(3) De lo que se deduce que, si bien solo se
conoce de su infancia que su padre era “un Pedro de Jerez, ciudadano honrado”,
no cabe duda de que se crio en una familia acomodada que le consiguió una
educación muy superior a la común en aquel tiempo, y de que, en sus andanzas por Panamá, ya vivía
como soldado y como escribano, aunque no obtuvo el título oficial con carácter
público hasta 1526.
Xerez partió con Pizarro en su primera
salida de exploración, rumbo sur por el Pacífico (curiosamente, llamado
entonces, de forma equivocada, la Mar del Sur). Tras terribles penurias y la
muerte de 57 españoles de los 113 que habían empezado la aventura, hubo un
momento en que se volvió a Panamá con todos los supervivientes menos Pizarro y los “trece de la fama”, que
decidieron resistir hasta que llegaran suministros y más hombres para
socorrerlos. Es posible que Pizarro le ordenara a Xerez marchar para que
consiguiera evitar en Panamá cualquier intento de abortar la expedición. Cuando,
pasado mucho tiempo, Pizarro consiguió pruebas de que, con toda probabilidad,
existiría más al sur una civilización parecida a la azteca, tuvo el ‘arranque’
de venir a España, presentarse ante Carlos V y pedirle autorización, apoyo y
nombramientos para conquistarla. El ‘analfabeto’ lo consiguió, organizó la
nueva empresa, y, nuevamente, tuvo a su lado como secretario a Francisco de
Xerez, que, al mismo tiempo, volvió a participar en las batallas, pero, esta
vez a caballo.
Con ocasión de un expediente sobre sus
méritos, Xerez resumió en una pregunta a los testigos su protagonismo en las
batallas de Perú, pidiéndoles que dijeran si sabían que “se halló en todo el
descubrimiento, y, como era persona de mucha confianza e celoso del servicio de
Su Majestad, le llevó consigo por secretario el Marqués y Gobernador (Pizarro),
y fue con el dicho marqués con la gente de caballo que escogió para dar la
batalla a Atahualpa, que estaba en Cajamarca”. Por la declaración de otro
testigo, sabemos que en algún momento “el dicho Francisco López, yendo
corriendo en su caballo, cayó dél e se hizo pedazos una pierna”.
Este accidente cambió su vida. Algún tiempo
después, vino a España convertido en un hombre rico por su botín peruano, nos
hizo el favor de publicar inmediatamente su crónica, se casó y continuó
disfrutando de su buena posición hasta que en 1554, veinte años más tarde, le
pudo la nostalgia de Indias (o la necesidad de recuperarse de fuertes pérdidas
económicas), y preparó el regreso a aquellas tierras, donde parece haberse
dedicado en Lima a su viejo oficio de escribano, muriendo hacia 1565. Un
detalle importante en su crónica es que Francisco de Xerez siempre defendió a
Pizarro contra cualquier opinión contraria a su comportamiento, lo que nos
obliga a desconfiar un pelín de su objetividad.
Termino este pasaje aclarando que seré
siempre fiel a los textos de la época, pero modernizaré la forma de algunas
palabras, especialmente la toponimia y los nombres propios, ya que los
cronistas se suelen armar un lío. Un ejemplo: para ellos, entre otras
variantes, Atahualpa era Tabaliba o Atabalipa.
(Imagen) Sevilla siempre fue una ciudad
trepidante, cruce de culturas y de intercambio comercial (esclavos incluidos),
adonde los barcos llegaban hasta su puerto fluvial y se reparaban en sus
atarazanas. Francisco de Xerez respiró desde niño ese excitante entorno donde
destacaban los Alcázares Reales (paso obligado para el registro de los que iban
a Indias, luego gloriosos o anónimos) y, al ladito, la inmensa catedral con su
espectacular giralda, esa torre árabe réplica exacta de las dos mejores de
Marruecos. La que vio Francisco no tenía en lo alto el remate actual. La foto
nos muestra cómo era entonces en un bajorrelieve de piedra que Sancho Ortiz de
Matienzo regaló en 1499 a su pueblo natal, Villasana de Mena.
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