(1481) Desde el principio de su
existencia, la fundación de la ciudad de Pamplona fue un éxito de gran relieve,
aunque no faltaron problemas con los nativos, como ocurrió en un lugar al que
le pusieron el nombre de Valle de los Locos. El cronista explica por qué: “Se
debía a los diversos gestos teatrales
que hacían los indios de aquella provincia cuando peleaban con los españoles,
pensando espantarlos con aquello”. El 3 de febrero de 1550, los vecinos de
Pamplona le escribieron al Licenciado Miguel Díaz de Armendáriz todo lo
referente a la fundación de la ciudad y le hablaban del buen gobierno de Pedro
de Ursúa. Iban las cosas tan bien, que ninguno de los que se encontraban en
ella tuvo deseos de abandonar aquella zona para aventurarse en otras
conquistas, pues en ella toda la gente tenía dónde emplear sus grandes deseos
de descubrir y conquistar, así como los de conseguir excepcionales riquezas. El
liderazgo de Pedro de Ursúa era ejemplar y duró hasta el mes de junio de 1550,
momento en el que tuvo que volver a Santa Fe para entrevistarse con los
licenciados Góngora y Galarza, los cuales, ejerciendo como oidores, acababan de
fundar la Real Audiencia situada en aquella ciudad. Tenían interés en
conocerlo en persona y en recibir de él
información directa de los detalles de su exitosa campaña. Nos añade fray Pedro
Simón: “En Pamplona, le quedó entonces confiado su gobierno al capitán Ortún
Velasco por haber trabajado tanto en las conquistas y en su fundación, así como
por ser hijo de quien era, y estuvo al mando de la nueva ciudad de Pamplona más
de veinte años continuos, en los cuales se fueron descubriendo nuevas tierras y
poblando en ellas villas y ciudades, como fueron la de Mérida el año 1558, la
villa de San Cristóbal en 1560 y la ciudad de Santa Ana de Ocaña en 1561. No fueron
de menor importancia los descubrimientos de oro que se hicieron en algunos ríos,
así como en otras muchas minas de Suratá,
tierra muy rica en oro, plata y otros metales, en especial en una parte
que llaman la Montosa, donde comenzaron pronto a tomar de asiento los españoles
para ir descubriendo sus riquezas de plata, haciendo, para moler sus metales,
diversos ingenios, con los que se fue cada día facilitando más el beneficio de
sacarla. Se descubrió un pedazo de tierra alta y llana, a la que llamaron el
Páramo Rico de Suratá. En toda su superficie, hasta poco más de una media vara
de hondo, era tanto el oro que sacaban, que, arrancando con la mano las hierbas
que allí se criaban, la arena que salía pegada en sus raíces era, al menos en su mitad, oro fino
de más de veinte quilates”. Pero fray Pedro añade un disparate: “Ha habido
diversas opiniones acerca de dónde pudo llegar allí este oro que es como polvo
fino, y se ha tenido por la más acertada la de haberlo arrastrado la inundación
de las aguas del Diluvio”.
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