anteriormente, y, en cuanto tomó puerto, el Alcalde Bartolomé Carroño
y el Alguacil Mayor Pedro de Cádiz, presentando la demanda que tenían, le
quitaron a la nave las velas, el timón y
los marineros, dejándola inútil para la navegación, y al Capitán Gonzalo Suárez
le dieron libertad y protección en el pueblo, pues le llevó a su casa el Obispo
Don Martín de Calatayud, fraile jerónimo, que había llegado como cuarto Obispo
de Santa Marta. Se le exigió luego al Gobernador Don Alonso de Lugo que devolviese
de inmediato a la Caja Real, sin faltar nada, todo lo que había sacado de ella.
Y así lo hizo, sin la menor réplica, adaptándose a las circunstancias, pues ya
eran muy distintas de aquellas en las que le resultó fácil sacar las perlas de la Caja
Real. Incluso les rogó, con las palabras dulces que solía emplear cuando le
interesaba, que le devolviesen sus marineros y los aparejos del navío, porque
las prisas que llevaba, quizá debidas al miedo, no daban lugar a retrasos”.
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