(1469) Es imposible que un personaje lleno
de virtudes no tenga sombras visibles u ocultas. De GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA
siempre me llamó la atención que, durante esos años que anduvo por España y
Europa, desde que vino para zanjar el conflicto con Belalcázar y Federman (de
1539 a 1549), tuvo un comportamiento extraño, hasta el punto de que se sospechó
que se había apropiado de dinero público. Pero, finalmente, quedó libre de
culpa tras dar explicaciones que el Rey aceptó o perdonó, y pudo volver a Las
Indias, a su querido Nuevo Reino de Granada. Era un hombre muy inteligente y
razonable, pero también le podía la ambición, como ocurrió en dos hechos
anteriores a su viaje a España. Él y sus hombres estaban siempre ansiosos por hallar
lugares repletos de riquezas y acaparar el botín imponiéndose por la fuerza.
Encontraron el campamento del cacique Tisquemusa, el gobernante supremo de la
zona (el nombre del título era ‘Zipa’), pero, al iniciar los españoles su
ataque, salió corriendo mientras sus indios lanzaban flechas encendidas contra
ellos. En la oscuridad de la noche, fue visto por el soldado Alonso Domínguez,
que no lo reconoció, aunque, sabiendo que era un enemigo, lo atravesó con la
espada. Al día siguiente, los indios lo encontraron muerto, y le dieron
sepultura en un lugar desconocido, sin que los españoles encontraran el tesoro
que buscaban. Pero fue más lamentable lo ocurrido después con Sacipa, el
sucesor de Tisquemusa. A pesar de que acababan de luchar juntos los españoles y
los indios de Sacipa contra los temibles panches, y de haberlos vencido,
Jiménez de Quesada, cediendo a la presión de sus hombres, ordenó el
apresamiento del gran cacique, con gran sorpresa de sus indios. Luego le exigió,
para quedar libre, que, del tesoro que había en Bogotá, le llenara de oro hasta
el techo una cabaña, dándole un plazo de cuatro días para hacerlo. Como no
cumplió el plazo, Gonzalo Jiménez de Quesada dio orden de torturar a dos
caciques que, por enemistad con Sagipa,
no querían dar oro, pero ni con el tormento cedieron, y fueron condenados
a morir en la horca. El gran cacique, viendo la desesperada situación en que
estaba, quedó ensimismado en sus angustias, y ya ni respondía a las presiones
que le hacían, como si estuviera en otro mundo. Entonces, sin duda para evitar
posteriores acusaciones y dar apariencia de justa legalidad a lo que pensaba
hacer, Gonzalo organizó un juicio hipócrita, en el que puso como defensor del
gran cacique a su propio hermano, Hernán Pérez de Quesada, quien, por cierto,
era uno de los que le impulsaron a Gonzalo para que consiguiera el botín
exigido. Luego se recurrió también a la tortura de Sacipa, pero tan cruelmente,
que, debido a los daños sufridos, murió en pocos días. En la imagen aparece
como Saquesazipa.
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