(1478) Dice el cronista: “Una noche, por descuido
de los criados de Pedro de Ursúa, o por maldad de los del bando contrario (y
tengo por más cierto lo primero), comenzó a encenderse la casa en la que estaba
Ursúa, de manera que tuvieron la suerte de escapar del incendio él y sus
criados, aunque sus bienes quedaron convertidos en ceniza. Esto le daba excusas a Ursúa para tener
sospechas de que habían causado el incendio los partidarios de los dos presos. Sin más indicios que estas
sospechas, Ursúa apresó a todos los que se sabía que eran del bando de los Lugos (llama así a quienes fueron
amigos del fallecido gobernador Alonso de Lugo), y los tuvo retenidos sin trámites
judiciales, aguardando la venida de su tío Miguel Díaz de Armendáriz”. En medio
de esa situación, con el problema de la rivalidad de Ursúa y Lope Montalvo (quien,
a pesar de estar preso, se consideraba, sin razón, legítimo gobernador interino
del Nuevo Reino de Granada), hubo un aviso de emergencia desde Perú, enviado
por el virrey (de triste destino) Vasco Núñez Vela, viéndose acorralado por el
rebelde Gonzalo Pizarro (año 1545). Pedro de Ursúa, dadas las desagradables
circunstancias que le estaban oprimiendo, se resistía a proporcionarle ayuda
militar al virrey, pero, ante la insistencia desesperada de Núñez Vela, decidió
enviarle setenta soldados, con la colaboración voluntaria del capitán Melchor
Valdés. Sin embargo, cuando salieron, faltaba poco para el triste final del
virrey Vasco Núñez Vela. Y dice el cronista: “A finales de enero de 1546,
llegaron a Popayán, y se encontraron con que el Virrey había muerto en batalla,
lo cual no fue poca pena para nuestro Capitán Valdés”. Gonzalo Pizarro había
obtenido una gran victoria en aquella batalla, con muy pocas bajas en su
ejército, pero, como ya vimos detalladamente hace tiempo, fue derrotado y
muerto en Jaquijaguana el mes de abril de 1548, con triunfo definitivo por
parte del gran Pedro de la Gasca. Tras hablar el cronista de la colaboración de
soldados del Nuevo Reino de Granada, sigue contando lo que había interrumpido:
“El Licenciado Miguel Díaz de Armendáriz, después de sentenciar en Cartagena
los juicios que estaba tramitando, vino a
Santa Fe a mediados del año 1546, y se ocupó de inmediato del asunto del
incendio, y con mucho más rigor que su sobrino Pedro de Ursúa, procurando a
fuerza de tormentos sacar la verdad en limpio sobre quiénes fueron los agresores.
Uno de los presos se confesó culpable, y hasta dijo que habían sido cómplices
Francisco Manrique de Velandia y el Capitán Luis Lanchero, por lo que fueron
los dos apresados de nuevo, y el delator condenado a la horca. Pero, al enterarse de que lo iban a ejecutar,
negó todo lo que había dicho y pidió disculpas a quienes había delatado
falsamente. Sin embargo, esta nueva declaración no le libró de que fuera
colgado”.
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