martes, 15 de noviembre de 2022

(1881) La fundación de la colombiana Pamplona fue un acierto en todos los sentidos. Pedro de Ursúa tuvo que volver a Santa Fe, y le dejó al mando a Ortún de Velasco, que conservó el puesto durante más de veinte años.

 

     (1481) Desde el principio de su existencia, la fundación de la ciudad de Pamplona fue un éxito de gran relieve, aunque no faltaron problemas con los nativos, como ocurrió en un lugar al que le pusieron el nombre de Valle de los Locos. El cronista explica por qué: “Se debía  a los diversos gestos teatrales que hacían los indios de aquella provincia cuando peleaban con los españoles, pensando espantarlos con aquello”. El 3 de febrero de 1550, los vecinos de Pamplona le escribieron al Licenciado Miguel Díaz de Armendáriz todo lo referente a la fundación de la ciudad y le hablaban del buen gobierno de Pedro de Ursúa. Iban las cosas tan bien, que ninguno de los que se encontraban en ella tuvo deseos de abandonar aquella zona para aventurarse en otras conquistas, pues en ella toda la gente tenía dónde emplear sus grandes deseos de descubrir y conquistar, así como los de conseguir excepcionales riquezas. El liderazgo de Pedro de Ursúa era ejemplar y duró hasta el mes de junio de 1550, momento en el que tuvo que volver a Santa Fe para entrevistarse con los licenciados Góngora y Galarza, los cuales, ejerciendo como oidores, acababan de fundar la Real Audiencia situada en aquella ciudad. Tenían interés en conocerlo  en persona y en recibir de él información directa de los detalles de su exitosa campaña. Nos añade fray Pedro Simón: “En Pamplona, le quedó entonces confiado su gobierno al capitán Ortún Velasco por haber trabajado tanto en las conquistas y en su fundación, así como por ser hijo de quien era, y estuvo al mando de la nueva ciudad de Pamplona más de veinte años continuos, en los cuales se fueron descubriendo nuevas tierras y poblando en ellas villas y ciudades, como fueron la de Mérida el año 1558, la villa de San Cristóbal en 1560 y la ciudad de Santa Ana de Ocaña en 1561. No fueron de menor importancia los descubrimientos de oro que se hicieron en algunos ríos, así como en otras muchas minas de Suratá,  tierra muy rica en oro, plata y otros metales, en especial en una parte que llaman la Montosa, donde comenzaron pronto a tomar de asiento los españoles para ir descubriendo sus riquezas de plata, haciendo, para moler sus metales, diversos ingenios, con los que se fue cada día facilitando más el beneficio de sacarla. Se descubrió un pedazo de tierra alta y llana, a la que llamaron el Páramo Rico de Suratá. En toda su superficie, hasta poco más de una media vara de hondo, era tanto el oro que sacaban, que, arrancando con la mano las hierbas que allí se criaban, la arena que salía pegada en  sus raíces era, al menos en su mitad, oro fino de más de veinte quilates”. Pero fray Pedro añade un disparate: “Ha habido diversas opiniones acerca de dónde pudo llegar allí este oro que es como polvo fino, y se ha tenido por la más acertada la de haberlo arrastrado la inundación de las aguas del Diluvio”.




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