sábado, 24 de junio de 2017

(Día 416) Pedro Cieza de León, el llamado Príncipe de los Cronistas de Indias, va a servirnos de guía principal a lo largo de todo este trabajo dedicado a “Pizarro y la conquista del Perú”.

(6) PEDRO DE CIEZA DE LEÓN. Va a ser el cronista que me servirá para seguir los caminos principales de la aventura de Perú. Se le llamó, con justicia, el Príncipe de los Cronistas de Indias (creo que, con otro estilo, Bernal Díaz del Castillo está a su altura), por la extensión, la profesionalidad y el detalle del magnífico trabajo que llevó a cabo. Es algo que ya he comentado anteriormente, y también que, por llegar a Perú con 15 años de retraso, no fue testigo de los acontecimientos estelares del triunfo de Pizarro. Pero sí vivió en directo todo el dramatismo de los trágicos acontecimientos que ocurrieron después. Y, de lo que no vieron sus ojos, se informo meticulosamente, como un obsesivo reportero,  utilizando a testigos de toda confianza. Su extensísima obra no solo trata de la conquista, sino que también aporta un estudio sobre la historia y la cultura de los incas (al que apenas haré alguna referencia). Según escribía, transparentaba una personalidad poco frecuente por un detalle especial. A pesar de la dureza de sus experiencias como soldado, su lealtad a la Corona y su indudable afecto y admiración por Pizarro, hay algo en su interior que le inclina al remordimiento de la culpa y a la empatía con los indígenas, que, probablemente, está potenciado por un sentimiento profunda y sinceramente cristiano, hasta el punto de que suele achacar las desgracias sufridas por los españoles a un castigo divino por sus abusos. Lo que queda confirmado por su simpatía hacia el gran Bartolomé de las Casas (otra fuerza de la Naturaleza), que tanto consiguió de la Corona para la protección de los indios, y tanto exageró sobre el daño que les hicieron los españoles. Es probable que Pedro respirara durante su infancia un aroma hogareño empapado de sentimientos religiosos, ya que, además, su único hermano varón se ordenó sacerdote.
    Pongámonos brevemente en la piel de Cieza y sintamos lo que fue su vida. Nació en Llerena (Badajoz) hacia 1518, en una familia de buena posición que, cuando él era muy pequeño, se trasladó a Sevilla, donde, sin duda, recibió una selecta educación, aunque corta porque partió para Indias en 1535, apenas estrenada su adolescencia. Habrá que suponer que fue un entusiasta lector, uno de esos autodidactas que lo absorben todo, y tuvo que ser también decisivo el hecho de que figuraban en su familia importantes escribanos. El intenso ambiente colombino de Sevilla (la llamada Puerta de las Indias) tuvo un  efecto fulminante para alguien que demostró después ser un romántico incurable, un enfermo de curiosidad y un incansable trabajador, que, sabiendo valorar lo admirable, no solo estuvo en numerosas batallas y viajes interminables, sino que, robando tiempo al sueño, había ya redactado su voluminosa obra cuando, cumplidos los 30 o los 32 años, retornó a España. Solo le quedaban otros cuatro (murió en 1554), pero es de envidiar una vida tan bien aprovechada.
     Para la fecha en que Cieza llegó a Indias, la presencia española se había extendido de forma continua y asombrosamente rápida. Colón llegó, y volvió otras tres veces, en las que siguió explorando  el Caribe y parte de la costa continental. Fallecido el Almirante, nuevas expediciones continuaron más tarde hacia el  norte y el sur (Florida y Brasil). Se establecieron poblaciones. En 1513, Vasco Núñez de Balboa descubrió el Pacífico. Solo unos locos románticos como Magallanes y sus hombres pudieron ser capaces 7 años más tarde de seguir y seguir hacia el sur por el Atlántico hasta que, cuando ya sentían los fríos polares, encontraron, por fin, el estrecho que daba acceso al Pacífico. Un año después, en 1521, Hernán Cortés derrotó definitivamente al ejército azteca. Un poco, en 1519, el terrible Pedrarias Dávila había fundado en la costa del Pacífico la ciudad de Panamá. Con la misma fuerza y constancia que la ley de la gravedad, fue inevitable que desde allí siguieran partiendo expediciones en busca de prometedoras tierras nuevas, esperando incluso encontrar alguna civilización tan poderosa como la azteca. Y Pizarro dio en la diana. Tras 9 años de sufrimientos, dudas, riesgos de muerte habituales,  mostrando una determinación casi demencial y con una suerte increíble, terminó de  someter el imperio inca en 1533.


     (Imagen) Pedro Cieza de León fue también uno más de los extremeños que batallaron en Las Indias, aunque pasó su infancia en Sevilla. Su espíritu cristiano y aventurero le haría visitar allí con frecuencia La Casa de la Contratación, deseando ver el movimiento constante de los que se registraban para embarcarse rumbo a una caprichosa fortuna, y postrarse, como hacían ellos, ante este hermoso cuadro de  la Virgen de los Navegantes (entonces se les llamaba ‘mareantes’), o del Buen Aire (de ahí le viene el nombre a la capital de Argentina), pintado por Alejo Fernández (autor asimismo de un retrato de Sancho Ortiz de Matienzo). Alejo lo llenó de simbolismo y hay muchas opiniones sobre qué personajes representó, ninguna segura; hasta se dice absurdamente que uno de ellos era, precisamente, Sancho.


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